VATICANO - LAS PALABRAS DE LA DOCTRINA a cargo de don Nicola Bux y don Salvatore Vitiello . “La reforma de la Iglesia y el papel de la Curia romana”

jueves, 6 julio 2006

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - Si la institución eclesiástica tiene un rostro humano, éste debe ser restaurado siempre, desde la cabeza hasta los puntos más periféricos. Ahora bien, la Iglesia de Roma, madre y cabeza de todas las Iglesias, está en una posición más bien visible; en el centro está su Obispo, el “candelabro de oro”. Si cada Obispo de Roma no continuase en su tiempo la permanente reforma de la Iglesia - en el sentido de una continua y necesaria conversión -, el Cristo Viviente removería el candelabro, lo quitaría (cf. Apocalipsis 2, 5).
¿Cómo tiene lugar tal reforma? Muchos conocen la expresión patrística “Casta meretrix” vuelta a usar por Balthasar, que se refiere a la Iglesia: como Rahab, la prostituta que acoge en Jericó a los exploradores israelitas y escondiéndoles les salvó de los centinelas; siendo de esta manera después perdonada, en la famosa conquista, gracias a un lazo rojo que desde la ventana colgaba sobre la muralla. Rojo como la sangre, prefiguración de otra sangre que salvaría de la enemistad. La Iglesia, que no teme contagiarse con pueblos y naciones desde hace dos mil años, está hecha de hombres. La Iglesia nunca ha estado de parte de los ‘cátaros’ (del griego los ‘puros’) como Jesús no estaba de parte de los justos - hoy se diría de los honestos - no hubiera luchado por la legalidad - cuyo objetivo es la purificación del corazón mediante la bella noticia del perdón. Decía San Ambrosio: “La Iglesia tiene el agua y las lágrimas: el agua del bautismo y las lágrimas de la penitencia”. Si la Iglesia es la amistad de Jesucristo, sabemos como éste ha tratado a sus amigos, incluso traidores como Pedro y Judas, buscadores de puestos de honor como los hijos de Zebedeo, incrédulos como Tomás y Felipe - hemos descrito a la mitad de los Doce - : los ha mirado con mirada de compasión y misericordia, esto es, capaz de sacar del mal todo el bien posible.
La reforma se inicia a partir del juicio de Pedro: “Señor, apártate de mi que un pecador”; que está al inicio de cualquier sacramento: antes de celebrar los santos misterios reconocemos nuestros pecados. Esta conciencia debe acompañarnos cada día, para desapegarnos de cualquier cargo o sede, y mantenernos en la provisionalidad de administradores de la viña del Señor, humildes trabajadores como dijo el Santo Padre Benedicto XVI. La Curia romana debe servir únicamente a hacer fructificar la viña plantada por el Señor en el mundo, la Iglesia, que sabe que está compuesta, que es pasta mezclada. Tras el Concilio se ha hablado mucho de la levadura, pero esto sirve para la masa, en función de la masa. Separarse de la masa o de la cizaña antes del último día significa caer en el catarismo o en el protestantismo e ir contra la paciencia divina y la libertad humana: Es la estructura de la encarnación, con el divino en el humano para postularla; es la del sacramento, palabra divina que hace eficaz la materia; es aquella del hombre, carne y espíritu, nunca disociables, a pesar de la dura lucha entre exigencias opuestas. A esta humanidad en la que habita la divinidad aludía Jesús cuando añadió: “Y bienaventurado quien no se escandaliza de Mi” (Mt 11, 6; Lc 7, 23). Nadie posee la pureza de manera exclusiva, sino que todos debemos pedirla humildemente, porque estamos amasados en debilidad, somos materia mientras dura el tiempo.
Por eso la Curia romana debe ser un ámbito de la amistad de Cristo que pide caminar en el amor: en especial el amor a la Iglesia universal. No debe dejarse espacio para burócratas, sino para clérigos y laicos que amen a la Iglesia en silencio - la Curia gira alrededor a la Secretaria que viene en secreto - se gastan en su servicio. Por eso el Papa Benedicto ha dado ejemplo: reformar sin romper. También a esto es necesario pensar cuando se dice que la Cátedra de Pedro es símbolo y garante de unidad. (Agencia Fides 6/7/2006 Líneas: 44 Palabras: 697)


Compartir: