VATICANO - HACIA EL SACERDOCIO a cargo de Mons. Massimo Camisasca - “Los peligros del espiritualismo y del activismo”

viernes, 30 junio 2006

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - Una de la urgencias más agudas de la formación sacerdotal es ayudar a quien quiere llegar a ser sacerdote a evitar los riesgos del espiritualismo y del activismo. Espiritualismo y burocracia son las dos opuestas tentaciones, que en realidad se reflejan la una en la otra, que impiden a la misión de la Iglesia surgir y desarrollarse.
La reducción espiritualista concibe el Cristianismo únicamente como relación individual con Dios, del espíritu del individuo con el espíritu de Dios: con el consiguiente riesgo a desencarnarse que nace del egoísmo o del miedo, y por ello de una ausencia de misericordia del hombre, de un profundo olvido de la realidad del cristianismo, que es Dios - hecho - hombre, Dios que se ha inclinado sobre el hombre para salvarlo. El espiritualismo confina al Cristianismo en una oración desencarnada, en un silencio nacido de un idealismo exagerado, en una fuga de las responsabilidades del presente.
Por otra parte el activismo, favorecido por la burocratización de la vida eclesial desarrollada tras el Concilio Vaticano, reduce la vida cristiana a reuniones, congresos, documentos, a una actividad vivida como un “hacer para los demás”, de la que está ausente sin embargo la conciencia y responsabilidad de anunciar a Cristo.
En uno y otro error falta la belleza de una vida de comunión vivida, que es la única experiencia desde la que el hombre puede sentirse enviado hasta los extremos confines de la tierra. Estos dos riesgos nacen de una pérdida de la conciencia de qué es la misión, es más, de una pérdida de la conciencia de la misión como finalidad del sacerdocio y de la vida cristiana.
Don Giussani, el fundador de comunión y Liberación, en una intervención durante una sesión plenaria de la Congregación para el Clero, realizada el 19 de octubre de 1993, con el tema: “Vida, ministerio y formación de los sacerdotes”, afirmó: “Si uno hubiera preguntado personalmente a Cristo: ‘¿Cuál es el pensamiento dominante sobre Ti mismo? ¿Qué eres Tú ante tus propios ojos?’, me imagino que Él habría respondido: ‘Yo soy el enviado del Padre’. Su propia existencia como misión. Tanto es esto verdad que, constituyendo el lugar humano a través del que su Espíritu ha cogido sus vías en el mundo, esta es la palabra generadora que Cristo dice: ‘Como el Padre me ha enviado, así os envío yo”.
Una sociedad como la nuestra puede ser tocada sólo por la gracia de una humanidad distinta, caracterizada por este auto-conocimiento nuevo. Yo soy enviado para que, a través de mi humanidad otros puedan ser alcanzados por Cristo que ha sido enviado por el Padre. Si Dios se ha hecho hombre, en efecto, es para el hombre pueda ser tocado sólo por la gracia de un humanidad reencontrada. Si esto es verdad siempre, es verdad sobre todo para la sociedad de hoy, cubierta instante por instante de millones de palabras y mensajes, en la que todo tiene un valor tan relativo que llega a ser casi igual a cero. El cristianismo no puede renunciar a la verdad de su origen, a una comunicación personal. Todo puede ayudar, pero nada puede sustituir a la comunicación personal. (Agencia Fides 30/6/2006 Líneas: 39 Palabras: 549)


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