VATICANO - La catequesis del Papa durante la audiencia general: Santiago, el Menor, “nos enseña a no tener la presunción de planificar nuestra vida de modo autónomo e interesado, sino a dejar espacio a la inescrutable voluntad de Dios, que conoce cuál es nuestro verdadero bien”

viernes, 30 junio 2006

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - Continuando con la presentación de los Apóstoles escogidos por Jesús, el Santo Padre Benedicto XVI durante la audiencia general del miércoles 28 de junio se ha detenido a reflexionar sobre la figura de “Santiago, el Menor”. Siempre especificado como “hijo de Alfeo”, frecuentemente ha sido identificado con otro Santiago, llamado “el Pequeño”, hijo de una María que podría ser “María de Cleofás”. También él era originario de Nazaret y probablemente pariente de Jesús. “El libro de los Hechos subraya el papel destacado que desempeñaba este último Santiago en la Iglesia de Jerusalén”, recordó Benedicto XVI. “San Pablo, que le atribuye una aparición específica del Resucitado (cf. 1 Co 15, 7), con ocasión de su viaje a Jerusalén lo nombra incluso antes que a Cefas-Pedro, definiéndolo "columna" de esa Iglesia al igual que él (cf. Ga 2, 9). Seguidamente, los judeocristianos lo consideraron su principal punto de referencia”.
“Entre los estudiosos se debate la cuestión de la identificación de estos dos personajes que tienen el mismo nombre, Santiago hijo de Alfeo y Santiago "hermano del Señor"- continuó el Papa recordando que los Hechos de los Apóstoles muestran que un “Santiago” ha desarrollado un papel muy importante dentro de la Iglesia primitiva. “El acto más notable que realizó fue la intervención en la cuestión de la difícil relación entre los cristianos de origen judío y los de origen pagano: contribuyó, juntamente con Pedro, a superar, o mejor, a integrar la dimensión judía originaria del cristianismo con la exigencia de no imponer a los paganos convertidos la obligación de someterse a todas las normas de la ley de Moisés… En la práctica, debían atenerse sólo a unas pocas prohibiciones, consideradas importantes, de la ley de Moisés. De este modo, se lograron dos resultados significativos y complementarios, que siguen siendo válidos: por una parte, se reconoció la relación inseparable que existe entre el cristianismo y la religión judía, su matriz perennemente viva y válida; y, por otra, se permitió a los cristianos de origen pagano conservar su identidad sociológica, que hubieran perdido si se les hubiera obligado a cumplir los así llamados "preceptos ceremoniales" establecidos por Moisés; esos preceptos ya no debían considerarse obligatorios para los paganos convertidos”.
La muerte de Santiago fue decidida por el sumo sacerdote Anano, el cual aprovechó el intervalo entre la destitución de un Procurador romano (Festo) y la llegada de su sucesor (Albino) para decretar su lapidación, en el año 62. Al nombre de este Santiago está especial unida la Carta que lleva su nombre y que ocupa el primer lugar entre las así llamadas "Cartas católicas", es decir, no destinadas a una sola Iglesia particular —como Roma, Éfeso, etc.—, sino a muchas Iglesias. “Se trata de un escrito muy importante - explicó el Papa -, que insiste mucho en la necesidad de no reducir la propia fe a una pura declaración oral o abstracta, sino de manifestarla concretamente con obras de bien. Entre otras cosas, nos invita a la constancia en las pruebas aceptadas con alegría y a la oración confiada para obtener de Dios el don de la sabiduría, gracias a la cual logramos comprender que los auténticos valores de la vida no están en las riquezas transitorias, sino más bien en saber compartir nuestros bienes con los pobres y los necesitados (cf. St 1, 27)”.
La carta de Santiago nos enseña que la fe “debe realizarse en la vida, sobre todo en el amor al prójimo y de modo especial en el compromiso en favor de los pobres” y nos exhorta a “abandonarnos en las manos de Dios en todo lo que hagamos… Nos enseña a no tener la presunción de planificar nuestra vida de modo autónomo e interesado, sino a dejar espacio a la inescrutable voluntad de Dios, que conoce cuál es nuestro verdadero bien”. (SL) (Agencia Fides 30/6/2006 Líneas: 49 Palabras: 695)


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