VATICANO - LAS PALABRAS DE LA DOCTRINA a cargo de don Nicola Bux y don Salvador Vitiello - “Primado o protagonismos”

jueves, 22 junio 2006

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - Primado o protagonismos. Mientras que algunos políticos proponen semestres obligatorios de servicio civil para que los jóvenes aprendan la solidaridad, o se preocupan de promover iniciativas de diálogo interreligioso, se asiste a intervenciones en los medios escritos o televisivos de eminentes eclesiásticos que tratan del condón o de los centros para inmigrantes. Uno ve como si los clérigos estuvieran haciendo de políticos y los políticos de clérigos. ¡Qué confusión! El mensaje que se trasmite sobre todo es éste: la Iglesia está dividida. La unanimidad en el hablar, como recomienda San Pablo, es indudablemente la condición para expresar unidad y comunión. Se imagine cuanto haya que exigir esto de un obispo que no es independiente de la colegialidad, término que recuerda el estar unidos a través de un vínculo. Pero el protagonismo - del griego protos, primero - es más fuerte: se trata de distinguirse facilitando casi el paso a un primado paralelo al del sucesor de Pedro. Y sin embargo cada buen obispo sabe desde el Concilio que sólo cum Petro et sub Petro se puede decir algo que edifique y no una opinión entre otras. Si el prudente ex-diplomático Sergio Romano se ha podido permitir el censurar a un eclesiástico demasiado comprometido en las estructuras de acogida para inmigrantes (Editorial del Corriere della Sera, 17 junio 2006), quiere decir que en la Iglesia, quizás sin darnos cuenta, se está descuidando cuanto nuestro Santo Padre, Benedicto XVI dice en la encíclica Deus caritas est: “La Iglesia no puede ni debe emprender por cuenta propia la empresa política de realizar la sociedad más justa posible. No puede ni debe sustituir al Estado. Pero tampoco puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia” (28). Esto corresponde al Cesar. Un obispo y un sacerdote en cambio deben decir lo que es de Dios: deben tener lucidez y valentía para indicar la necesidad de la conversión y de la alta medida de la santidad pedida por Cristo al Hombre; lo que no es competencia suya es la sutileza dialéctica de los razonadores de este mundo sobre males menores en bioética o estructuras de convivencia en política.
Imaginemos por un momento que la Iglesia, tras el Concilio, hubiera seguido a aquellos que se encerraban en los círculos especializados continuamente descontentos; estos negaban la crisis del mundo, más aún, la veían como algo totalmente buena; por lo tanto postulaban la inutilidad de la Iglesia. Afortunadamente la Iglesia católica posee un antivirus frente al conformismo que se hace visible, - lo reconocía Dante - en el gran amor “al Pastor de la Iglesia que la guía”. Gregorio Magno manifiesta también conciencia de ello cuando sostiene que: “Hombres santos (…) hacia dentro enderezan las desviaciones de la sana doctrina con sus enseñanzas iluminadas, hacia fuera en cambio, saben sostener virilmente cada persecución” (Comentario sobre el libro de Job 3.39; PL 75,619). Y Benedicto XVI, en su toma de posesión de la Basílica Lateranense confirmó la necesidad de velar sobre la sana doctrina, porque: “Cuando la sagrada Escritura se separa de la voz viva de la Iglesia, pasa a ser objeto de las disputas de los expertos. Ciertamente, todo lo que los expertos tienen que decirnos es importante y valioso; el trabajo de los sabios nos ayuda en gran medida a comprender el proceso vivo con el que ha crecido la Escritura y así apreciar su riqueza histórica. Pero la ciencia por sí sola no puede proporcionarnos una interpretación definitiva y vinculante; no está en condiciones de darnos, en la interpretación, la certeza con la que podamos vivir y por la que también podamos morir” (7 mayo 2005).
Es por tanto evidente que el primado pertenece a la naturaleza de la Iglesia: sin el primado del Papa la Iglesia no se mantiene en pie. Porque el primado de uno garantiza la unidad de todos.. El término unidad viene de uno, uno visible, mientras que la comunión indica la comunidad en torno a uno. Parecen sinónimos, pero lo que indican en cambio son dos realidades visibles que postulan el invisible ser “un corazón sólo y una alma sola”: corazón y alma del único Jesucristo. Más se le mira a Él y más se comprende cómo hay que custodiar el bien precioso de la unidad. La Iglesia católica constituye de tal manera la alternativa al sistema, a cada sistema que se sucede en la historia; es más, la Iglesia resiste al sistema y da a los hombres la tarea de perseguirla (cf. J.H. Newman, Los Arianos del IV siglo, Milán 1981, p. 200). La Iglesia como Cristo está inerme y como tal permanece expuesta al mundo, por la libertad de todos, también del hijo pródigo o del disipador nietzscheano. Estar dispuestos al martirio es el único primado consentido por Cristo a la madre de los hijos de Cebedeo. (Agencia Fides 22/6/2006 Líneas: 56 Palabras: 827)


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