VATICANO - Desde el Campo de Concentración de Auschwitz-Birkenau el Santo Padre “implora la gracia de la reconciliación”: de Dios, que puede abrir y purificar nuestros corazones; de los hombres que aquí han sufrido, y finalmente para todos aquellos que hoy sufren bajo el poder del odio y de la violencia

lunes, 29 mayo 2006

Auschwitz (Agencia Fides) - En la tarde del domingo 28 de mayo el Santo Padre se dirigió al Campo de Concentración de Auschwitz-Birkenau, última etapa de su Viaje Apostólico a Polonia. El Papa se recogió en oración en el patio del Muro de la Muerte, saludó a algunos ex -prisioneros y visitó la celda en la que murió San Maximiliano Kolbe. Con el coche se trasladó a continuación al Centro de Diálogo y Oración, surgido junto al Campo de Concentración, y finalmente al Campo de Birkenau. El Santo Padre Benedicto XVI se detuvo en silencio ante cada una de las 22 lápidas, en las diversas lenguas, que recuerdan a todas las víctimas. Tras la oración en memoria de las víctimas, el Papa pronunció un discurso del que ofrecemos a continuación los párrafos más destacados.
“Tomar la palabra en este lugar de horror, de acúmulo de crímenes contra Dios y contra el hombre que no tiene comparación en la historia, es casi imposible - y es particularmente difícil y abrumador para un cristiano, para un Papa que proviene de Alemania. En un lugar como éste sobran las palabras, en el fondo bastaría sólo un anonadado silencio - un silencio que es un interior grito contra Dios: ¿Por qué, Señor, has callado? ¿Por qué has podido tolerar todo esto? Es en esta actitud de silencio que nos inclinamos profundamente en nuestro interior ante la innumerable multitud de aquellos que aquí han sufrido, o han sido asesinados. Este silencio, sin embargo, se convierte en una petición en alta voz de perdón y reconciliación, un grito al Dios viviente para que no permita nunca jamás una cosa así”.
“El Papa Juan Pablo II estuvo aquí como hijo del pueblo polaco. Yo estoy aquí como hijo del pueblo alemán, y precisamente por esto debo y puedo decir como él: No podía no venir aquí. Tenía que venir. Era y es un deber frente a la verdad y al derecho de cuantos han sufrido, un deber ante Dios, de estar aquí como sucesor de Juan Pablo II y como hijo del pueblo alemán - hijo de aquel pueblo sobre el que un grupo de criminales alcanzó el poder mediante promesas mentirosas, en nombre de perspectivas de grandeza, de recuperación del honor de la nación y de su relevancia, con previsiones de bienestar y también con la fuerza del terror y de la intimidación, de manera que nuestro pueblo pudo ser utilizado y abusado como instrumento de su codicia de destrucción y dominio. Si, no podía no venir aquí”.
“Es todavía éste el objetivo por el que me encuentro hoy aquí: para implorar la gracia de la reconciliación - de Dios ante todo, el único que puede abrir y purificar nuestros corazones; de los hombres que aquí han sufrido, y finalmente la gracia de la reconciliación para todos aquellos que, en esta hora de la historia, sufren en un modo nuevo bajo el poder del odio y de la violencia fomentada por el odio”.
“¡Cuántas preguntas se nos plantean en este lugar! Surge siempre de nuevo la pregunta: ¿Dónde estaba Dios en aquellos días? ¿Por qué Él ha callado?... Nosotros no podemos escrutar el secreto de Dios - vemos solamente fragmentos y nos equivocaremos si queremos convertirnos en jueces de Dios y de la historia. No defenderíamos , en tal caso al hombre, sino que contribuiríamos solamente a su destrucción. No - en definitiva, debemos continuar con el humilde pero insistente grito hacia Dios: ¡Despierta! ¡No te olvides de tu criatura, el hombre! Y nuestro grito hacia Dios debe ser al mismo tiempo u grito que penetra en nuestro mismo corazón, para que se despierte en nosotros la escondida presencia de Dios - para que ese poder suyo que Él depositado en nuestros corazones no sea tapado y sofocado en nosotros por el fango del egoísmo, del miedo de los hombres, de la indiferencia y del oportunismo. Emitamos este grito ante Dios, dirijámoslo a nuestro mismo corazón, justamente en nuestra hora presente, en la que amenazan nuevas desventuras, en la que parecen emergen nuevamente de los corazones de los hombres todas las fuerzas oscuras: por una parte, el abuso del nombre de Dios para la justificación de una violencia ciega contra personas inocentes: por otra parte, el cinismo que no conoce a Dios y que escarnece la fe en Él”
“El lugar en el que nos encontramos es un lugar de la memoria. El pasado no es jamás sólo pasado. Nos atañe a nosotros y nos indica las vías a no tomar y las vías a tomar… Si, tras estas lápidas se esconde el destino de innumerables seres humanos. Ellos conmueven nuestra memoria, conmueven nuestro corazón. No quieren provocar en nosotros el odio: nos demuestran más bien que terrible es la obra del odio. Quieren llevar a la razón a reconocer el mal como mal y rechazarlo; quieren suscitar en nosotros la valentía del bien, de la resistencia contra el mal”.
“Gracias a Dios, con la purificación de la memoria, a la cual nos empuje este lugar de horror, crecen a su alrededor múltiples iniciativas que quieren poner un límite al mal y dar fuerza al bien… Así podemos esperar que del lugar del horror despunte y crezca una reflexión constructiva y que al recordar ayude a resistir el mal y hacer triunfar el amor”.
Tras haber dejado el Campo de Birkenau, el Santo Padre se dirigió al aeropuerto de Krakov/Balice donde tuvo lugar la ceremonia de despedida, antes de su regreso a Italia. (SL) (Agencia Fides 29/5/2006 Líneas: 78 Palabras: 976)


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