VATICANO - El Papa Benedicto XVI ordena a 15 sacerdotes: “El sacerdote está totalmente insertado en Cristo para que, partiendo de Él y actuando según Él, realice en comunión con Él, el servicio del único Pastor Jesús, en el que Dios, como hombre, quiere ser nuestro Pastor”

lunes, 8 mayo 2006

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - El pasado 7 de mayo, cuarto Domingo de Pascua, día en el que se celebra la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, el Santo Padre Benedicto XVI, presidió en la Basílica Vaticana la Celebración Eucarística durante la que confirió la Ordenación Sacerdotal a 13 diáconos de la Diócesis de Roma y a dos religiosos de la orden de los Carmelitas Descalzos (OCD). Con el Santo Padre concelebraron el Cardenal Camilo Ruini, Vicario General para la Diócesis de Roma, el Vicegerente y los Obispos Auxiliares, los Superiores de los Seminarios interesados y los Párrocos de los ordenandos.
En la homilía el Santo Padre reflexionó sobre la figura del Buen Pastor: “En el Antiguo Oriente, los reyes solían designarse a sí mismos como pastores de su pueblo. En el Antiguo Testamento Moisés y David, antes de ser llamados a convertirse encabezas y pastores del Pueblo de Dios, fueron efectivamente pastores de rebaños. En las tribulaciones del periodo del exilio, frente al fracaso de los Pastores de Israel, esto es, de las guías políticas y religiosas, Ezequiel trazó la imagen de Dios mismo como el Pastor de su pueblo”. Jesús es “el Buen Pastor en el que Dios toma el cuidado de su criatura, el hombro, recogiendo a los seres humanos y conduciéndolos al verdadero pasto”. San Pedro puso en evidencia que “se puede ser pastor del rebaño de Jesucristo solamente por medio de Él y en la más íntima comunión con Él. Es precisamente esto lo que se expresa en el Sacramento de la Ordenación: el sacerdote es totalmente insertado en Cristo para que, partiendo de Él y actuando con vistas a Él, desarrolle en comunión con Él el servicio del único Pastor Jesús, en el que Dios, como hombre quiere ser nuestro Pastor”.
El pasaje del Evangelio proclamado en este domingo es sólo una parte del gran discurso de Jesús sobre los pastores, señaló el papa, en el que “Jesús, antes de designarse como Pastor, dice para sorpresa nuestra: “Yo soy la puerta” (Jn. 10, 7). Es a través de Él que se debe entrar en el servicio de pastor. Jesús lo afirma claramente cuando dice: “Quien no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que sube por otro lado, es un ladrón y un bandido” (Jn. 10, 1). La palabra “sube” evoca la imagen de uno que trepa para entrar en el recinto para llegar, saltando, allí donde legítimamente no podría llegar. “Subir”, puede ser aquí también imagen del deseo de “hacer carrera”, del querer llegar “alto”, de procurarse una posición mediante la Iglesia: servirse, no servir. Es la imagen del hombre que, a través del sacerdocio, quiere hacerse importante, convertirse en un personaje. La imagen de aquel que busca sólo su propia exaltación y no el humilde servicio de Jesucristo. Pero el único ascenso legítimo hacia el ministerio pastoral es la cruz. Es esta la puerta... Entrar por la puerta, que es Cristo, quiere decir conocerlo y amarlo siempre más, para que nuestra voluntad se una a la suya y nuestro modo de actuar se haga una cosa sola con su modo de actuar”.
Después el Santo Padre Benedicto XVI ilustró tres aspectos que hacen referencia a la figura del verdadero pastor: “Él da la propia vida por las ovejas; las conoce y ellas le conocen; está al servicio de la unidad”. “El misterio de la cruz está en el centro del servicio de Jesús como pastor: es el verdadero gran servicio que Él nos hace a todos nosotros. Es a partir de lo que aprendemos también qué significa celebrar la Eucaristía en modo adecuado: es un encontrar al Señor que por nosotros se despoja de su gloria divina, se deja humillar hasta la muerte en cruz y se dona a todos nosotros”. El Santo Padre señaló que “es muy importante para el sacerdote la misa cotidiana”, que debe convertirse en “una escuela de vida, en la que aprendemos a donar nuestra vida. La vida no se entrega solo en el momento de la muerte y no solo con el martirio. Nosotros debemos entregarla cada día”.
El Señor en el Evangelio dice todavía: “Yo conozco mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mi y yo conozco al Padre” (Jn. 10, 14-15). “Son dos relaciones aparentemente diversas que aquí se encuentran entrelazadas la una con la otra: la relación entre Jesús y el Padre y la relación entre Jesús y los hombres a Él confiados - explicó el Santo Padre -. Pero las dos relaciones van juntas, porque los hombres, a fin de cuentas, pertenecen al padre y están en su busca. Cuando se dan cuenta de que uno habla solamente en su nombre y sacando sólo de uno mismo, intuyen entonces que éste no puede ser lo que están buscando. Sin embargo, allí donde resuena en una persona la voz del Padre, se abre la puerta de la relación que el hombre espera. Así debe ser también en nuestro caso. Antes que nada, en nuestro interior, debemos vivir la relación con Cristo y a través suyo con el Padre; entonces los hombres se dan cuenta de que han encontrado al verdadero pastor”.
Finalmente el Señor habla del servicio de la unidad confiado al pastor: “La misión de Jesús atañe a la humanidad entera, y por esto se le ha dado a la Iglesia una responsabilidad con respecto a toda la humanidad, para que ésta reconozca a Dios, aquel Dios que, para todos nosotros, se ha hecho hombre en Jesucristo, ha sufrido, ha muerto y ha resucitado. La Iglesia jamás debe contentarse con el grupo de aquellos que ya ha conseguido. No puede retirarse cómodamente en los límites del propio ambiente. Está encargada de la solicitud universal, debe preocuparse de todos. Esta gran tarea debemos “traducirla” en nuestras respectivas misiones. Obviamente, un sacerdote un pastor de almas, debe sobre todo preocuparse de aquellos que creen o viven con la Iglesia, que buscan en ella el camino de la vida y que por su parte, como piedras vivas, construyen la Iglesia y así edifican y sostienen también al sacerdote. Sin embargo, debemos siempre - como dice el Señor - salir “por los caminos y por los cercados” (Lc. 14, 23) para llevar la invitación de Dios a su banquete también a aquellos hombres que hasta ahora todavía no han sentido nada, o no han sido tocados interiormente. El servicio de la unidad tiene tantas formas. Dentro de él se debe trabajar siempre por la unidad interior de la Iglesia, para que ella, más allá de todas sus diversidades y límites, sea un signo de la presencia de Dios en el mundo que sólo puede crear esa unidad”. (S.L.) (Agencia Fides 8/5/2006. Líneas: 73 Palabras: 1174)


Compartir: