VATICANO - Peregrinación de los Jesuitas a la Tumba de San Pedro. El Papa Benedicto XVI recuerda la figura de San Francisco Javier: “Sigue siendo una llamada para que se continúe la acción misionera en los grandes Países del continente asiático”.

lunes, 24 abril 2006

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - El 22 de abril de 1541 Ignacio de Loyola y sus primeros compañeros emitieron sus votos solemnes ante la imagen de María de la Basílica de San Pablo Extramuros. En este aniversario, dentro de las celebraciones del Año Jubilar del 450º Aniversario de la muerte de San Ignacio de Loyola y del 500º Aniversario del nacimiento de San Francisco Javier y del Beato Pedro Fabro, la Compañía de Jesús ha promovido una peregrinación a la Tumba de San Pedro. Al termino de la celebración eucarística celebrada por el Card. Angelo Sodano, Secretario de Estado, en la Patriarcal Basílica Vaticana, el pasado sábado 22 de abril, el Santo Padre Benedicto XVI bajó a la Basílica para saludar a los participantes en la peregrinación. “Vuestra visita hoy - dijo el Santo Padre - me ofrece la oportunidad de agradecer junto con vosotros al Señor por haber concedido a vuestra Compañía el don de hombres de extraordinaria santidad y excepcional celo apostólico como San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier y el Beato Pedro Fabro. Ellos son para vosotros los Padre y Fundadores: es justo, por eso, que en este año centenario los recordéis con gratitud y los contempléis como a guías iluminados y seguros de vuestro camino espiritual y de la actividad apostólica”.
San Ignacio de Loyola “fue sobre todo un hombre de Dios, que puso en el primer puesto de su vida a dios, su mayor gloria y su mayor servicio; fue un hombre de profunda oración”, recordó Benedicto XVI, exhortando a los Jesuitas a seguir el ejemplo de servicio a la Iglesia en sus necesidades más urgentes y actuales. “Entre éstas me parece importante señalar el compromiso cultural en los campos de la teología y de la filosofía, tradicionalmente ámbitos de presencia apostólica de la Compañía de Jesús, como también el diálogo con la cultura moderna, que si por una parte de gloría de maravillosos progresos en el campo científico, se encuentra fuertemente marcada por el cientificismo positivista y materialista”. El Santo Padre señaló otra gran preocupación de San Ignacio: la educación cristiana y la formación cultural de los jóvenes. “Continuad, queridos jesuitas, este importante apostolado manteniendo inalterado el espíritu de vuestro Fundador”.
“Hablando de San Ignacio no puedo dejar de recordar a San Francisco Javier - continuó el Santo Padre -, del que el pasado 7 de abril celebrábamos el Quinto Centenario de su nacimiento: no sólo su historia se ha entrelazado durante los largos años de París y Roma, sino que un único deseo - se podría decir una única pasión - los movía y sostenía en sus vicisitudes humanas, aún siendo tan distintas: la pasión de dar a Dios Trinidad una gloria cada vez mayor y de trabajar para anunciar el Evangelio de Cristo a los pueblos que lo desconocían. San Francisco Javier, que mi predecesor Pio XI, de venerada memoria, ha proclamado “patrón de las Misiones católicas”, comprendió que su misión era la de “abrir nuevas vías” al Evangelio “en el inmenso continente asiático”. Su apostolado en Oriente duró apenas diez años, pero su fecundidad se ha revelado admirable en los cuatro siglos y medio de vida de la Compañía de Jesús, porque su ejemplo ha suscitado entre los jóvenes jesuitas muchísimas vocaciones misioneras, y sigue siendo una llamada para que se continúe la acción misionera en los grandes Países del continente asiático”.
El beato Pedro Fabro, saboyano, trabajó en cambio en los países europeos. “Hombre modesto, sensible, de profunda vida interior y dotado del don de saber trabar amistad con personas de todo tipo, atrayendo de tal modo a muchos jóvenes a la Compañía, el beato Pedro Fabro discurrió su breve existencia en diversos países europeos, especialmente en Alemania, donde por orden de Pablo III participó en las Dietas de Worms, de Ratisbona y Spira, en los coloquios con los jefes de la Reforma. Pudo practicar así de manera excepcional el voto de especial obediencia al Papa, convirtiéndose para todos los jesuitas del futuro en un modelo a seguir”. El Santo Padre concluyó su discurso con esta invocación. “Que María continúe velando sobre la Compañía de Jesús para que cada uno de sus miembros lleve en su persona la “imagen” de Cristo Crucificado para tener parte en su resurrección”. (S.L.) (Agencia Fides 24/4/2006 Líneas: 50 Palabras: 751)


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