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Port Moresby (Agencia Fides) - Después del vuelo de seis horas que ha llevado al Papa de Yakarta a Port Moresby, ha comenzado la segunda etapa del 45º Viaje Apostólico a Asia y Oceanía, es decir a Papua Nueva Guinea. Esta mañana, tras celebrar la Santa Misa en privado, el Pontífice se ha dirigido a la Government House de Port Moresby para realizar la habitual visita de cortesía al Gobernador General de Papúa Nueva Guinea, Sir Bob Bofeng Dadae.
A su llegada, el Papa ha sido recibido por el Gobernador en la entrada principal de la Government House. Juntos han accedido a la Sala de Ceremonias donde, tras la firma del Libro de Honor y la foto oficial, ha tenido lugar el encuentro privado.
«Encantado de poder reunirme con el pueblo de Papúa Nueva Guinea, deseo que encuentren siempre en la oración luz y fuerza para caminar unidos por la senda de la justicia y de la paz», son las palabras escritas por el Obispo de Roma en el Libro de Honor.
Al final del encuentro, tras el intercambio de regalos y la presentación de la familia, y después de despedirse del Gobernador, el Papa Francisco se ha desplazado a la APEC Haus para el encuentro con las Autoridades, la Sociedad Civil y el Cuerpo Diplomático.
A continuación, los momentos más destacados del discurso:
En vuestra patria, un archipiélago con cientos de islas, se hablan más de ochocientas lenguas, correspondientes a otros tantos grupos étnicos. Esto pone de relieve una extraordinaria riqueza cultural y humana.
Vuestro país, además de islas y lenguas, también es rico en recursos de la tierra y de las aguas. Estos bienes están destinados por Dios a toda la colectividad y, aunque para su explotación sea necesario recurrir a competencias más amplias y a grandes empresas internacionales, es justo que se tengan debidamente en cuenta, en la distribución de los ingresos y la utilización de la mano de obra, las necesidades de las poblaciones locales.
Esta riqueza ambiental y cultural representa, al mismo tiempo, una gran responsabilidad, porque compromete a todos, gobernantes y ciudadanos juntos, a favorecer todas las iniciativas oportunas para valorizar los recursos naturales y humanos.
La condición necesaria para lograr dichos resultados duraderos es la estabilidad de las instituciones, que se ve favorecida por la concordia sobre determinados puntos esenciales entre las diferentes concepciones y sensibilidades presentes en la sociedad.
Hago votos, en particular, por el cese de las agresiones tribales, que desgraciadamente causan muchas víctimas, no permiten vivir en paz y obstaculizan el desarrollo.
En el clima generado por estas actitudes, la cuestión del status de la isla de Bougainville también podrá encontrar una solución definitiva, evitando el resurgimiento de antiguas tensiones.
Aunque a veces lo olvidamos, el ser humano, además de lo indispensable para vivir, necesita tener una gran esperanza en el corazón.
Sin esta tregua del alma, la abundancia de bienes materiales no es suficiente para dar vida a una sociedad vital y serena, trabajadora y alegre; al contrario, hace que se cierre sobre sí misma.
Los valores del espíritu influencian en gran medida la construcción de la ciudad terrena y de todas las realidades temporales, infunden un alma ―por así decirlo―, inspiran y fortalecen todo proyecto. Nos lo recuerda también el logo y el lema de mi visita a Papúa Nueva Guinea. El lema expresa todo con una sola palabra: “Pray” – “Rezar”. Quizá algunos, demasiado observantes de lo “políticamente correcto”, puedan sorprenderse por esta elección, pero en realidad se equivocan, porque un pueblo que reza tiene futuro, sacando fuerza y esperanza de lo alto. Y también el emblema del ave del paraíso, en el logotipo del viaje, es símbolo de libertad, de esa libertad que nada ni nadie puede sofocar porque es interior, y está custodiada por Dios, que es amor y quiere que sus hijos sean libres.
A todos los que se profesan cristianos ―que son la gran mayoría de vuestro pueblo― los exhorto vivamente a que no reduzcan jamás la fe a una observancia de ritos y preceptos, sino a que ésta consista en el amor, en amar y seguir a Jesucristo, y pueda convertirse en cultura vivida, inspirando las mentes y las acciones, transformándose en un faro de luz que ilumine el trayecto. De este modo, la fe podrá ayudar a la sociedad entera a crecer y encontrar soluciones, buenas y eficaces, a sus grandes desafíos.
He venido aquí para animar a los fieles católicos a que prosigan su camino y a confirmarlos en la fe. He venido a alegrarme con ellos por los progresos que están haciendo y a compartir sus dificultades; estoy aquí, como diría san Pablo, para «aumentarles el gozo» (2 Cor 1,24).
Felicito a las comunidades cristianas por las obras de caridad que llevan a cabo en el país, y las exhorto a buscar siempre la cooperación con las instituciones públicas y con todas las personas de buena voluntad, empezando por los hermanos y hermanas pertenecientes a otras confesiones cristianas y a otras religiones, por el bien común de todos los ciudadanos de Papúa Nueva Guinea.
El luminoso testimonio del beato Pedro To Rot ―como dijo san Juan Pablo II durante la misa de su beatificación―, “nos enseña a ponernos generosamente al servicio de los demás para que la sociedad se desarrolle en honestidad y justicia, en armonía y solidaridad” (cf. Homilía, Puerto Moresby, 17 enero 1995). Que su ejemplo, junto con el del beato Juan Mazzucconi, del P.I.M.E., y el de todos los misioneros que han anunciado el Evangelio en esta tierra vuestra, les den fuerza y esperanza.
Que san Miguel Arcángel, patrono de Papúa Nueva Guinea, vele siempre por ustedes y los defienda de todo peligro, proteja a las autoridades y a todos los ciudadanos de este país.
No olvidemos a las mujeres, son ellas las que llevan adelante un país. Las mujeres tienen la fuerza de dar vida, construir, hacer crecer un país. No olvidemos a las mujeres, que están en primer lugar en del desarrollo humano y espiritual.
Les doy las gracias por haberme abierto las puertas de su hermoso país, tan lejos de Roma y, sin embargo, tan cerca del corazón de la Iglesia católica. Porque en el corazón de la Iglesia está el amor de Jesucristo, que en la cruz abrazó a todos los hombres. Su Evangelio es para todos los pueblos, no está atado a ningún poder terrenal, sino que es libre para poder fecundar todas las culturas y hacer crecer en el mundo el Reino de Dios. El Evangelio se incultura y las culturas tienen que ser evangelizadas. Que este Reino de Dios encuentre plena acogida en esta tierra, para que todos los pueblos de Papúa Nueva Guinea, con la variedad de sus tradiciones, convivan en armonía y den al mundo un signo de fraternidad.
(F.B.) (Agencia Fides 7/9/2024)