VATICANO - LAS PALABRAS DE LA DOCTRINA de don Nicola Bux y don Salvatore Vitiello

viernes, 3 marzo 2006

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - Fe y Razón. "El Concilio Vaticano II hizo suyos todos los esfuerzos realizados por la teología y la filosofía en doscientos años para que se abrieran las puertas que dividían el iluminismo y fe y pudiera iniciar así un fecundo cambio": es el pensamiento-clave que, el entonces Cardenal, Jozeph Ratzinger, expresó en la carta al Presidente del Senado, Marcello Pera. Ahora que es el Papa Benedicto XVI, se comprende lo que él entiende cuando afirma que quiere proseguir la actuación del Concilio, aclarando la confusión que se ha creado en algunos, en torno al mismo. Él está convencido, como debería estarlo todo cristiano, de que hablar de Dios al hombre significa ofrecerle la razón de la existencia: cuando la Iglesia es incapaz de mostrarla, la propuesta cristiana es débil; hay una relación orgánica entre la Iglesia y el hombre, porque "sólo en el misterio del Verbo Encarnado encuentra verdadera luz el misterio del hombre". Es una afirmación central del Concilio.
Hay quien retiene que la evangelización en el mundo ha sufrido un compás de espera. Ciertamente en occidente la progresiva secularización parece incesante, se reducen cada vez más los espacios donde la fe se puede manifestar y disminuye el número de creyentes. También en los otros continentes hay problemas y dificultades para la misión. ¿Cómo es posible, nos preguntamos, que el Cristianismo esté perdiendo terreno? ¿Tenemos algo de responsabilidad en ello? La gente no sabe ya quién es Jesús, cuál es la verdadera misión de la Iglesia, que son los Sacramentos, los preceptos morales que emanan de la fe, ya no saben nada del Misterio de Dios. Pero aplauden los centros para emigrantes, para drogadictos, las fundaciones a cargo de eclesiásticos. Una Iglesia del género es cómoda porque da soluciones a muchos problemas que el Estado no consigue solucionar. El voluntariado ha reemplazado la caridad. ¿No se habrá cambiado la Iglesia por una benemérita asociación filantrópica? Más allá de las buenas intenciones, el diálogo ha sido malentendido: de ser considerado algo relativo a la pregunta de la salvación de cada hombre, se ha convertido para algunos en la Iglesia en algo aislado, casi una ideología. Si volvieran los mártires de los primeros siglos, no morirían por la verdad de la fe cristiana, porque esta ya no es considerada.
El Concilio no imaginaba que de este modo, precisamente dentro de la Iglesia habría venido una formidable contribución al relativismo. Basta sólo pensar en la idea difusa que considera que coincide el Dios de los Judíos, de los Cristianos y de los islámicos: si así fuese, no existirían tres religiones. En cambio su existencia da razón precisamente a la naturaleza de 'buscador de verdad' que es el hombre. "Su búsqueda - dijo Juan Pablo II - tiende hacia una verdad ulterior que pueda explicar el sentido de la vida; por eso es una búsqueda que no puede encontrar solución si no es en el absoluto" (Fides et Ratio, 33). Pero los partidarios del 'pensamiento débil' objetan que poner de relieve las diferencias es una forma de absolutismo, por tanto, es mejor el relativismo: decir no al relativismo significaría decir no al diálogo en todas sus formas y estar a favor del absolutismo. En verdad, el relativismo del que hablamos es el ejercitado respecto a la verdad; mientras "La absolutización de lo que no es absoluto sino relativo se llama totalitarismo" dijo Benedicto XVI a los jóvenes (Colonia, 20 de agosto del 2005). Ahora la verdad de Cristo es absoluta y por ello, debe ser anunciada.
El Papa sabe que, desde el punto de vista numérico, los cristianos en Europa constituyen todavía la mayoría, sin embargo, es una mayoría cansada y sin atractivo: ¿qué hacer? ¿Por qué hoy la fe cristiana no consigue llegar a los hombres? Esta pregunta debe planteársela el creyente y ante todo los Pastores de la Iglesia. La razón decisiva es que el modelo de vida propuesto no convence, porque parece una limitación impuesta al hombre. Por el contrario, debe manifestarse en toda su amplitud y libertad, que no experimenta el vínculo del amor como dependencia limitante sino como apertura a la grandeza de la vida. Es la renovación del Concilio que debe ser más profunda. Para actuarla el Santo Padre considera necesario que existan minorías convencidas que tengan la valentía de vivir así: hombres y mujeres que, en el encuentro con Cristo, hayan encontrado la "perla preciosa" y que con el pasar del tiempo hagan emerger el valor de la razón, para abrirla y curarla de su cansancio y pereza. Tales minorías, compuestas de laicos y católicos, que buscan y que creen, serán "minorías creativas" sacando la fuerza perenne de la Iglesia, y podrán contribuir a devolver la vida y mostrar al mundo que en el cristianismo la racionalidad se ha convertido en religión. (Agencia Fides 3/3/2006 - Líneas: 54 Palabras: 816)


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