VATICANO - Entrevista a Su Eminencia el Card. Crescenzio Sepe, Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, sobre su visita pastoral en Sudán

lunes, 27 febrero 2006

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - El Card. Crescenzio Sepe, Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, acaba apenas de volver de una visita pastoral por Sudán, dónde ha estado del 17 al 25 de febrero. Le hemos dirigido algunas preguntas a su regreso a Roma.

¿Eminencia, acaba de volver de un largo viaje por Sudán, un país que se está encaminando con dificultad hacia la pacificación y dónde sin embargo, amplias zonas son todavía presa de la violencia y viven situaciones de emergencia. En los días de su visita ha sido derribado un helicóptero gubernativo, se ha lanzado la alarma por la reanudación del cólera, se han señalado numerosas incursiones de rebeldes… ¿Qué motivos había para emprender este viaje?
Acogí con gran alegría la invitación dirigida por la Conferencia Episcopal de visitar Sudán. También he ido en nombre del Santo Padre Benedicto XVI, para testimoniar Su solidaridad y llevar Su especial Bendición Apostólica. He querido demostrar la preocupación de toda la Iglesia por la situación deplorable en que viven muchos de nuestros hermanos en Sudán, a causa del odio, de la guerra y del extremismo religioso que han condicionado duramente su vida sobre todo en los últimos veinte años. Además era mi deseo entregar personalmente la contribución recogida durante la Navidad en la subasta de beneficencia organizada por Propaganda Fide, destinado precisamente a los niños de Sudán. Un pequeño gesto, quizás una gota en un mar de necesidades, pero con muchas gotas crece el río… Como escribía San Pablo en su carta a los Corintios, el cuerpo, aun siendo uno, tiene muchos miembros, y cuando uno de sus miembros sufre, sufre todo el cuerpo. Así la Iglesia difundida por todo el mundo, aún siendo unoa, reunida por el amor del Padre, sufre toda entera mientras haya alguno de sus miembros, aún en la región más perdida del mundo, que sufra por cualquier motivo. Con este viaje pastoral he querido alentar a la Iglesia de Sudán a que no se sienta abandonada; antes bien, toda la Iglesia la sustenta con la fe, con la oración y con la caridad.

¿Cuál situación ha encontrado?
La situación es extremadamente compleja desde elpunto de vista religioso, social y económico. El resultado de la larga guerra civil es pesado: guerrilla, violencia gratuita, actos de vandalismo… sin contar con la destrucción de las estructuras, de las obras públicas, la difusión de enfermedades, la pobreza extrema que condiciona la vida sobre todo de las jóvenes generaciones. También entre las filas de la Iglesia son numerosos los sacerdotes y religiosos que han sufrido traumas profundos a causa de la guerra civil, y qué ahora está tratando de recuperarse. Por no hablar luego del drama del Darfur, que es todavía una llaga abierta y sangrante.

En este contexto ¿cuál es la situación de la Iglesia? ¿Cómo logra continuar su misión?
La Iglesia de Sudán no ha dejado nunca de trabajar por el anuncio de Cristo y de la Buena Nueva, por la reconciliación y por la paz, aún en situaciones extremas de dificultad. En nombre de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, he expresado el más sentido agradecimiento por la gran contribución que Obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, sobre todo tantos catequistas, no han dejado nunca de realizar en orden al crecimiento de la Iglesia en este área, tratando de garantizar la instrucción y la educación a los jóvenes, la asistencia sanitaria a los enfermos, la ayuda a los más pobres, sin ningún prejuicio de raza o religión. Los problemas han sido y son distintos del Norte al sur, dónde a causa de la guerra, la vida y la misión de la Iglesia ha sufrido los más pesados condicionamientos. Ahora, con el acuerdo de paz firmado hace un año, se espera que todo pueda volver gradualmente a la normalidad. Se ha reconocido desde diversas partes, que la Iglesia, durante el tiempo de guerra, ha estado siempre presente, buscando continuamente de la paz, permaneciendo al lado de la gente que sufría, trabajando por la reconciliación y la superación de las dificultades. La Iglesia no tiene soluciones políticas que proponer ni es esta su misión, pero siempre tiene el deber de recordar a todos, creyentes y no creyentes, los principios del Evangelio de Jesucristo y la dignidad de la persona humana, de toda persona, creada a imagen y semejanza de Dios. Ahora es necesario devolver la confianza a las personas, devolverles la esperanza en el futuro, por medio de iniciativas ecuménicas con las otras Iglesias presentes en Sudán. Además la misión de la Iglesia es la misión de Cristo, que continúa en la historia del mundo. El Papa Benedicto XVI, en su primera carta encíclica, ‘Deus Caritas Est’, nos recuerda: "El amor es el servicio que presta la Iglesia para atender constantemente los sufrimientos y las necesidades, incluso materiales, de los hombres. (…) Por lo que se refiere a los colaboradores que desempeñan en la práctica el servicio de la caridad en la Iglesia, ya se ha dicho lo esencial: no han de inspirarse en los esquemas que pretenden mejorar el mundo siguiendo una ideología, sino dejarse guiar por la fe que actúa por el amor " (DCE 19; 33).

¿Cuáles son los obstáculos que la Iglesia encuentra en Sudán en el desarrollo de su ministerio?
Los mayores obstáculos son en el fondo comúnes a muchas otras áreas de nuestro planeta, aunque aquí asuman ciertas connotaciones ligadas a la situación particular: el motivo de fondo es que el mundo no desea escuchar el mensaje de Cristo, porque pone intensamente en discusión el hombre y su acción. La erosión de tantos valores, entre ellos el concepto de la familia y del matrimonio cristiano, el laicismo, la urbanización, el paro y el materialismo, unidos a una fragilidad de fondo de la fe, hacen hoy difícil la predicación de la Buena Nueva también en Sudán. No podemos además olvidar la pobreza difusa, las situaciones de violencia injustificada e intereses contrapuestos, el egoísmo y el abuso de poder que afectan sobre todo a los más indefensos. Otro grave desafío viene de las sectas, que se muestran cada vez más atrevidas y aguerridas, de las conversiones forzadas, de la influencia de otras tendencias negativas como son el tribalismo y el etnocentrismo. A cuantos se sienten desmoralizados frente a tantas y complejas dificultades, quizá tentados de abandonar todo, les he propuesto el ejemplo de San Pablo, que fue golpeado, insultado, desechado, ultrajado, encarcelado y por fin condenado a muerte por su predicación. Pero ninguna de estas cosas consiguió hacerlo desistir. No se avergonzó nunca de su ministerio, porque por medio de el podía manifestarse la fuerza de Dios (Cf Rm 1, 16). La fuerza propulsiva para Pablo era más fuerte que todo: "El amor de Cristo nos impulsa" (2 Cor 5, 14). Este llamamiento ha sido bien comprendido por todos, Obispos, religiosos, religiosas, catequistas, laicos, a quienes he querido confirmar en su decisión de continuar con generosidad su ministerio.

¿Cómo responder a todos estos desafíos?
La Iglesia ya trabaja en diversos frentes, partiendo del más básico de la formación, inicial y permanente, que concierne a todos: seminaristas, sacerdotes, religiosos, religiosas y la gran fila de laicos, sobre todo Catequistas, que constituyen la espinosa dorsal, capilar y difusa, de la obra de evangelización. El proceso de formación intelectual y humana así como la actividad caritativa y de promoción, se enraiza en una profunda vida de fe, en la unión con Cristo a través de la oración cotidiana, la celebración de los Sacramentos, el estudio y la meditación de la Palabra de Dios. Todos aspectos que deben ser atendidos y promovidos. Un compromiso particular que he querido evidenciar durante mi viaje, ha sido la búsqueda continua de la unidad de la Iglesia y de la coordinación de las iniciativas pastorales, para que no haya dispersión de energías o superposición de actividades similares.

Usted ha celebrado el quinto aniversario de su elección a la Púrpura Cardenalicia y la fiesta de la Cátedra de San Pedro muy lejos de Roma. ¿Qué sentimientos suscitaron en Usted estas dos celebraciones?
Considero un don de Dios haber celebrado en campo misionero, y con gran emoción, estas dos solemnidades. Un tiempo, hablando de los Cardenales, se ponía en evidencia los honores y los privilegios de los Príncipes de la Iglesia. Hoy, se subraya precisamente, sobre todo su papel como primeros colaboradores del Sucesor de Pedroen el gobierno y en la construcción de la Iglesia extendida por todo el mundo. En esta amada tierra africana, ha podido realmente palpar la importancia de este ministerio, he podido renovar mi profesión de fe y me he sentido como el cirineo del Evangelio, llamado a ayudar al Señor a llevar su cruz. También los hermanos sudaneses llevan desde hace años su cruz, una cruz pesada, a veces agobiante, que casi les apalasta con su peso. Pero este sufrimiento no es un fin en sí mismo. Para quien tiene el don de la fe, después de las tinieblas del Calvario llega el alba de la Resurrección. Yo les he animado en este camino, he compartido sus angustias y los he invitado a cultivar la esperanza que no decepciona, porque viene de Dios.
En el día de la fiesta de la Cátedra de San Pedro celebré la Santa misa por la mañana en la Catedral de Rumbek y después por la tarde en la de Wau. Se podría pensar que la lejanía geográfica de Roma pueda hacer más débil la unión con la Sede de Pedro, pero no es así. No había más que ver con cuanta conmoción percibían los fieles la cercanía del Santo Padre, sentían que realmente el Papa se interesa por su suerte, que reza por ellos, que está cercano de diversos modos. Con mucha devoción acogieron después la Bendición Apostólica del Pontífice y en sus ojos era evidente una intensa participación espiritual cuando les invité a rezar por el Papa Benedicto XVI. He podido así experimentar en profundidad la "catolicidad" de la Iglesia de Jesucristo, fundada en la sangre de los Apóstoles y dirigida por el Sucesor de Pedro. Conmovedor fue también el canto, en latín, dell' "Oremus pro Pontifice nostro Benedicto. Dominus conservet Eum… ", al que la asamblea respondió con aplausos y gritos de alegría.

Al término de este viaje pastoral ha realizado también la visita en el atormentado Darfur…
Quisiera repetir elllamamiento que he lanzado durante mi visita a un campo de refugiados en el Darfur, última etapa de mi viaje a Sudán, la más dolorosa y angustiosa. Mi presencia en el campo de refugiados ha querido mostrar la solidaridad de la Iglesia, que también en esas trágicas circunstancias, continua predicando el Evangelio de la verdad, del amore, de la justicia y de la paz. Desde allí quise exhortar a todas las personas de buena voluntad para queintervengan ofreciendo hospitalidad, asistencia y protección a los refugiados, y lancé un llamamiento a las Naciones y a la Comunidad internacional para que se pongan en práctica las acciones decisivas para frenar esta horrible situación, que el Venerable Papa Juan Pablo II describió como "una vergonzosa herida de nuestros días". De la visita, he podido constatar la alegría de la comunidad católica y el entusiasmo y orgullo de su fe, incluso en ese territorio particularmente difícil. (S.L) (Agencia Fides 27/2/2006, Líneas: 128 Palabras: 1.902)


Compartir: