Marzo de 2006: "Para que crezca en toda la Iglesia esa conciencia misionera, común a todos, capaz de fomentar la colaboración y el intercambio entre los agentes misioneros " Comentario a la intención Misionera indicada por el Santo Padre a cargo de Su Eminencia el Cardenal Giacomo Biffi, Arzobispo emérito de Bolonia (Italia)

viernes, 24 febrero 2006

Bolonia (Agencia Fides) - La Iglesia Católica bajo el perfil organizativo es la realidad más descentrada del mundo. Cada diócesis, incluso cada parroquia, tiene una vida autónoma, una grande independencia administrativa, un patrimonio inmobiliario propio en línea de principio inalienable.
Los "extraños" no tienen con frecuencia, las ideas claras sobre este punto, y cuando se trata de algunas dificultades, sobre todo económicas, aún de las entidades más periféricas, siempre tiene la tentación de sacar a la luz el "Vaticano" (que debe por el contrario pensar en sus propios casos). Quién por el contrario ha trabajado como párroco, sabe bien como están las cosas: no olvida que ante cualquier necesidad o cualquier problema generalmente ha tenido que resolverlo por si solo, como es justo, con la ayuda de fuerzas locales.
Pero paradójicamente tal realidad tan descentrada es la más "una" que existe sobre la faz de la tierra. "Creo en la Iglesia una” decimos en la profesión de fe. Está tan íntimamente concadenada que constituye un único "cuerpo", que es el "Christus totus" (el "Cristo total"). Cada diócesis, cada parroquia, cada legítima agregación, es ella misma y tendrá su propia identidad, solo si no pierde la conciencia de esta sustancial conexión. Toda comunidad cristiana se legitima en el momento en que siente también cargar sobre si la incumbencia, la responsabilidad, el impulso apostólico que braman y en el corazón de la única Esposa del Señor; y cada comunidad cristiana, en la medida de sus posibilidades, busca - debe buscar - corresponder a tales ineludibles apremios.
Esto vale con particular urgencia en el mandato de evangelizar, en la acepción más intensa del término. Se trata de dar a conocer a todos al Señor Jesús, el único Salvador de los hombres y el único que puede dar sentido a nuestra existencia; se trata de hacer llegar a toda criatura la luz, la gracia, la suerte de la regeneración bautismal; se trata de instalar en todos los rincones del universo el "Reino", es decir la santa Iglesia Católica según el concepto que nos enseña el Concilio Vaticano II: "La Iglesia es el Reino de Cristo ya presente sacramentalmente en el mundo" (Lumen gentium 3: "Ecclesia seu Regnum Christi iam praesens en mysterio"). Que luego Dios (estamos bien persuadidos de ello), no dejará que se pierdan todos los que sin culpa no hayan recibido el “anuncio” esto es ya cosa suya, y Él no dejará de realizar en ellos su voluntad salvadora universal. Pero nuestro tarea permanece intacta e inderogable: es la tarea de "anunciar"; y "¡ay de nosotros si no predicamos el Evangelio!” (cfr 1 Cor 9.16).
Cada núcleo de creyentes - más aún, cada cristiano que ama a nuestro Señor Jesucristo - está llamado a cultivar esta ansiedad misionera, intentando e volviendo a intentar realizarla lo mejor que se pueda: con el interés, con todo tipo de ayuda concreta, con la contribución del propio tiempo y la propia obra, y, si el Padre del cielo lo quiere, con la dedicación de la vida.
La generosidad de nuestras comunidades luego, si es perseverante y sistemática, no se quedará sólo en una donación con un único sentido: fácilmente y felizmente dará origen a un "intercambio": de los territorios de misión, alcanzados por nuestra caridad fraterna, llegarán a las cristianidades de antigua fecha, a menudo entumecidas y casi exangües, las ayudas de una fe joven y fresca y una cultura rica en tantos valores humanos, que pudieran haber padecido algún desgaste y algunos eclipses de nosotros. Se aumentará así la vitalidad del "Cristo total" y la alegría de las filas celestes. (Cardenal Giacomo Biffi) (Agencia Fides 24/2/2006; Líneas: 44 Palabras: 648)


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