VATICANO - La Carta Apostólica “Antiquum ministerium” y la memoria de los catequistas mártires, "fuente fecunda" de espiritualidad cristiana

jueves, 20 abril 2023 catequistas   mártires  

Dos años después de la publicación de la Carta Apostólica “Antiquum ministerium”, con la que el Papa Francisco instituyó el ministerio del catequista en la Iglesia (10 de mayo de 2021), y en el contexto del décimo año de su Pontificado, Fides dedica algunas reflexiones al servicio eclesial del catequista, con particular referencia a los lugares de primera evangelización

Por Stefano Lodigiani

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) – “La larga lista de beatos, santos y mártires catequistas, que ha marcado la misión de la Iglesia, merece ser conocida porque constituye una fuente fecunda no sólo para la catequesis, sino para toda la historia de la espiritualidad cristiana” (AM, 3). Precisamente, la sugerencia de recordar a los catequistas mártires es una de las primeras indicaciones que se recuerdan en Antiquum ministerium, la Carta Apostólica -publicada en forma de motu proprio el 11 de mayo de 2021- con la que el Papa Francisco instituyó el ministerio laical del catequista.
Entre la preciosa hueste de catequistas mártires figura Isidoro Ngei Ko Lat, que compartió el martirio en Birmania por odio a la fe con el padre Mario Vergara, misionero del PIME, en mayo de 1950. Ambos fueron beatificados el 24 de mayo de 2014.
No hay mucha información sobre la vida del catequista Isidoro, que fue el primer bautizado birmano en ser beatificado. Pertenecía a una familia de campesinos que habían abrazado la fe católica. Desde muy joven frecuentó a los misioneros. Debido a su mala salud, tuvo que abandonar el seminario menor de Toungoo, donde había demostrado gran fervor y compromiso. Regresó con su familia resuelto, no obstante, a ofrecer su vida a la proclamación del Evangelio. No se casó y abrió una escuela pública gratuita en su pueblo, donde también daba catequesis. En 1948, conoció al padre Vergara, que le invitó a servir como catequista. Isidoro permanecería al lado del misionero hasta el final, compartiendo con él incluso el martirio.
En África destacan las figuras de dos jóvenes catequistas mártires ugandeses, los beatos David Okelo y Gildo Irwa, que vivieron a principios del siglo XX. Pertenecían a la tribu acholi, cuyos miembros habitan principalmente en el norte de Uganda. Su martirio se produjo tres años después de la fundación por los misioneros combonianos de la misión de Kitgum (1915).
A los dos jóvenes les unía una profunda amistad y el deseo de dar a conocer el cristianismo a sus compatriotas. No se sabe con certeza su fecha de nacimiento, pero sí la de su bautismo (6 de junio de 1916), de su confirmación (15 de octubre del mismo año) y de su martirio (19 de octubre de 1918). En aquella época David tenía 16/18 años y Gildo 12/14. En los primeros meses de 1917, al morir el catequista del pueblo de Paimol, David pidió al superior de la misión de Kitgum si podía sustituirle. Le asignaron como ayudante al joven Gildo Irwa. En Paimol, los dos jóvenes catequistas se dedicaron sin descanso a su misión, además de ganarse el pan trabajando en el campo. Enseñaban el catecismo, dirigían las oraciones y animaban los cantos. En poco tiempo se hicieron querer por todos. Entre el 18 y el 20 de octubre de 1918, murieron atravesados por las lanzas de dos adwi, que se habían levantado en armas contra las imposiciones de los jefes coloniales. Antes de matarlos, sus verdugos les pidieron que abandonaran el pueblo y dejaran de enseñar el catecismo, para salvar sus vidas, pero se negaron. Fueron beatificados el 20 de octubre de 2002, Jornada Mundial de las Misiones.
El beato Peter To Rot (1912-1945), catequista, mártir, primer beato de Papúa Nueva Guinea, fue asesinado en tiempos de la ocupación japonesa por negarse a aceptar la poligamia. Se le recuerda como hombre de oración y por su fe viva y valiente, que le llevó a seguir a Jesucristo con determinación hasta el martirio.
Peter To Rot fue un “cristiano de segunda generación” que siguió los pasos de sus padres. Padre de familia, catequista y profesor, murió mártir de la fe cristiana tras trabajar duro para convertirse en un buen profesor y catequista. Estaba casado y llevaba una vida conyugal y familiar conforme a las enseñanzas del Evangelio. Defendió los valores del matrimonio y resistió a la cultura tradicional de la poligamia y a las leyes del ejército imperial japonés. Murió por negarse a renegar de su fe. Fue beatificado el 17 de enero de 1995 por Juan Pablo II durante su viaje pastoral a Papúa.
El 27 de octubre de 2018, en Morales, Guatemala, fueron beatificados el misionero padre Tullio Maruzzo, OFM, y el catequista indígena Luis Obdulio Arroyo, “testigos fieles de la paz y del compromiso cristiano en el departamento de Izabal, durante años de violencia y persecución”.
El padre Tullio Marcello Maruzzo era misionero en Guatemala desde 1960. Tras una vida de intenso apostolado, fue asesinado en Quiriguá, en el departamento de Izabal, el 1 de julio de 1981. En aquella emboscada también perdió la vida Obdulio Navarro, un joven catequista que nunca se separó de su lado, a pesar de que sabía que era extremadamente peligroso dejarse ver en su compañía.
Luis Obdulio Navarro, franciscano seglar guatemalteco, laico de la diócesis de Izabal, catequista y colaborador en diversas actividades pastorales, nació el 21 de junio de 1950 en Quiriguá, Los Amates, Izabal (Guatemala). Tenía 30 años cuando fue asesinado. Durante la misa de beatificación, se recordaron algunos elementos de la espiritualidad que compartían: “el estilo de vida sencillo y alegre, propio de los pobres de espíritu; el celo ardiente por el Evangelio, que sostiene a los constructores de paz; el cuidado solícito de los pobres y la defensa valiente de los últimos, que caracterizan a los hombres de buena voluntad. Rasgos que constituyen para nosotros un mensaje que sigue siendo actual”.
El catequista laosiano Isidore Ngei Ko Lat, los jóvenes catequistas ugandeses Davide Okelo y Gildo Irwa, el catequista neoguineano Peter To Rot, el catequista guatemalteco Luis Obdulio Arroyo, junto a un sinfín de hermanos y hermanas de todas las edades y condiciones sociales, en todas las latitudes, han dado testimonio y proclamado la fe. Todo ello sin haber recibido un “mandato” explícito para ejercer este ministerio, como ahora lo ha establecido el Papa Francisco en su Carta Apostólica “Antiquum ministerium”.
Puesto que “el Espíritu Santo es en verdad el protagonista de toda la misión eclesial; su obra resplandece de modo eminente en la misión ad gentes” (Redemptoris Missio 21), después de haber escuchado, tal vez por primera vez, el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, y de haber aprendido de los misioneros los rudimentos de la fe, movidos por el Espíritu, estos hombres se dedicaron a esta tarea con determinación, con humildad, con sacrificio, siguiendo lo que el mismo Espíritu les sugería, despreocupados de incomprensiones y peligros. Su papel fue, y sigue siendo, fundamental para la evangelización, especialmente en las tierras y entre los pueblos de primera evangelización.
Algunos catequistas murieron junto a los misioneros con los que compartían la obra evangelizadora, unidos en la vida como en el testimonio supremo de la fe que anunciaban. Otros catequistas, allí donde no fue posible iniciar y mantener una presencia estable de sacerdotes, gastaron su vida anunciando el Evangelio, preparando a jóvenes y adultos a recibir los sacramentos, animando la oración comunitaria, ayudando a los necesitados sin ninguna exclusión.
Si el proceso de canonización permite investigar y verificar con precisión las fechas, lugares y circunstancias de los catequistas mártires, no debemos olvidar la innumerable multitud de quienes han dedicado su vida a este servicio, desde las primeras comunidades cristianas, aun sin derramamiento de sangre: sus nombres permanecerán desconocidos para el mundo, quizá para siempre, pero ciertamente, según la promesa del Señor, están escritos en los cielos... (cfr Lc 10, 17-24). Recordarlos, por tanto, no significa mirar al pasado, su testimonio sigue evangelizando hoy y es un impulso para los catequistas de nuestro tiempo y para las nuevas comunidades cristianas que nacen y crecen en nuestro tiempo. Como dijo San Pablo VI en palabras de las que más tarde se hicieron eco y repitieron muchos, “el hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan o si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio” (Evangelii Nuntiandi 41).
(Agencia Fides 20/4/2023)


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