VATICANO - Centralidad de la encíclica del Papa Benedicto XVI "Deus Caritas est" para el mundo misionero - Una breve reflexión del Card. Crescenzio Sepe, Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos

jueves, 26 enero 2006

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - El mundo misionero recibe hoy una nueva luminosa y fundamental indicación de cara a su actuación y su misma presencia en lugares y contextos tan diversos. Con su primera encíclica, el Santo Padre Benedicto XVI nos ofrece una serie de profundas reflexiones sobre el amor en sus diversas dimensiones y del ejercicio concreto del mandamiento del amor. ¿No es quizás el amor de Dios el que empuja a millares de misioneros y misioneras a abandonar situaciones a menudo acomodadas, las comodidades de la propia familia y del propio país, para ir allí dónde los empuja el viento del Espíritu y el amor a los hermanos?
Con frecuencia, en muchos de los lugares de la tierra dónde llegan, quizá por primera vez, las condiciones de vida son tan dramáticas que se corre el riesgo de caer en la tentación de buscar la eficacia, del trabajo concreto, del hacer hasta el agotamiento. De este modo se someten a las leyes del mundo contemporáneo, que sólo considera el hombre por lo que hace, por lo que produce de forma inmediata.
Pero la pedagogía de Dios es muy distinta. Siguiendo este razonamiento tendríamos que preguntarnos por qué Jesús pasó 30 años de su breve vida terrenal en el anonimato, llevando una vida silenciosa, completamente similar a la de sus coetáneos, sin dar que hablar en ningún modo de si mismo, sin realizar gestos epatantes. Quizás si hubiera iniciado antes a predicar habría podido, según nuestras categorías, llegar personalmente a otros muchos lugares, habría podido convertir un mayor número de personas, y la historia del Cristianismo habría seguido otro desarrollo.
Providencialmente el Santo Padre Benedicto XVI nos recuerda hoy, en su Encíclica, la importancia de la oración: quien reza no pierde el tiempo en detrimento de cosas más importantes. La acción del misionero se basa en la oración, porque en la oración tiene lugar el encuentro con Dios Amor, que le comunica la fuerza de su Espíritu que es el alma de la acción evangelizadora de la Iglesia. Todo lo que los misioneros consiguen realizar desde el punto de vista material - como escuelas, hospitales, centros de acogida - tiene fundamento si está construido sobre la roca de la oración. Sólo a los ojos de los necios la oración es un sustraer tiempo a la acción material. En el fondo es un acto de soberbia, porque considera que podrá hacer lo que Dios no ha podido hacer, contando sólo con nuestras débiles fuerzas.
Como revela el Santo Padre, el contacto con Cristo en la oración, en la celebración de los Sacramentos, en la meditación, evita dos peligros fundamentales: pretender conseguir hacer todo uno solo o caer en la resignación de no poder hacer nada. Cuánto ejemplos tenemos ante nuestros ojos de misioneros y misioneras, empezando por la Patrona de las Misiones, que han construido grandes cosas porque han sacado la fuerza, la energía, la inspiración del tabernáculo y del encuentro con Cristo. Sólo de este modo la presencia del misionero junto al hombre que sufre, al niño o al joven que debe educar, a la mujer marginada o explotada, se convierte en testimonio de vida cristiana, expresión del amor del prójimo enraizado en el amor de Dios, sin caer en la mera asistencia social. Sin la caridad y la oración que deriva de ella, no puede haber auténtica misión, que es donación total y sin reserva, a Dios y a los hermanos. (Card Crescenzio Sepe) (Agencia Fides 26/1/2006)


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