Constantina (Agencia Fides) - Charles de Foucauld será proclamado santo en Roma el próximo 15 de mayo. Pero en la tierra donde el Hermano Charles de Jesús dio su vida y durante años levantó y adoró la hostia consagrada en el desierto, su santidad ya acompaña e irradia día a día, por vías misteriosas y silenciosas, la vida y el camino de las multiformes comunidades cristianas dispersas en el Magreb.
En Argelia, país en el que Foucauld vivió gran parte de su incomparable aventura espiritual y en el que fue asesinado el 1 de diciembre de 1916, los obispos y los representantes de las diferentes comunidades eclesiales presentes en el país han comenzado a hablar sobre cómo realizar localmente el camino hacia la ceremonia de canonización. «Se está elaborando ya un programa - confía a la Agencia Fides Nicolas Lhernould, de 46 años, desde diciembre de 2019 obispo de Constantina-. Ya está listo un folleto en francés y árabe con la vida y los principales puntos de la espiritualidad del futuro santo, y también una exposición itinerante creada en 2016, con motivo del centenario de su muerte, que ahora se exhibe en la basílica de Notre Dame d'Afrique de Argel, y que servirá para dar a conocer su historia y espiritualidad. También se está considerando la posibilidad de que nuestras comunidades realicen peregrinaciones locales a los lugares donde vivió el Hermano Charles. Serán peregrinaciones ‘familiares’ de pequeños grupos, no peregrinaciones multitudinarias. En consonancia con el rasgo de discreción y pequeñez que caracteriza nuestra experiencia eclesial».
«La anunciada canonización de Charles de Foucauld -señala monseñor Lhernoud- se inscribe en una serie de acontecimientos y aniversarios que tocan nuestro presente y nuestra memoria eclesial. Todavía estamos conmemorando el 25º aniversario de la muerte del cardenal Léon-Étienne Duval, que fue arzobispo de Argel de 1954 a 1988 y dirigió la Iglesia argelina en los años cruciales de la descolonización y la independencia. El reciente reconocimiento de las virtudes heroicas de Magdeleine de Jesús, que en 1939 fundó las Hermanitas de Jesús en Touggourt, en el Sáhara argelino, siguiendo los pasos de Charles de Foucauld, es también evocador para nosotros. Y luego está la relevancia de los mártires y santos de estas tierras, desde San Agustín hasta Pierre Claverie, obispo de Orán asesinado en 1996, y sus 18 compañeros, incluidos los 7 monjes de Tibhirine, beatificados en 2018 en la ‘explanada de la convivencia’ del santuario de Santa Cruz en Orán».
Para los católicos de Argelia, el camino hacia la canonización de Charles de Foucauld y los demás acontecimientos mencionados por Mons. Nicolas representan sobre todo oportunidades excelentes para redescubrir su vocación de ser “Iglesia de Nazaret, de relación y de encuentro”, redescubriendo su propia familiaridad gratuita con los treinta años de “vida oculta” vividos por Jesús antes de comenzar su misión pública. «La situación en la que vivimos -explica el obispo de Constantina- hace cada vez más evidente que estamos llamados no a ‘hacer’ nosotros, sino a dejarnos acoger. Estamos aquí, en primer lugar, para ser acogidos. Y Jesús dice en el Evangelio según San Mateo: “Quien os acoge a vosotros me acoge a mí”». Por eso, uno de los relatos evangélicos que se contemplan con más emoción es el de la Visitación, en el que la Virgen va con prontitud a visitar a Isabel. Las dos mujeres llevan a sus hijos en el vientre, y tan solo su encuentro y las palabras de Isabel hacen que el Magnificat “brote” de los labios de María. «Nuestra experiencia - menciona el obispo Lhernould -, tiene algo de parecido. Nos conmueve cada día la vida de nuestros amigos musulmanes, que la mayoría de las veces ni siquiera saben lo que es el Evangelio, pero es precisamente en ese encuentro donde nuestra vida puede desencadenar nuestro ‘Magnificat’».
La percepción de ser “Iglesias de la Visitación” ya había aflorado en la Carta Pastoral “Servidores de la Esperanza”, difundida en 2014 por los obispos católicos del Magreb como contribución compartida para ayudar a todos a leer los “signos de los tiempos”. Las preciosas intuiciones proféticas difundidas en ese documento se basaban en un raro y poderoso sensus Ecclesiae, todo ello alimentado por el reconocimiento agradecido de no ser ni los primeros actores ni los dueños de la obra apostólica. «En la situación en la que viven las comunidades cristianas de los países del Magreb - subraya el documento - no hay que preocuparse por crear oportunidades artificiales de encuentro con los demás, ni buscar justificaciones artificiales para el propio ‘estar allí’. Es la vida misma la que proporciona el marco para posibles encuentros con nuestros hermanos musulmanes: “Los acontecimientos familiares y sociales, las fiestas religiosas y las circunstancias de todo tipo son muchas oportunidades para conocerse mejor, ayudarse y encontrarse”». Los obispos magrebíes también escribían «nos gusta leer en la historia de la Visitación el paradigma de la misión. Lejos de cualquier conquista, la misión es una visita. Como en el relato de la Visitación, el Espíritu Santo es el autor del encuentro, abriéndonos a la acción de gracias por los frutos recibidos, frutos que son siempre sorprendentes».
En el documento de 2014, la solícita y operativa predilección de la Iglesia por todos los pobres en aquellas sociedades de mayoría musulmana, al margen de las diferencias religiosas y culturales, aparecía despojada de cualquier residuo de asistencialismo: «Viviendo esta Buena Noticia anunciada a los pobres, y por tanto el mensaje prioritario del Evangelio - se lee en ese texto -, nosotros tenemos motivo de orgullo. Pobres nosotros mismos en todo, vivimos con la esperanza tomada del mismo corazón de Cristo». «En los últimos años -confiesa monseñor Nicolas Lhernould- se ha hecho aún más evidente el rasgo de una caridad activa al servicio de las personas, de la mano de los musulmanes, en una experiencia concreta de fraternidad. Este es el testimonio que podemos y queremos dar. Un intercambio que tiene raíces antiguas. El propio Charles de Foucauld confesaba en una carta escrita a Louis Massignon, el 1 de abril de 1916, ocho meses antes de su muerte, casi como un testamento final: “No hay ninguna palabra del Evangelio, creo, que me haya impresionado más profundamente y haya transformado mi vida más que ésta: 'todo lo que hicisteis por uno de estos pequeños, lo hicisteis por mí'”».
En la Navidad de 2005, el Papa Benedicto XVI escribía en su carta encíclica “Deus Caritas Est”: «El amor es gratuito; no se practica para obtener otros objetivos [...] Quien ejerce la caridad en nombre de la Iglesia nunca tratará de imponer a los demás la fe de la Iglesia. Es consciente de que el amor, en su pureza y gratuidad, es el mejor testimonio del Dios en el que creemos y que nos impulsa a amar. El cristiano sabe cuándo es tiempo de hablar de Dios y cuándo es oportuno callar sobre Él, dejando que hable sólo el amor. Sabe que Dios es amor (1 Jn 4, 8) y que se hace presente justo en los momentos en que no se hace más que amar» (n.31c). Ya en julio de 1904, desde el sur de Béni Abbès, Charles de Foucauld escribía a Marie de Bondy, su prima: “Los nativos nos acogen bien. [...]. ¿Cuándo sabrán distinguir a los soldados de los sacerdotes y ver en nosotros a los siervos de Dios, a los ministros de la paz y de la caridad, a los hermanos universales? No lo sé. Si cumplo con mi deber, Jesús derramará abundantes gracias, y ellos comprenderán».
(GV) (Agencia Fides 14/12/2021)