VATICANO - Primera Encíclica de Benedicto XVI: de D. Nicola Bux, docente en la Facultad Teológica de Puglia, Vicepresidente del Instituto Ecuménico de Bari, un comentario sobre "La razón del amor"

miércoles, 25 enero 2006

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - Cristo dijo a los suyos: si vuestra justicia no es superior a la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de Dios. ¿En qué consiste esta superioridad? En una medida mayor que la justicia distributiva que consiste en dar a cada uno lo suyo; una superioridad que es la medida del amor. Entendamos bien, es una medida que el hombre siempre desea, porque cada uno de nosotros desea ser amado, sobre todo en el momento en que equivoca, es decir, quiere encontrar a alguien que no se quedé en nuestro pecado, sino que nos abrace y nos perdone. Pero, cada uno de nosotros, a la vez que desearía ser acogido después de que se ha equivocado, no está, sin embargo, dispuesto a acoger a los otros cuando se equivocan respecto a nosotros. Entonces esta medida del amor, de algún modo deseada por el hombre, es una medida que para el Cristianismo casi coincide con el propio Dios. Nosotros la llamamos también misericordia.
La misericordia, afirmaba Juan Pablo II, es la capacidad de sacar todo el bien posible del mayor mal. Para nosotros incluso la persona que más se haya equivocado es recuperable, porque siempre conserva su dignidad humana. Con esta primera Encíclica, el Papa comunica la conciencia - que debe tener todo cristiano - de que la medida del amor se puede alcanzar, si se renuncia al ejercicio de un poder, que me lleve a pensar de forma inmediata en conseguir un resultado, pero que en realidad sólo siembra la muerte. Jesús nos ha dado el ejemplo y al mismo tiempo el don del amor, la Eucaristía, cuya forma litúrgica debe serle totalmente conforme. El amor es por lo tanto, paciencia, que es lo mismo que sufrir, porque paciencia viene de padecer es decir soportar, sufrir; una paciencia que luego lleva a esa medida mayor del amor.
El creyente, pero también quién no cree, se da cuenta que en este punto, como decía Joseph Ratzinger en su libro ‘Fe, verdad, tolerancia’, la verdad tiene su máxima manifestación en el amor. Él hablaba del momento de crisis que atraviesa la humanidad y, explicando en que sentido el Cristianismo es la verdadera religión, decía textualmente: "A nivel más profundo el contenido, hoy como siempre, deberá consistir en último término, en el hecho de que el amor y la razón coinciden, como verdaderos y propios pilares de lo real. La razón verdadera es el amor y el amor es la razón verdadera. En su unidad ellos son el verdadero fundamento y el objetivo de todo lo real". Amor y razón, pues. Y luego en otro pasaje decía: "El concepto de Dios alcanza su cumbre en la afirmación de Juan: Dios es Amor. Verdad y amor son idénticos. Esta afirmación, si recoge todo cuanto ella reivindica es la mayor garantía de la tolerancia, de una relación con la verdad, cuya única arma es ella misma"; es decir, la verdad viene a coincidir con el amor. La encíclica retoma en cierto sentido este concepto para ayudar a la Iglesia y a todo hombre a hacerlo propio: la verdad se impone por si misma, no a fuerza de medios exteriores a la misma.
Por tanto, este tipo de posición se identifica con el amor, porque un padre que ama a su hijo, espera que el hijo acoja la verdad, la comprenda y la traduzca. Es el amor de Dios Padre. La imposición obtendría un efecto inmediato, pero no sería duradero. Objetivamente la persona no estaría convencida, cosa que por el contrario ocurre en una paciencia que es la del amor, porque como dice San Pablo, el amor es paciente. Es el amor de Dios Hijo. Se completa así el recorrido que comenzó en la encíclica Fides et ratio. La belleza de la fe atrae la razón. La Iglesia tiene la misión de dilatar, como diría Agustín, los espacios de la caridad. Es el amor de Dios Espíritu, que llama a todos en la libertad. Así de esta paciencia amorosa se debe entretejer la actitud hacia todos los cristianos y hacia los hombres religiosos y también llegar a una alianza incluso con los laicos modernos amantes de la razón verdadera. Lo pide el Papa ahora, que siendo un joven teólogo, contribuyó a la redacción de la declaración Nostra Aetate del Concilio Vaticano II. Lo pide con la urgencia, siempre nueva, a cada generación, de la salvación de la humanidad que el Señor ha querido dándose a sí mismo. Lo pide a toda la Iglesia como reanudación de su propia misión en el mundo. (Agencia Fides 25/1/2006)


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