VATICANO - “Dios mismo viene a llenar nuestro eros con su ágape": primera reflexión sobre la Encíclica del Papa Benedicto XVI de Mons. Máximo Camisasca, Fundador y Superior general de la Fraternidad Sacerdotal de los Misioneros de San Carlos Borromeo

miércoles, 25 enero 2006

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - Lo que sorprende no es ciertamente que la primera encíclica del Papa Benedicto XVI esté dedicado a la caridad y al amor. Amor es el nombre de Dios como escribió San Juan en su carta y como dice la encíclica en sus palabras iniciales. La sorpresa está por el contrario, en haber retomado un debate, antiguo y moderno a la vez: el debate sobre la relación entre el amor y el deseo. "Deseo" es una palabra querida para Joseph Ratzinger y revela los momentos hacia los que dirige su atención: los Padres, y en particular Agustín y el hombre contemporáneo.
Agustín había hecho del deseo uno de los ejes principales de su filosofía y teología. Y no podía ser de otra manera. Él sintió como pocos, vibrar en sí todas las cuerdas de todos los deseos humanos y realizó todo su camino de búsqueda de la verdad y del bien como una ansiosa e inquieta peregrinación hacia un lugar, un "tú" en el que encontrar respuesta. El deseo, en efecto, o el eros, es el amor en cuanto siente en si la falta del amado: es el amor que quiere tener lo que le falta, que se pone en camino, que acepta la lucha.
También el hombre contemporáneo siente intensamente como propia la experiencia del deseo, se ve sacudido por ello, tiene miedo del mismo. Por una lado quisiera limitar sus propios deseos, quisiera censurarlos, por otro es esclavo de los mismos. He aquí entonces la propuesta del Papa: no eliminar el eros sino convertirlo, su trascripción dentro del camino circular entre eros y ágape. Por un lado el hombre siente dentro de si el deseo profundo de llegar a alguien o algo que todavía no posee; por otro siente también en sí la imposibilidad de todo posible cumplimiento, la inadecuación de toda posible respuesta. Quisiera morir antes que fundirse en el otro. A veces lo hace, por el empleo desenfrenado y egoísta de la sexualidad, las drogas, las huidas de la vida. Hay otro camino para el eros, dice el Papa, que es la de conjugarse con el ágape, reconocer que nuestro deseo ascendente hacia el otro es colmado por un amor descendiente, el amor de Dios hacia el hombre que desciende - como dice san Pablo - sin retener como un tesoro celoso su propia divinidad, asumiendo nuestra carne y todas las consecuencias del pecado, aún no siendo pecador. El propio Dios viene a llenar nuestro eros con su ágape, mostrándonos que el verdadero cumplimiento del deseo es el amor desinteresado, que se entrega hasta la muerte, que ama al otro no para poseerlo sino respetándolo y elevándolo en toda su dignidad. (Agencia Fides 25/1/2006)


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