AMÉRICA/BRASIL - Hacia el Día de los Misioneros Mártires: el padre Nazareno Lanciotti, asesinado “por amor a Dios y por amor a su pueblo”.

lunes, 22 marzo 2021 mártires   animación misionera   sacerdotes  

Jauru (Agencia Fides) - En vista de la “29 Jornada de oración y ayuno en memoria de los Misioneros Mártires” que se celebra el 24 de marzo (véase Fides 16/3/2021), ofrecemos el testimonio del padre Nazareno Lanciotti, misionero italiano, asesinado hace veinte años en el Estado de Mato Grosso, donde había pasado treinta años de intenso trabajo misionero, dedicado al anuncio del Evangelio y a la promoción humana, como explica a la Agencia Fides el p. Enzo Gabrieli, postulador de la causa de beatificación, que ha visitado los lugares donde el padre Lanciotti trabajó.
“Era el 22 de febrero de 2001 cuando el padre Nazareno falleció en el hospital de San Pablo perdonando a sus asesinos, tras el atentado que tuvo lugar precisamente en su rectoría el 11 de febrero anterior. Se marcho siguiendo la Operación Mato Grosso siendo un joven sacerdote, en 1972, tras los años de formación en Subiaco y las primeras experiencias pastorales en algunas parroquias romanas. Luego, junto con otros jóvenes italianos, decidió dedicarse a la misión real al servicio de la joven diócesis de Cáceres. Pidió y obtuvo del obispo del lugar un espacio de misión. Se le asignó el seguimiento de la parroquia de Jauru, una realidad difícil, compuesta por muchas comunidades dispersas en la selva. No perdió el ánimo y a lomos de una mula llegó a lo que se transformaría, gracias a su pasión y fe, en una ciudad jardín en torno a la iglesia parroquial de Nuestra Señora del Pilar.
Llegó por la noche y encontró su cabaña-iglesia derruida y apuntalada; allí se instaló y fue inmediatamente consolado, como él mismo contó, por la presencia de la Virgen de la que, en una locución interior, la oyó decir “te estaba esperando”. Y fue su profundo amor a María, junto con la centralidad de la Eucaristía en su labor misionera y su devoción al Papa, lo que empujó el acelerador de la misión de Jauru, que se convirtió en “modelo” y centro de las actividades diocesanas.
Jauru era un pueblo muy pobre. El sacerdote se dio cuenta de que muchas madres morían al dar a luz, muchos niños perdían la vida por enfermedades triviales. Así que pensó en construir un sanatorio porque el hospital más cercano estaba a doscientos kilómetros. Con el tiempo, el centro de salud se transformó en un verdadero hospital católico que hoy funciona dentro de la red nacional.
Junto con el hospital, el p. Nazareno pensó en la atención a los fieles, en la construcción de la comunidad y por ello inició la realización de un centro parroquial y de capillas en el bosque para atender a los numerosos fieles en pequeños grupos y ofrecerles un punto de referencia espiritual y social. Construyó unos cuarenta en su vida. Una aventura que le llevó a construir una comunidad orante que tenía su centro simbólico, no sólo geográfico, en la gran iglesia parroquial inaugurada en 1975 en el centro de Jauru, con muchas células periféricas donde cada día, también en ausencia del presbítero, se rezaba, se hacía y se sigue haciendo adoración y catequesis.
A lo largo de los años, el misionero también se dio cuenta de que muchos ancianos y discapacitados eran abandonados por sus familias porque era difícil asistirlos. Así nació el hogar de ancianos que todavía asiste a muchas personas y ofrece trabajo a la población local, junto con la escuela primaria dedicada a San Francisco de Asís que reunía a 400 niños; sólo hace unos años se abrió la escuela estatal. El sacerdote, muy estimado también por su obispo, llevó a cabo durante más de quince años una experiencia de seminario menor, construyendo una estructura especial, que dio a la diócesis las primeras diez vocaciones locales.
Jauru es además una ciudad fronteriza (con más de diez mil habitantes) y ha crecido a lo largo de las rutas de los narcotraficantes en la frontera con Bolivia; con el tiempo se ha convertido en “una verdadera frontera de evangelización” hasta el punto de convencer a las autoridades de suspender el carnaval por decreto municipal. En los días de fiesta, de hecho, los miembros de los cenáculos de oración del Movimiento Sacerdotal Mariano, fundado por el padre Gobbi y del que el padre Nazareno se había convertido en líder nacional, siguen reuniéndose allí. Su compromiso como sacerdote, atento a la moral y al bien de cada persona, en todos los ámbitos de la sociedad, así como a la custodia de la vida, algo que le expuso a muchas amenazas y peligros.
El momento más difícil fue cuándo se inició la construcción de una gran presa para la electricidad. A la zona llegaron trabajadores de todo Brasil y de la cercana Bolivia, y en muchos lugares se abrieron locales de prostitución y puntos de distribución de drogas. El sacerdote no se cansaba de advertir a sus feligreses de estos peligros; todos los sábados por la noche organizaba actividades para distraer a los jóvenes y les advertía; muchas veces también se reunía con estos trabajadores y les decía: “La adoración eucarística, el rosario y la devoción a la Virgen os salvarán”.
La tarde del 11 de febrero, cuando fue asesinado a tiros, también se había reunido con sus jóvenes. Era el día de Nuestra Señora de Lourdes y el padre Nazareno había celebrado un Cenáculo con un centenar de jóvenes. Era consciente del peligro que corría y aquella tarde, mientras caía una ligera llovizna del cielo, dijo: “estas son las lágrimas del cielo por mí”. En un pasaje también les había dicho, con un velo de tristeza, casi como un presagio: “cuando me busquéis me encontraréis siempre al pie del tabernáculo”. Allí fue enterrado tras su muerte.
Eran poco más de las 21:00 horas cuando dos hombres, con el rostro cubierto, irrumpieron en la rectoría donde el misionero cenaba con sus colaboradores y algunos invitados. Apuntando con una pistola a los presentes, les pidieron dinero y dónde estaba la caja fuerte. Los amenazaron a todos, para escenificar un robo, pero las provocaciones no surtieron efecto. Don Nazareno los calmó, se había ofreció él, y los presentes habían puesto lo que tenían encima de la mesa. Pero el objetivo de los asesinos era el sacerdote. En el transcurso del acto delictivo, de hecho, ellos mismos revelaron que habían sido enviados por algunas personas del lugar que estaban molestas por las acciones de la Iglesia y del sacerdote. “Hemos venido a matarte”, le susurró con voz chillona uno de los dos, que añadió: “Soy el diablo”. Luego pasaron al terrible juego de la ruleta rusa, con un único disparo en el cañón realmente preparado para don Nazareno contra el que dispararon en el momento oportuno saltando la fila. Antes de matarlo, uno de los dos volvió a decir: “He venido a matarte porque nos molestas demasiado”. Y era la verdad: la parroquia se había convertido en el bastión y la protección de muchos jóvenes frente a los peligros de la droga y la prostitución.
Los dos asesinos huyeron dejando el dinero, en el que no estaban interesados. El sacerdote fue socorrido inmediatamente. La policía local, que se encontraba a unos cientos de metros, no llegó al lugar de los hechos hasta el día siguiente. Don Nazareno fue trasladado prudentemente a Cáceres y luego al hospital de São Paulo, donde murió once días después. Sus últimas palabras fueron de perdón para sus asesinos, en presencia del padre Gobbi y de otro amigo al que también había confiado lo sucedido. Fue enterrado a los pies del tabernáculo de su iglesia parroquial; desde hace algunos años está abierta su causa de beatificación.
Eran alrededor de las seis de la mañana del 22 de febrero de 2001, cuando el padre Nazareno Lanciotti murió después de diez días de sufrimientos ofrecidos por el amor a su pueblo. Había ofrecido su vida al Señor derramando su sangre en la querida tierra de Mato Grosso. Hoy la comunidad parroquial de Jauru sigue siendo para la diócesis de Cáceres, y para todo Brasil, un punto de referencia, un pulmón de espiritualidad. Algunas de las obras iniciadas en estos treinta años siguen activas, encendidas como llamas de esperanza, para esa pequeña comunidad de la selva, gracias a los voluntarios que han permanecido allí y a cuantos fueron formados por el misionero.
El aspecto más hermoso, tanto en el hospital, como en la casa de reposo, pero también en la propia parroquia, son precisamente esas semillas de bien, esas semillas de fe, que ahora han crecido y se han convertido en las filas de los catequistas y de los adultos que, fortalecidos por el testimonio del padre Nazareno, siguen llevando a cabo esos proyectos que perfuman de Dios”.
(SL) (Agencia Fides 22/03/2021)


Compartir: