ÁFRICA/KENIA - Los daños económicos del Covid-19 son solo la última de las plagas que han azotado un país que ya sufría por inundaciones y langostas.

sábado, 6 junio 2020 coronavirus   desastres naturales   misioneros  

Nairobi (Agencia Fides) – En Kenia, 52 personas han muerto desde el comienzo de la pandemia de Covid-19. Un comienzo que se superpuso con las primeras lluvias de una temporada larga y violenta que ha causado inundaciones, deslizamientos de tierra que han provocado más de 200 muertes y 230.000 personas desplazadas. La situación también es crítica en Uganda y Somalia, por las inundaciones repentinas a lo largo de los valles de los ríos Juba y Shebelle. Cientos de pescadores que vivían en las islas del lago Victoria, el segundo en el mundo en términos de superficie, fueron evacuados con sus familias porque el aumento del nivel del agua los estaba sumergiendo, devido a un crecimiento récord de 13,43 m.
En Mwewa, un distrito de producción agrícola, se han perdido más de 3.200 hectáreas de arroz, que estaba casi listo para la cosecha: sumergido por el agua. El año pasado, durante este período, la sequía causó la muerte de decenas de miles de reses y provocó hambre a 3,5 millones de personas. Este año, además de los fenómenos meteorológicos extremos, se agrega la invasión de langostas, la peor en los últimos 70 años, y aún se desconoce cómo evolucionará. A pesar de los intentos de controlar con aviones que rocían insecticidas sobre las langostas, los enjambres no se detienen: la pausa de los últimos días se debe solo a la puesta de los huevos.
Estos son hechos que pueden ayudar a explicar por qué Covid-19 no da tanto miedo en Kenia, dice Renato Kizito Sesana desde Nairobi y, en general, en África. Aquí, continúa el misionero, “los desastres, naturales o causados ​​por la avaricia humana, continúan uno tras otro. Agravados por la imprudente y criminal explotación de los recursos naturales que las compañías internacionales han acelerado en las últimas décadas. Sin mencionar la explotación de personas. Por lo tanto, no es de extrañar que la muerte de 52 personas en dos meses no genere alarmas particulares, de hecho, a pesar del toque de queda y muchas otras restricciones, intentan continuar con la vida normal, incluso arriesgando y eludiendo las disposiciones gubernamentales”. Los problemas se abordan cuando llegan, la vida se vive día a día, el horizonte en el que las personas se mueven es solo el presente, no es casualidad que en los principales idiomas de África, no exista el tiempo verbal futuro. En esta parte del mundo, las personas aprenden a vivir, o a menudo a sobrevivir, día a día, teniendo la inmediatez del momento como su único horizonte. No es fatalismo, es la capacidad de reaccionar ante el desafío de la vida dadas las condiciones del lugar. De hecho, continúa Renato Kizito: “si el fatalismo significa abandonarse al destino, sufrirlo sin reaccionar, creo que es una actitud ajena al alma humana en cualquier parte del mundo y en todas las culturas. Aquí en África de una manera particular. Uno debe estar ciego, o cegado por los prejuicios, para no ver el gran deseo de comprometerse por la vida”. Lo veo a diario, dice el misionero “todas las mañanas a las 5.01, tan pronto como termina el toque de queda, hay miles de personas que se mueven para ir a trabajar, o para buscar trabajo ocasional, para poder alimentar a sus hijos”. No pueden permitirse el lujo de pensar en el virus, hay algo de lo que tienen más miedo: el hambre en el vientre de sus hijos: el peor tormento de todos. (F.F.) (L.M.) (Agencia Fides 6/6/2020)


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