Julio del 2005: " Para que en su propia condición de vida, los bautizados se afanen por transformar la sociedad, infundiendo la luz del Evangelio en la mentalidad y estructuras del mundo”. Comentario a la intención misionera indicada por el Santo Padre a cargo de Sor M. Antonieta Bruscato, Superiora General de las Hijas de San Pablo

lunes, 27 junio 2005

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - "Yo soy la luz del mundo; quien me sigue no caminará en las tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn 8.12). El tema de la luz está constantemente presente en el Evangelio y asume cada vez acentos diversos.
Así como el sol ilumina el mundo, lo manifiesta a los ojos asombrados de quién lo contempla, calienta la tierra, hace brotar la vida, da alegría y belleza a cada cosa, así Cristo, nuestra luz, ilumina el camino de todos y alumbra la vía hacia Dios. Su Palabra es como una nube luminosa que conduce a los creyentes, los libera, los conforta y dona a todos salvación. De ella emana una fuerza potente y siempre creativa que transforma las mentes, los corazones de los hombres y las mujeres y hace capaces, a su vez, de transformar la sociedad, porque infunde en la mentalidad y en las obras la luz de Dios.
Después del discurso de la montaña, Jesús dirigiéndose a las muchedumbres, y por lo tanto a todos, sin distinción, dice: "Vosotros sois la luz del mundo; no se puede esconder una ciudad situada sobre un monte, ni se enciende un candil para ponerlo debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que están en los cielos”. (Mt 5,14-16).
La casa en la que debe resplandecer la luz del Evangelio es nuestra casa, allí donde cada uno de nosotros habita, pero es también la casa abierta a todo el mundo de la que, como decía el Beato Santiago Alberione, apóstol de la comunicación, “todos somos deudores del Evangelio”. Todos estamos llamados al apostolado cristiano.
Cada uno, en su condición de vida, sea qué estudia, trabaja, atiende a la familia o a quien está en necesidad, enseña, dirige la sociedad o trabajadores comunes en los diversos ámbitos de la humana existencia, sea qué reza, contempla la creación, gusta la alegría o experimenta el dolor, se compromete a anunciar el mensaje cristiano con la voz, el testimonio o los diversos instrumentos de la comunicación: todos están llamados a cooperar a la transformación del mundo, a construir juntos un mundo más fraterno y solidario dónde los valores humanos y cristianos puedan resplandecer en las vidas y en las estructuras sociales, y así favorecer el crecimiento de las personas y los pueblos de cualquiera cultura o religión.
"Dios os ha llamado de las tinieblas a su luz admirable" recuerda el apóstol Pedro en la primera carta (2,9). Y Juan invita a caminar en la luz, a permanecer en la luz: "Quien ama a su hermano está en la luz"... (1Jn 2.10). Juan evidencia de manera inequívoca que la condición para ser "hijos de la luz” es romper con el pecado y vivir en comunión los unos con los otros.
A la base de todo está pues la caridad, el amor cristiano con su raíz en el Cristo que nos hace a todos hermanos, porque somos hijos del mismo Padre. Un Padre que nos ama tanto que nos entrega a su propio Hijo. "Qué amor tan grande nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, y realmente lo somos” (3.1).
Caminemos pues como Hijos de la luz, hijos que han conocido el amor de Dios, su don de salvación; Hijos que han creído en este amor capaz de transformar nuestras vidas y por tanto, capaces de abrir el corazón a los hermanos y a las hermanas en camino por las calles del mundo hacia la casa del Padre. Caminemos en la luz, vivamos de esta luz y comuniquemos a todos la luz de Cristo: nos convertiremos así instrumentos de su paz. (Sr M. Antonieta Bruscato) (Agencia Fides 27/6/2005, Líneas: 49 Palabras: 694)


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