VATICANO - La relación fundamental de Benedicto XVI sobre la Familia en el Convenio Eclesial de la Diócesis de Roma (Tercera parte) "No sólo tenemos que tratar de superar el relativismo en nuestro trabajo de formación de personas, sino que estamos también llamados a enfrentarnos a su predominio destructivo en la sociedad y en la cultura"

jueves, 9 junio 2005

Roma (Agencia Fides) - Concluimos la publicación del discurso que tuvo el Santo Padre, Benedicto XVI, en la Basílica de San Juan de Letrán el lunes 6 de junio, en la apertura del Convenio Eclesial de la Diócesis de Roma, sobre el tema "Familia y Comunidad cristiana: formación de la persona y transmisión de la fe."

La familia y la Iglesia
De todo esto se deriva una consecuencia evidente: la familia y la Iglesia, en concreto las parroquias y las otras formas de comunidad eclesial, están llamadas a la más estrecha colaboración en esa tarea fundamental que está constituida, inseparablemente, de la formación de la persona y de la transmisión de la fe. Sabemos bien que para una auténtica labor educativa no basta una teoría justa o una doctrina que comunicar. Se necesita algo mucho más grande y humano, esa cercanía, experimentada cotidianamente, que es propia del amor y que encuentra su espacio más propicio ante todo en la comunidad familiar, pero también en una parroquia, movimiento o asociación eclesial, en la que se encuentren personas que cuidan de los hermanos, en particular de los niños y de los jóvenes, pero también de los adultos, de los ancianos, de los enfermos, de las mismas familias, porque, en Cristo, las aman. El gran Patrono de los educadores, San Juan Bosco, recordaba a sus hijos espirituales que "la educación es cosa del corazón y que solo Dios es su dueño" (Epistolario, 4,209).
En la obra educativa, y especialmente en la educación a la fe, que es la cumbre de la formación de la persona y su horizonte más adecuado, es central la figura del testigo: él se convierte en punto de referencia precisamente en la medida en que sabe dar razón de la esperanza que sostiene su vida (cfr 1 Pe 3,15) y está personalmente implicado con la verdad que propone. El testigo, por otro lado, no se pospone nunca a si mismo, sino a algo, o mejor a Alguien más grande que él, con quien se ha encontrado y de quien ha experimentado una bondad confiable. Así todo educador y testigo encuentra su modelo insuperable en Jesucristo, el gran testigo del Padre, no decía nada por sí mismo, sino que hablaba tal y como el Padre le había enseñado (cfr Jn 8,28).
Éste es el motivo por el que en el fundamento de la formación de la persona cristiana y de la transmisión de la fe, se encuentra necesariamente la oración, la amistad personal con Cristo y la contemplación en Él del rostro del Padre. Y lo mismo se puede decir, evidentemente, de todo nuestro compromiso misionero, en particular de la pastoral familiar: que la Familia de Nazaret sea, por tanto, para nuestras familias y comunidades objeto de constante y confiada oración, así como modelo de vida.
Queridos hermanos y hermanas, y especialmente vosotros, queridos sacerdotes, conozco la generosidad y la dedicación con la que servís al Señor y a la Iglesia. Vuestro trabajo cotidiano por la formación en la fe de las nuevas generaciones, en íntima unión con los sacramentos de la iniciación cristiana, así como también por la preparación al matrimonio y por el acompañamiento de las familias en su camino, que con frecuencia no es fácil, en particular en la gran tarea de la educación de los hijos, es el camino fundamental para regenerar siempre de nuevo a la Iglesia y también para vivificar el tejido social de nuestra amada ciudad de Roma.

La amenaza del relativismo
Continuad pues, sin dejaros desanimar por las dificultades que encontráis. La relación educativa es por su naturaleza una cosa delicada: implica la libertad del otro que, aunque sea con dulzura, siempre lleva a tomar una decisión. Ni los padres ni los sacerdotes o los catequistas, ni los otros educadores pueden sustituirse la libertad del niño del adolescente o del joven a quien se dirigen. Y especialmente la propuesta cristiana interpela a fondo la libertad, llamando a la fe y a la conversión. Un obstáculo particularmente insidioso hoy en la obra educativa viene de la masiva presencia, en nuestra sociedad y cultura, de ese relativismo que, no reconociendo nada como definitivo, sólo tiene como medida última el propio yo con sus gustos y que, con la apariencia de la libertad, se convierte para cada uno una prisión, porque separa los unos de los otros, llevando a encerrarse dentro del propio "yo". En horizonte relativista tal, no es posible, por lo tanto, una verdadera educación: sin la luz de la verdad, antes o después, cada persona, estará condenada a dudar de la bondad de su propia vida y de las relaciones que la constituyen, de la validez de su compromiso para construir con los demás algo en común.
Es claro pues que no sólo tenemos que tratar de superar el relativismo en nuestro trabajo de formación de personas, sino que estamos también llamados a enfrentarnos a su predominio destructivo en la sociedad y en la cultura. Por ello, es muy importante que, junto a la palabra de la Iglesia, se dé el testimonio y el compromiso público de las familias cristianas, en particular para reafirmar la inviolabilidad de la vida humana desde su concepción hasta su término natural, el valor único e insustituible de la familia fundada sobre el matrimonio y la necesidad de medidas legislativas y administrativas que apoyen a las familias en la tarea de engendrar y educar a los hijos, tarea esencial para nuestro futuro común. Por este compromiso vuestro también os doy las gracias de corazón

Sacerdocio y vida consagrada
Un último mensaje que querría confiaros se refiere al cuidado de las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada: ¡Todos sabemos cuánta necesidad tiene la Iglesia de ellas! Para que estas vocaciones nazcan y lleguen a su madurez, para que las personas llamadas se mantengan siempre dignas de su vocación, es decisiva ante todo la oración, que no debe nunca faltar en toda familia y comunidad cristiana. Pero también es fundamental el testimonio de vida de los sacerdotes, de los religiosos y de las religiosas, la alegría que ellos expresan de haber sido llamados por el Señor. Y es igualmente esencial el ejemplo que los hijos reciben dentro de la propia familia y la convicción de las mismas familias de que la vocación de sus hijos es también para ellas un gran don del Señor. La elección de la virginidad por amor de Dios y de los hermanos, que se requiere para el sacerdocio y la vida consagrada, va unida a la valorización del matrimonio cristiano: la una y la otra, de dos formas diferentes y complementarias, hacen de algún modo visible el misterio de la alianza entre Dios y su pueblo. (S.L) (Agencia Fides 9/6/2005, Líneas: 83 Palabras: 1.170)
(Traducción del original realizada por la Agencia Fides)


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