VATICANO - En la solemnidad de Pentecostés Benedicto XVI ordena a 21 sacerdotes: "El viento y el fuego del Espíritu Santo deben abrirnos sin descanso las fronteras que continuamos levantando los hombres entre nosotros; debemos siempre de nuevo pasar de Babel, de encerrarnos en nosotros mismos, a Pentecostés"

lunes, 16 mayo 2005

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - El domingo 15 de mayo, Solemnidad de Pentecostés, el San Padre Benedicto XVI presidió la Santa Misa en la Patriarcal Basílica Vaticana, durante la cual confirió la Ordenación presbiteral a 21 diáconos de la Diócesis de Roma. Reproducimos a continuación algunos pasajes de la homilía del Santo Padre.
"La primera lectura y el Evangelio del domingo de Pentecostés nos presentan dos grandes imágenes de la misión del Espíritu Santo. La lectura de los Hechos de los Apóstoles cuenta como, el día de Pentecostés, el Espíritu Santo, bajo la imagen de un viento potente y de fuego, irrumpe en la comunidad orante de los discípulos de Jesús, dando así origen a la Iglesia. (…) El Espíritu Santo nos hace comprender. Supera la rotura iniciada en Babel - la confusión de los corazones, que nos pone a los contra los otros - y abre las fronteras. El pueblo de Dios que había encontrado en el Sinaí su primera configuración, ahora es ampliado hasta no conocer ya frontera alguna. El nuevo pueblo de Dios, la Iglesia, es un pueblo que proviene de todos los pueblos. La Iglesia, desde el principio, es católica, ésta es su esencia más profunda. (…) La Iglesia debe siempre convertirse de nuevo en lo que ya es: debe abrir las fronteras entre los pueblos y romper las barreras entre las clases y las razas. En ella no puede haber ni personas olvidadas ni personas despreciadas. En la Iglesia solamente hay hermanos y hermanas de Jesucristo libres. Viento y fuego del Espíritu Santo deben abrirnos sin descanso las fronteras que continuamente levantamos los hombres entre nosotros; debemos siempre pasar de Babel, de encerrarnos en nosotros mismos, a Pentecostés". (…)
"La segunda imagen del envío del Espíritu, que encontramos en el Evangelio, es mucho más discreta. (…) El Dios Resucitado, entra en el lugar donde se encontraban los discípulos, atravesando las puertas cerradas, y los saluda dos veces diciendo: ¡la paz sea con vosotros! Nosotros, continuamente, cerramos nuestras puertas; continuamente, queremos situarnos en un lugar seguro y no ser molestado por los otros ni por Dios. (…) Al saludo de paz del Señor siguen dos gestos decisivos para Pentecostés: el Señor quiere que su misión continúe en los discípulos: "Como el Padre me ha enviado así os envío Yo". Dicho esto, sopló sobre de ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo; a quien perdonéis los pecados les quedan perdonados y a quiénes se los retengáis les quedan retenidos ". (…)
"Queridos ordenandos!... A cada de vosotros el Señor os dice de modo personal: ¡paz a vosotros - paz a ti! Cuando el Señor dice esto, no dona algo, sino que se dona así mismo. En efecto El mismo es la paz. En este saludo del Señor, también podemos entrever una llamada al gran misterio de la fe, a la Santa Eucaristía, en la que él continuamente se nos da El mismo y, de este modo, la verdadera paz. Este saludo se sitúa así al centro de vuestra misión sacerdotal: el Señor os confía el misterio de este sacramento". (…)
"Resuena luego, en el Evangelio apenas oído, una segunda palabra del Resucitado: "como el Padre me ha enviado, también os envío yo”. Cristo dice esto, de un modo muy personal, a cada uno de vosotros. Con la ordenación sacerdotal vosotros os introducís en la misión de los apóstoles. El Espíritu Santo es viento, pero no es amorfo. Es un Espíritu ordenado. Y se manifiesta precisamente ordenando la misión, en el sacramento del sacerdocio, con el que continúa el ministerio de los apóstoles. Por medio de este ministerio, vosotros sois insertados en la gran fila de los que, a partir de Pentecostés, han recibido la misión apostólica. (…) Como el Señor ha salido del Padre y nos ha donado luz, vida y amor, así la misión debe ponernos continuamente en movimiento, hacernos inquietos, para llevar a quien sufre, a quien está en la duda, y también a quien es reacio a la alegría de Cristo. Por último, está el poder del perdón. El sacramento de la penitencia es uno de los tesoros preciosos de la Iglesia, porque sólo en el perdón se realiza la verdadera renovación del mundo. (S.L) (Agencia Fides 16/5/2005, Líneas: 49 Palabras: 749)


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