VATICANO - El inicio del ministerio petrino de Benedicto XVI: “El mundo se salva por el Crucificado y no por los crucificadores. El mundo es redimido por la paciencia de Dios y destruido por la impaciencia de los hombres”

lunes, 25 abril 2005

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - " La santa inquietud de Cristo ha de animar al pastor: no es indiferente para él que muchas personas vaguen por el desierto. Y hay muchas formas de desierto: el desierto de la pobreza, el desierto del hambre y de la sed; el desierto del abandono, de la soledad, del amor quebrantado. Existe también el desierto de la oscuridad de Dios, del vacío de las almas que ya no tienen conciencia de la dignidad y del rumbo del hombre. Los desiertos exteriores se multiplican en el mundo, porque se han extendido los desiertos interiores. Por eso, los tesoros de la tierra ya no están al servicio del cultivo del jardín de Dios, en el que todos puedan vivir, sino subyugados al poder de la explotación y la destrucción. La Iglesia en su conjunto, así como sus Pastores, han de ponerse en camino como Cristo para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquél que nos da la vida, y la vida en plenitud." Afirmó el Papa Benedicto XVI durante la Santa Misa de inicio oficial de su Ministerio, celebrada ayer en la Plaza de San pedro, comentando una de los dos signos con que viene representada litúrgicamente la asunción del Ministerio Petrino: el Palio.
Tejido de lana, puesto sobre los hombros de los Obispos de Roma desde el IV siglo, el Palio “puede ser considerado como una imagen del yugo de Cristo, que el obispo de esta ciudad, el siervo de los siervos de Dios, toma sobre sus hombros", y todavía, la lana de cordero con que es tejida quiere representar "la oveja perdida, enferma o débil, que el pastor lleva a cuestas para conducirla a las aguas de la vida". Continuando en su explicación, el Santo Padre ha dicho: "El yugo de Dios es la voluntad de Dios que nosotros acogemos. Y esta voluntad no es un peso exterior, que nos oprime y nos priva de la libertad. Conocer lo que Dios quiere, conocer cuál es el camino de la vida, era la alegría de Israel, su gran privilegio. Ésta es también nuestra alegría: la voluntad de Dios, en vez de alejarnos de nuestra propia identidad, nos purifica --quizás a veces de manera dolorosa-- y nos hace volver de este modo a nosotros mismos. Y así, no servimos solamente Él, sino también a la salvación de todo el mundo, de toda la historia".
Los Padres de la Iglesia han visto en la parábola de la oveja extraviada que el pastor busca en el desierto, una imagen del misterio de Cristo y de la Iglesia. " La humanidad --todos nosotros-- es la oveja descarriada en el desierto que ya no puede encontrar la senda. El Hijo de Dios no consiente que ocurra esto; no puede abandonar la humanidad a una situación tan miserable. Se alza en pie, abandona la gloria del cielo, para ir en busca de la oveja e ir tras ella, incluso hasta la cruz. La pone sobre sus hombros, carga con nuestra humanidad, nos lleva a nosotros mismos, pues Él es el buen pastor, que ofrece su vida por las ovejas. El Palio indica en primer lugar que Cristo nos lleva a todos nosotros. Pero, al mismo tiempo, nos invita a llevarnos unos a otros. Se convierte así en el símbolo de la misión del pastor".
En el antiguo Oriente los reyes se llamaban sí mismos "pastores de su pueblo", indicando con ello que los pueblos eran como ovejas, de los que poder disponer a su agrado. Por el contrario, “el pastor de todos los hombres, el Dios vivo, se ha hecho él mismo cordero, se ha puesto de la parte de los corderos, de los que son pisoteados y sacrificados.... No es el poder lo que redime, sino el amor. Éste es el distintivo de Dios: Él mismo es amor. ¡Cuántas veces desearíamos que Dios se mostrara más fuerte! Que actuara duramente, derrotara el mal y creara un mundo mejor. Todas las ideologías del poder se justifican así, justifican la destrucción de lo que se opondría al progreso y a la liberación de la humanidad. Nosotros sufrimos por la paciencia de Dios. Y, no obstante, todos necesitamos su paciencia. El Dios, que se ha hecho cordero, nos dice que el mundo se salva por el Crucificado y no por los crucificadores. El mundo es redimido por la paciencia de Dios y destruido por la impaciencia de los hombres".
El pastor debe ser amar a los hombres que le han sido confiados, tal como ama Cristo, a cuyo servicio está, ha continuado el Papa. "Amar significa dar el verdadero bien a las ovejas, el alimento de la verdad de Dios, de la palabra de Dios; el alimento de su presencia, que él nos da en el Santísimo Sacramento". Después Benedicto XVI ha expresado una solicitud: "Queridos amigos, en este momento sólo puedo decir: rogad por mí, para que aprenda a amar cada vez más al Señor. Rogad por mí, para que aprenda a querer cada vez más a su rebaño, a vosotros, a la Santa Iglesia, a cada uno de vosotros, tanto personal como comunitariamente. Rogad por mí, para que, por miedo, no huya ante los lobos. Roguemos unos por otros para que sea el Señor quien nos lleve y nosotros aprendamos a llevarnos unos a otros".
Comentando luego el rito de la entrega del anillo del pescador, el Papa ha recordado de nuevo la narración evangélica de la pesca milagrosa después de una noche de trabajo sin éxito. "También hoy se dice a la Iglesia y a los sucesores de los apóstoles que se adentren en el mar de la historia y echen las redes, para conquistar a los hombres para el Evangelio, para Dios, para Cristo, para la vida verdadera… Los hombres vivimos alienados, en las aguas saladas del sufrimiento y de la muerte; en un mar de oscuridad, sin luz. La red del Evangelio nos rescata de las aguas de la muerte y nos lleva al resplandor de la luz de Dios, en la vida verdadera. Así es, efectivamente: en la misión de pescador de hombres, siguiendo a Cristo, hace falta sacar a los hombres del mar salado por todas las alienaciones y llevarlo a la tierra de la vida, a la luz de Dios. Así es, en verdad: nosotros existimos para enseñar Dios a los hombres. Y únicamente donde se ve a Dios, comienza realmente la vida. Sólo cuando encontramos en Cristo al Dios vivo, conocemos lo que es la vida. No somos el producto casual y sin sentido de la evolución. Cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario. Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con él".
Durante su homilía, el Santo Padre ha subrayado que todos "todo nosotros somos la comunidad de los santos; nosotros, bautizados … nosotros, que vivimos del don de la carne y la sangre de Cristo" y ha continuado: “Sí, la Iglesia está viva; ésta es la maravillosa experiencia de estos días. … Y la Iglesia es joven. Ella lleva en sí misma el futuro del mundo y, por tanto, indica también a cada uno de nosotros la vía hacia el futuro. La Iglesia está viva y nosotros lo vemos: experimentamos la alegría que el Resucitado ha prometido a los suyos. La Iglesia está viva; está viva porque Cristo está vivo, porque él ha resucitado verdaderamente”.
Benedicto XVI ha dirigido su saludo a los Cardenales y a los Obispos, a los sacerdotes, a los diáconos, a los agentes de pastoral y catequistas, a los religiosos y religiosas, a los laicos. Luego con particular cariño ha saludado a "todos los renacidos en el sacramento del Bautismo, que aún no están en plena comunión con nosotros”; a los hermanos del pueblo hebreo, “al que estamos estrechamente unidos por un gran patrimonio espiritual común” y a todos los hombres de nuestro tiempo, creyente y no creyentes.
Al término el Papa ha recordado la invitación de Juan Pablo II lanzada al inicio de su ministerio, el 22 de octubre de 1978: "¡No tengáis miedo, abrid, más aún abrid de par en par las puertas a Cristo!". "El Papa hablaba a los fuertes, a los poderosos del mundo - ha recordado Benedicto XVI - los cuales tenían miedo de que Cristo pudiera quitarles algo de su poder, si lo hubieran dejado entrar y hubieran concedido la libertad a la fe. Sí, él ciertamente les habría quitado algo: el dominio de la corrupción, del quebrantamiento del derecho y de la arbitrariedad. Pero no les habría quitado nada de lo que pertenece a la libertad del hombre, a su dignidad, a la edificación de una sociedad justa. Además, el Papa hablaba a todos los hombres, sobre todo a los jóvenes… Así, hoy, yo quisiera, con gran fuerza y gran convicción, a partir de la experiencia de una larga vida personal, decir a todos vosotros, queridos jóvenes: ¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a él, recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo, y encontraréis la verdadera vida. Amén". (Agencia Fides 25/4/2005; Líneas: 97 Palabras: 1611)


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