Diciembre del 2004: A fin de que la Encarnación de Jesucristo sea el modelo de todo auténtico esfuerzo de inculturación del Evangelio. Comentario a la intención misionera indicada por el Santo Padre a cargo de Su Eminencia el Card. Paul Poupard, Presidente del Pontificio Consejo para la Cultura.

jueves, 25 noviembre 2004

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - "La semilla, que es la Palabra de Dios, al germinar, absorbe el jugo de la tierra buena, regada con el rocío celestial, lo transforma y se lo asimila para dar al fin fruto abundante”. Así viene descrito el encuentro entre la Palabra de Dios y las culturas en el Decreto del Concilio Vaticano Segundo sobre la actividad misionera de la Iglesia "Ad Gentes" (cfr. n. 22). Se trata de una inculturación que afecta a las personas a todos los niveles personal, cultural, económico y político, de modo tal que ellas puedan vivir una vida santa en unión total con Dios Padre, por la acción del Espíritu Santo. La inculturación es la siempre renovada encarnación del misterio de Cristo, que a su vez, es el modelo supremo y la perfecta realización de la auténtica inculturación.
La encarnación de la Palabra de Dios es punto de encuentro de la revelación del Hijo de Dios y de la historia de la salvación. Es modelo perfecto de inculturación ya que la verdad cristiana no es una revelación puramente trascendente, sino más bien, como la levadura de la harina, se vuelve intensamente engarzada en el tejido de la historia humana, y es acogida en el corazón de todo hombre, transformando la historia. Estos dos aspectos del misterio de Cristo - trascendencia e inmanencia - son también las dos leyes fundamentales de la inculturación.
Todo intento de inculturación realizado por la Iglesia, representa la íntima transformación de los auténticos valores culturales para su integración en el Cristianismo, y al mismo tiempo, la inserción del Cristianismo en las diversas culturas humanas. El motivo, el modelo, el criterio, el contenido y el objetivo tienen que ser la Palabra de Dios hecha hombre, que es Él mismo sujeto y objeto de esta Palabra. La Buena Nueva es Jesucristo. Él es el punto de partida y de llegada.
Imitando la encarnación de la Palabra de Dios, la inculturación es y debería ser histórica y trascendente, total e integral. Así como "el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn1,14) así también la buena nueva, la palabra de Jesucristo proclamada a las naciones, debe poner sus raíces en las condiciones de vida de quienes escuchan la Palabra. La inculturación es precisamente esta inserción del mensaje del Evangelio en las culturas. La encarnación del Hijo de Dios, precisamente porque esta fue completa y concreta, fue también una encarnación en una cultura particular. En el misterio de la Encarnación, Cristo asumió la naturaleza humana y usó el lenguaje humano y el entorno cultural y religioso para revelar la trascendente salvación de Dios y su plan de Amor para la humanidad, elevándola a una dignidad sublime. Del mismo modo, la inculturación de Cristo y la evangelización de las culturas no reduce ni la imagen de Cristo ni la plenitud de las culturas, antes bien sanea, eleva y perfecciona las culturas, y las convierte en camino e instrumento de la Palabra de Dios.
En la encarnación, la primera y más importante inculturación de la fe, Jesucristo unió en cierto modo, a sí mismo con cada hombre, ya que la palabra de Dios toca la parte más profunda y sensible del corazón humano. Es modelo para un diálogo interpersonal. Cada uno podrá advertir la presencia de Cristo alrededor y dentro de él. Cada individuo experimenta la riqueza de la humanidad de Cristo en la concreta realidad de la propia vida y de la propia cultura. De una vida de intimidad con Cristo, se convierte en un testigo de la presencia, del compartir y de la solidaridad de Cristo con la propia cultura. Es la dinámica de la conversión individual y comunitaria.
Además, toda evangelización inculturada tiene que reflejar fielmente la actitud de Jesucristo, que se identificó a sí mismo con los pobres (cfr Mt 25,31-46) y dijo de sí mismo. "El Espíritu del Señor... me ha enviado a anunciar la buena nueva a los más pobres" (Lc 4,18) y durante su vida terrenal se dio completamente a sí mismo, con especial misericordia, a todos los que tenían una necesidad particular material o espiritual. Como un elemento vital de evangelización, la inculturación en sus programas, prioridades, palabras y acciones, tiene que manifestar su opción preferencial por los pobres, su comunión y solidaridad con ellos. Como recordó el Papa Pablo VI "en el rostro de todo ser humano, especialmente cuando está marcado por las lágrimas y sufrimientos, podemos y debemos ver el rostro de Cristo (cfr Mt 25,40) el Hijo del Hombre". (Card Paul Poupard) (Agencia Fides 25/11/2004 - Líneas: 53 Palabras: 779)


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