VATICANO - Entrevista de la Agencia Fides a Su Eminencia el Cardenal Crescenzio Sepe, Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, con ocasión de la JORNADA MISIONERA MUNDIAL

sábado, 23 octubre 2004

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - Con ocasión de la Jornada Misionera Mundial, que se celebra mañana, domingo 24 de octubre, la Agencia Fides ha dirigido algunas preguntas al Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos

Eminencia, hace 2000 años Jesucristo confió a la Iglesia la misión de evangelizar a todos los pueblos hasta los últimos confines de la tierra. ¿Pero cómo se configura hoy esta misión, al inicio del Tercer Milenio, en el que debemos sembrar la Palabra de Dios allí dónde la indiferencia, por un lado, y la violencia por otro, intentan echar a perder todo lo sembrado durante tantos siglos?
La invitación del Papa al inicio del nuevo milenio ha sido totalmente explícita: "¡Duc in altum! ¡Caminemos con esperanza! Un nuevo milenio se abre ante la Iglesia como un océano inmenso en el cual hay que aventurarse, contando con la ayuda de Cristo. El Cristo contemplado y amado ahora nos invita una vez más a ponernos en camino.... El mandato misionero nos introduce en el tercer milenio invitándonos a tener el mismo entusiasmo de los cristianos de los primeros tiempos. Para ello podemos contar con la fuerza del mismo Espíritu, que fue enviado en Pentecostés y que nos empuja hoy a partir animados por la esperanza « que no defrauda » (cfr Novo Milenio Ineunte, 58).
A lo largo de los siglos la misión de la Iglesia no ha sido nunca fácil ni le han faltado obstáculos: ha sido alimentada por la sangre de los mártires, de los sufrimientos y de las privaciones de los misioneros, de los padecimientos de los cristianos que ni siquiera ante la tortura han renegado de su propia fe. Sin embargo, nunca nadie ha pensado que se pudiera declarar que se debía abandonar la misión, que frente al fallo humana, también esto valiosos a los ojos de Dios, convenía encerrarse en los conventos y comunidades.
La Iglesia, nacida de la Pascua, tiene que seguir desarrollando su labor misionera de anunciar a Cristo, único Salvador, invitando a todos a dejarse reconciliar con Cristo, conscientes de que los destinatarios de este anuncio son hombres y mujeres que viven en un mundo y en una realidad socio-cultural que la reflexión filosófica y teológica define como "post-moderna". Hoy estamos llamados a ser misioneros y evangelizadores en un tiempo caracterizado por la fragmentación de los valores, por el pluralismo teológico y el consiguiente relativismo del problema de la verdad. Pero es también un tiempo que manifiesta una renovada petición de sentido, que se abre a las exigencias de la esperanza y de la solidaridad, que van más allá de los límites del existir humano.
Frente a este escenario, la pregunta es: ¿cómo ser hoy misioneros en el nombre de Jesucristo? La primera y fundamental respuesta viene del Espíritu del Señor: acoger a Cristo sin límites ni condicionamientos, aceptando con coraje el dejarse conquistar sin interponer los muros de nuestro humano interés o nuestro egoísmo; En otras palabras, es necesario dejar que Cristo viva y actúe en nosotros. Además el Misionero que en este inicio del Tercer Milenio Cristiano lleva el Evangelio de Cristo a todos los pueblos, opera en una situación mundial que ha cambiado profundamente respeto a hace tan solo una décadas. El Misionero de hoy tiene que anunciar el Evangelio de Cristo en un escenario nuevo y difícil. El Evangelio de Cristo no elimina las diversas culturas, sino que las anima desde dentro y constituye una ayuda para llegar a una fraternidad universal, a una realidad de comunión, de solidaridad, que tiene que unir a todos los hombres del mundo. El misionero de hoy sabe que tiene que anunciar a Cristo en un contexto nuevo y difícil.
¡Ante nuestros ojos se presenta la explotación brutal y diaria de tantos niños y mujeres explotados en tantas áreas del planeta donde trabajan nuestros misioneros! El misionero contrapone a todo esto el anuncio del Evangelio de Cristo, que ha venido a dar a todo hombre su dignidad de hijo de Dios, en el respeto y en el amor hacia todos los niños, mujeres e indefensos, hacia todos aquellos que padecen violencias. El misionero de hoy prédica con su persona este Evangelio, el mensaje auténtico de Cristo. Y también por esto, muchas veces es matado tal como he visto recientemente.
Muchos y diferentes son los desafíos que tiene que afrontar hoy el misionero. Cristo lleva la paz y la justicia a los hombres y a las situaciones de explotación de los niños, de las mujeres y de los indefensos, Cristo responde con Su Evangelio, de modo auténtico, fundamental y necesario.

Eminencia, todos los días llegan de África noticias de guerras y carestías que con demasiada frecuencia ignoran los medios de comunicación. E incluso más, ignoran el gran trabajo que diariamente realizan los misioneros en aquel inmenso continente, excepto para comentar el asesinato de alguno de estos héroes en algún rincón de la sección de sucesos. ¿Pero cuál es la situación real de la Misión en África, que ha extraído y extrae de la sangre de los mártires la fuerza y dignidad en la construcción de su futuro?
Los Padres que participaron en la Asamblea especial para África del Sínodo de los Obispos en 1994, se plantearon ante todo esta pregunta: "¿En un Continente saturado de malas noticias, de qué manera constituye el mensaje cristiano una "buena noticia" para nuestro pueblo? En medio de una desesperación que invade todo, ¿dónde esta la esperanza y el optimismo que el Evangelio lleva consigo? La evangelización promueve muchos de estos valores esenciales que tanto faltan en nuestro continente: esperanza, alegría, paz, armonía, unidad, amor" (Ecclesia en África, 48).
La gran epopeya misionera, que va desde finales del 800 y llega a la mitad del 900, ha tenido el gran mérito de haber "fundado la Iglesia" en tierra africana: una verdadera implantatio Ecclesiae. Después de este período, la presencia misionera ha sido reemplazada progresivamente, con personal autóctono. Esto ha producido un aumento cuantitativo de nuevas Iglesias particulares, de Cardenales, Arzobispos y Obispos locales, de vocaciones sacerdotales y religiosas, especialmente femeninas.
Algunos datos estadísticos son elocuentes: A principios del siglo pasado, los católicos en África eran 2.064.270 (2,6%); a finales del 2003, eran unos 140 millones. En los últimos tres años se han creado 70 nuevas Diócesis, nombrado 85 nuevos Obispos y Arzobispos y han sido trasladados unos cuarenta. En el mismo período, han aumentado constantemente, como veremos, el número de sacerdotes, religiosos/as, seminaristas y catequistas laicos.
Este fechas son significativos porque revelan como la acción del Espíritu Santo, gracias a la cooperación de santos y heroicos misioneros, del Clero local, con el compromiso eficaz de los Representantes Pontificios y el apoyo de nuestra Congregación, ha producido frutos abundantes en una Iglesia que, aunque joven, ha mostrado que posee grandes potencialidades y generosa adhesión al Evangelio de Jesucristo. Hoy asistimos también a algunos fenómenos que, si son bien promovidos y guiados, podrán constituir una segura esperanza para el futuro. Me refiero, en particular, a una cada vez más clara toma de conciencia de la naturaleza misionera de la propia la Iglesia africana. Es una respuesta a la exhortación de Papa Pablo VI en Kampala (1969): "africanos, sed vosotros mismos misioneros de África". En realidad, hoy asistimos al fenómeno, creciente aunque todavía limitado, del envío de sacerdotes, religiosos y religiosas de un país a otro de África: África está evangelizando a África! (cfr. Ecclesia en África n° 75).
Pero también existe otra forma de evangelización, que es la apertura de África a la catolicidad y a la universalidad de la Iglesia, con el envío de personal africano a las Iglesias en otros Continentes. Es una realidad que está a la vista de todos y que yo mismo he podido comprobar con alegría en Mongolia. Otro aspecto que demuestra la vitalidad de la Iglesia africana es el compromiso de los laicos en el campo, sobre todo, de la primera evangelización. Se trata sobre todo de catequistas generosos y comprometidos que, aun con los pobres medios que tienen, constituyen una fuerza eficaz para la evangelización en aquellos territorios, dónde no siempre se puede contar con la presencia del clero y de religiosos. En África, el número está en continuo aumento y numerosas Diócesis organizan óptimas escuelas de formación para los catequistas.
Por último, decir que el Sínodo para África primero y después la exhortación Apostólica Ecclesia in África (1995), se han revelado como acontecimientos providenciales para la vida pastoral de la Iglesia en África que, todavía hoy, constituyen momentos fuertes de reflexión y profundización pastoral y espiritual. También la bella imagen programática de la Iglesia africana como "Familia de Dios" está creando, aunque con algunas dificultades, un empuje evangelizador y de renovación en todo el Continente, como lo demuestran las numerosas iniciativas nacidas a nivel local, el camino de reflexión de las comunidades cristianas y los numerosos documentos publicados por los diversos Episcopados.

Eminencia, el Santo Padre en la "Redemptoris Missio" ha subrayado varias veces la necesidad de concentrar los esfuerzos misioneros hacia el gran continente asiático, dónde el crecimiento demográfico de los países no cristianos hace aumentar continuamente el número de personas a las que todavía no ha llegado el anuncio de Cristo. ¿Cómo es la situación de la Iglesia y qué impresionas ha recibido de sus viajes a Asia?
Sabemos bien que importante es el desafío que plantea el Continente asiático al Evangelio. Todo es relevante en Asia: el número de habitantes, la altura de las montañas, la extensión de los desiertos, la variedad de las estepas y animales, pero también la incidencia de las Religiones en la vida de los individuos y la sociedad. En este Continente vive más del 60% de la población mundial. Sin embargo, de casi 4 mil millones de habitantes, los Católicos son apenas unos 130 millones [2,6%], concentrados, en su mayoría, en Filipinas e India. En muchas otras naciones, los cristianos no llegan ni al 0,5%. De los más de 6 mil millones de personas que pueblan la Tierra, más de dos tercios no conoce todavía a Jesucristo, o no lo reconoce como Dios. Estamos todavía, como ha recordado el Papa, en los principios de la evangelización.
Después de 2000 años, la Iglesia, incluso no advirtiendo el peso de los siglos pasados, está llamada a programar la obra misionera como en los principios. Y esto vale sobre todo para Asia. Aquí la evangelización presenta dificultades objetivas, pero también consuelos por tantos signos positivos que caracterizan la realidad misionera. Son la prueba tangible de un futuro pleno de esperanza, que infunde en nuestros corazones la alegría del agricultor que, después de haber sembrado, espera con confianza que la semilla crezca y fructifique.
En mis viajes por aquellos territorios he encontrado a Obispos celosos, que trabajan en una labor evangelizadora nada fácil; sacerdotes, religiosas y religiosos que dan un testimonio alegre con la entrega de su propia vida en favor de los hermanos; laicos, sobre todo catequistas, que anuncian el Evangelio en zonas dónde ningún religioso puede estar presente, en verdaderas situaciones de frontera de la Misión. Ellos constituyen una nueva vía de evangelización para tantas criaturas que desean conocer el Evangelio de Jesucristo.
En Mongolia he asistido a la labor de siembra de un terreno que el heroico trabajo de muchos misioneros y misioneras está haciendo fecundo y rico de perspectivas futuras. Pero también existen Países del Continente dónde ya ha crecido el Evangelio de Cristo y se ha convertido en un árbol adulto, cuyos frutos se expanden fuera propio País e incluso fuera del Continente asiático. Una situación tal me permite afirmar que Asia debe evangelizar Asia.
Otra dimensión de la evangelización en Asia es la necesidad de tener en consideración, a la hora de realizar la evangelización, el diálogo con las grandes Religiones de Asia y el problema de la inculturación. Quiero sobre todo subrayar la necesidad de que tales valores preocupaciones no sean entendidas como un fin, hasta el punto de convertirse en el criterio de juicio y menos aún criterio último de verdad en relación con la revelación de Dios. [Fides et Ratio 71].

Eminencia el Santo Padre ha querido que éste sea el Año de la Eucaristía y el Mensaje para la Jornada Misionera subraya en particular la unión inseparable entre Eucaristía y Misión. Quizás sea una invitación a redescubrir su importancia en la actividad evangelizadora, que parece a veces apoyarse demasiado en los medios materiales antes que en los aspectos espirituales...
En su Mensaje para la Jornada Misionera 2004, el Papa escribe que para evangelizar el mundo se necesitan apóstoles 'expertos' en la celebración, adoración y contemplación de la Eucaristía" (cfr. n.3). Ya antes, en la Encíclica "Ecclesia de Eucharistia", el Santo Padre subrayó que este sacramento “es la fuente y, al mismo tiempo, la cumbre de toda la evangelización, puesto que su objetivo es la comunión de los hombres con Cristo y, en Él, con el Padre y con el Espíritu Santo" (Ecclesia de Eucharistia n.22). Sea el momento del inicio del Año de la Eucaristía, esto es, el Congreso Eucarístico Internacional de Guadalajara, como la Asamblea ordinaria del Sínodo de los Obispos de octubre del 2005, vuelven con insistencia sobre la binomio Eucaristía-misión. Pienso que ya hayan sido enunciados válidos motivos de reflexión para el mundo misionero, y otros que lo serán durante los próximos meses.
La Eucaristía en efecto es escuela y fuente de misión porque es itinerario de participación en el misterio del "pan vivo para la vida del hombre" (Jn 6,51). Esta alimenta y refuerza nuestra fe y nos empuja, como Pablo, a llevar a Cristo a todas las naciones para que lo conozcan y acojan como Dios y único Salvador. La misión de la Iglesia, que es signo y medio de comunión entre Dios y los pueblos y de los pueblos entre si, se realiza en el Cuerpo de Cristo, que es el centro unificador de toda la humanidad. La gracia trasformante de la Eucaristía implica, además de los aspectos espirituales, también los existenciales de todo hombre como son la libertad, el sufrimiento, la muerte.... Alimentándose en el banquete eucarístico, los cristianos son transformados y reforzados, reciben un nuevo impulso para anunciar a todos las grandes maravillas que ha hecho el Señor, que quiere la salvación de todos los hombres. He aquí porque la evangelización misionera constituye el primer servicio que la Iglesia puede hacer a cada hombre y a todos los pueblos. (Agencia Fides 23/10/2004; Líneas: 166 Palabras: 2.426)


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