INTENCION MISIONERA - “Para que el Espíritu Santo dé luz y fuerza a las comunidades cristianas y a los fieles perseguidos o discriminados a causa del Evangelio en tantas regiones del mundo” - Comentario a la Intención Misionera de marzo 2011

viernes, 25 febrero 2011

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) – La persecución ha sido algo connatural a la Iglesia desde su fundación. Casi podemos decir que es parte de su esencia. Desde que el Señor dijo: “si a Mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán” (Jn 15, 20), todo fiel cristiano, y toda comunidad cristiana debe saber que será objeto de persecución. El Santo Padre Benedicto XVI reafirma esta idea cuando dice: “La Iglesia sigue el mismo camino y sufre la misma suerte de Cristo, porque no actúa según una lógica humana o contando con las razones de la fuerza, sino siguiendo la vía de la Cruz y haciéndose, en obediencia filial al Padre, testigo y compañera de viaje de esta humanidad” (Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 2009, n.4).
San Agustín decía: “La luz, que es amable a los ojos sanos, es odiosa a los enfermos”. La Iglesia, cuando vive fielmente el mensaje de Cristo, llega a ser verdaderamente “luz del mundo”, y por eso, produce incomodidad en los ojos enfermos. Cuando la Iglesia predica el Evangelio sin recortes, se convierte en “sal de la tierra” que produce escozor en las heridas. No podemos pasar por alto que cada uno de nosotros debe también poner su vida a la luz del Evangelio y sufrir el escozor de la sal, puesto que debemos vivir en constante espíritu de conversión, dejando de lado las incoherencias que frecuentemente acompañan nuestra vida. De otra manera, seremos solamente sal que se ha desvirtuado, y que ya no sirve sino para ser arrojada en el camino, para que la pisen los que pasan por él.
La persecución estuvo presente en la vida de Jesús y de la Iglesia naciente. En la época en que se escribió el libro del Apocalipsis, la Iglesia vivió un tiempo de persecución, tribulación y desconcierto para la Iglesia (cf. Ap 1, 9). Pero en la visión del apóstol S. Juan se proclama una palabra de esperanza: “No temas, soy yo, el Primero y el Ultimo, el que vive. Estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la Muerte y del infierno” (Ap 1, 17-18).
Junto a la presencia constante de Cristo, que ha vencido el sufrimiento y la muerte con su resurrección, la Iglesia encuentra la fuerza para perseverar, aún en medio de la persecución, en el don precioso del Espíritu Santo: “Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, y seréis mis testigos” (Hc 1, 8). El Espíritu asiste con el don de fortaleza a quienes tienen que manifestar su fe en Cristo en medio de la oposición, y sostiene a los creyentes para que puedan llegar al testimonio supremo del martirio, si fuera necesario.
Que este Espíritu, que es luz y fuerza divina, sostenga a nuestros hermanos que viven sometidos a la prueba de la persecución. Y que este mismo Espíritu anime nuestra oración para que sea sincera, ardiente y comprometida. Las formas de persecución son diversas en las distintas partes del mundo. En algunos países se utiliza la violencia física, la coacción, las amenazas. En las culturas occidentales de hoy, se utiliza la burla, el descrédito, el insulto y se intenta ridiculizar todo lo cristiano. Que el Espíritu Santo haga de los católicos testigos auténticos de Cristo, coherentes con el Evangelio, hombres que no se acomodan a este mundo (cfr. Rom. 12, 2). Sólo quien está dispuesto a sufrir por la confesión del nombre de Cristo, puede ser verdaderamente discípulo suyo.
Por lo tanto, oremos en este mes, por nuestros hermanos perseguidos, y para que nuestra oración sea sincera, estemos dispuestos a compartir algo de sus sufrimientos por la confesión del Señor crucificado y resucitado. (Agencia Fides 25/2/2011)


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