“Para que en los territorios de misión donde es más urgente la lucha contra las enfermedades, las comunidades cristianas sepan testimoniar la presencia de Cristo a quienes sufren” - Comentario de la Intención Misionera de febrero 2011

sábado, 29 enero 2011

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) – Durante su vida en la tierra, Jesús se mostró siempre cercano al sufrimiento de los hombres. La experiencia de la curación de los enfermos ocupó gran parte de su misión pública. A Él acudían enfermos, tullidos, ciegos y leprosos. Toda una cadena de dolor vivido tantas veces en la marginación social, y considerado fruto del pecado personal o paterno (cf. Jn 9, 2). S. Agustín gustaba de llamar a Jesús “el médico humilde”. Él pasó por el mundo haciendo el bien y curando las enfermedades.
Benedicto XVI afirmaba: "Aunque la enfermedad forma parte de la experiencia humana, no logramos habituarnos a ella, no sólo porque a veces resulta verdaderamente pesada y grave, sino fundamentalmente porque hemos sido creados para la vida, para la vida plena. Justamente nuestro "instinto interior" nos hace pensar en Dios como plenitud de vida, más aún, como Vida eterna y perfecta” (Ángelus, 8de febrero de 2009).
A veces el dolor y la impotencia provocada por la enfermedad pueden poner a prueba la fe. Los creyentes tenemos que ayudar a nuestros hermanos a encontrar el sentido del dolor en la cruz de Jesucristo y a seguir suplicando a Dios la gracia de “saber sufrir”. Tenemos que ser para ellos la cercanía de Dios en medio del dolor.
Ante la pregunta que suscita la enfermedad, Dios nos ha respondido en Jesucristo: "Dios —cuyo rostro él mismo nos ha revelado— es el Dios de la vida, que nos libra de todo mal. Los signos de este poder suyo de amor son las curaciones que realiza: así demuestra que el reino de Dios está cerca, devolviendo a hombres y mujeres la plena integridad de espíritu y cuerpo” (Benedicto XVI, ibid.).
Pero estas curaciones físicas no son un fin en sí mismas. Son signos que nos hablan de la necesidad de una curación más profunda. La más grave enfermedad que aqueja al hombre de todos los tiempos es la ausencia de Dios, fuente de la verdad y del amor. En Cristo, Dios se ha hecho Buen Samaritano para nosotros. Por la encarnación se ha hecho “nuestro prójimo”, nos ha recogido en sus hombros de Buen Pastor y nos ha llevado a la posada que es símbolo de la Iglesia. Allí nos ha curado las heridas con el óleo de los sacramentos, para devolvernos la salud.
Hablando de ese sentido pleno del ministerio de Cristo, el Papa afirma que "sólo la reconciliación con Dios puede darnos la verdadera curación, la verdadera vida, porque una vida sin amor y sin verdad no sería vida. El reino de Dios es precisamente la presencia de la verdad y del amor; y así es curación en la profundidad de nuestro ser. Por tanto, se comprende por qué su predicación y las curaciones que realiza siempre están unidas. En efecto, forman un único mensaje de esperanza y de salvación” (Benedicto XVI, ibid.).
El ministerio de Cristo se prolonga en la Iglesia. Ella sigue curando a los hombres con la gracia de los sacramentos, a la vez que, empeñada en mil actividades caritativas, mitiga el dolor de los que sufren, siendo para ellos la presencia del amor de Dios. Pidamos para que tantos cristianos –sacerdotes, religiosos y laicos- que prestan sus servicios a los enfermos en tantas partes del mundo, sigan siendo las manos y el Corazón de Cristo para sus hermanos en los países de misión. “Lo que hicisteis con uno de estos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis" (Mt 25, 40). (Agencia Fides 29/1/2011)


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