“Para que abriendo el corazón al amor, se ponga fin a tantas guerras y conflictos que aún ensangrientan el mundo” - Comentario a la Intención Misionera de setiembre de 2010

lunes, 30 agosto 2010

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) – Creado en armonía con Dios y con sus semejantes, el hombre abusó de la libertad que había recibido de Dios. Esta desobediencia al Dios Creador, ha producido una división interior en el hombre que es causa y origen de todos los enfrentamientos entre los pueblos. Arrastrado por el egoísmo, por la falta de respeto a los derechos y necesidades de sus semejantes, el hombre ha construido un mundo lleno de conflictos y de guerras, a veces entre los hijos de una misma nación.
Ya desde el Antiguo Testamento, el Mesías es presentado como el “Príncipe de la Paz” (cf Is 9,5), y esa paz es considerada como uno de los dones mesiánicos, uno de los frutos que otorga al mundo la presencia de Dios en la historia. Pertenece a la misión de Cristo unificar, “reunir las ovejas dispersas de Israel”, derribar el muro de odio que era causa de separación. Pablo nos asegura que Cristo “es nuestra paz” (cf Ef 2, 14). Esa paz que comienza por la propia reconciliación con Dios en lo profundo de la conciencia, oyendo a través de sus ministros las palabras de Cristo: “tus pecados están perdonados, vete en paz”.
De esa reconstrucción interior de cada hombre, brotará la paz para todos. El Santo Padre pide una apertura del corazón al amor para que cesen los conflictos y las guerras. Debemos abrirnos en primer lugar al amor que Dios nos tiene, para poder amar a otros. Debemos recibir como don la gracia del Espíritu Santo, “el amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones” (Rom 5, 5), para ser capaces de amar a nuestros hermanos. Dice el Santo Padre en su encíclica sobre la caridad: “El amor puede ser pedido porque antes ha sido dado”. Dios puede pedir ese amor mutuo porque Él mismo “ha amado tanto al mundo que le ha dado su Hijo Único” (cf Jn 3, 15).
Sólo el amor de Dios permite que descubramos a los demás como prójimo, no como enemigos, como adversarios. Cada uno de nosotros, afirma Benedicto XVI, no debe preguntarse quién es su prójimo, sino que debe hacerse “prójimo” para los demás. Ciertamente, el hecho de que la paternidad de Dios sea ignorada en un mundo cada vez más indiferente a la religión, impide la conciencia de una verdadera fraternidad y de un destino común entre los hombres.
María, Madre de Todos los Hombres, sea nuestra intercesora para alcanzar de Dios el don de la paz. En el Ángelus del domingo 22 de agosto de 2010, el Papa afirmó: “Hoy queremos sobre todo renovar, como hijos de la Iglesia, nuestra devoción a quien Jesús nos dejó como Madre y Reina. Encomendamos a su intercesión la oración diaria por la paz, especialmente allí donde más golpea la absurda lógica de la violencia para que todos los hombres se persuadan de que en este mundo debemos ayudarnos los unos a los otros como hermanos para construir la civilización del amor, Maria, Regina pacis, ora pro nobis!”. (Agencia Fides 30/08/2010)


Compartir: