Julio 2004: "A fin que en las jóvenes Iglesias los fieles laicos sean más escuchados y valorizados en la obra de evangelización". Comentario a la intención misionera indicada por el Santo Padre a cargo del Prof. Andrea Riccardo, Fundador de la Comunidad de San Egidio.

lunes, 28 junio 2004

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - La oración es una gran fuerza de la Iglesia que, haciéndose humilde, pide a su Señor que la llene de los dones del Espíritu. En este tiempo, después de Pentecostés, es justo que la Iglesia pida por todo el pueblo de Dios. Se lee en el libro de los Números que cuando Josué fue a referirle a Moisés que dos hombres del pueblo profetizaban, pidiéndole que se lo impidiera, éste contestó: "¿eres tú celoso por mí? ¡Ojalá fueran todos profetas en el pueblo del Dios y el Señor les diera su espíritu!" (11, 29). El don del Espíritu llama a todos los miembros del pueblo de Dios a ser profetas. El sueño de Moisés es precisamente este: "¡ojalá fueran todos profetas en el pueblo de Dios! ". Este es también el impulso del Espíritu al que, tantas veces, se resiste por la inercia de las estructuras, por la avaricia de los cristianos, por los celos de los unos, por el miedo de los otros. Después de Pentecostés todos, laicos, sacerdotes, religiosas y religiosos, están llamados a vivir, bajo el impulso del Espíritu, la profecía.
Pero ¿qué quiere decir profecía? Esta expresión de la Escritura es con frecuencia mal entendida en la mentalidad contemporánea. No sólo porque la profecía es entendida cómo presagiar el futuro: A veces, ser profeta, es interpretado como exhibicionismo, protagonismo, búsqueda de la originalidad para asombrar a los otros. No es esta la profecía cristiana. Sin embargo, nosotros cristianos estamos llamados a ser un "pueblo profético". Pero el profeta es uno solo, Aquel de quien se dice: "no es bueno que un profeta muera fuera de Jerusalén". El profeta es Jesucristo. Todos nosotros estamos llamados a comunicar su Evangelio. Ser profetas, para los cristianos, quiere decir comunicar a Jesús. El pueblo profético es gente que comunica el Evangelio. "¡Ojalá fueran todos profetas! ": ojalá comunicaran todos, con las palabras y con la vida, el Evangelio de Jesús.
¿Pero podemos comunicar el Evangelio cuándo somos jóvenes, cuándo estamos al inicio del camino cristiano? ¿Pueden las Iglesias jóvenes ser comunicativas o es necesario esperar una maduración ulterior de las personas y de la comunidad? El profeta Jeremías, a quien Dios se dirigió para llamarlo a ser profeta, contestó así: "Ay de mí, Señor Dios, mira que yo no sé hablar, porque soy un muchacho". Y Dios le dijo. "No digas soy un muchacho, ve a quien te mande y anuncia lo que te ordene: no les tengas miedo, porque yo estoy contigo para protegerte" (Jer. 1, 6-8). Son palabras para meditar después de Pentecostés. Los jóvenes, los laicos, los movimientos carismáticos, las jóvenes Iglesias tienen mucho que decir al mundo: ¡tienen mucho que comunicar en nombre del Señor!
¡El mundo tiene necesidad de la profecía del Evangelio! Lo necesitan los países que sufren grandes contradicciones como son varios Estados de África. Lo necesitan los países que conocen la guerra. Lo necesitan las sociedades que, desde hace pocos años, conocen un rápido desarrollo económico que amenaza con hacer desaparecer los valores tradicionales. ¡El mundo tiene necesidad del Evangelio! No se puede esconder en el miedo, en nuestras instituciones, en las costumbres. Sobre todo, las jóvenes Iglesias están llamadas a una tarea maravillosa, a menudo en sociedades en formación, en mundos marcados por violencias, entre jóvenes que esperan. Las jóvenes Iglesias tienen una gran responsabilidad.
Pero las jóvenes Iglesias deben ser dóciles a lo que el Espíritu les pida por medio de gemidos y las peticiones de la gente: a menudo se pide precisamente, aun sin saberlo, el Evangelio. ¿Cómo responder? Se dice: hay pocos sacerdotes; hay poca gente formada y preparada; tenemos pocas estructuras.... Pienso que las jóvenes Iglesias tienen grandes energías humanas y espirituales: a menudo tienen un laicado maravilloso que puede comunicar el Evangelio en situaciones en que los sacerdotes no pueden entrar. Hay que tener confianza en los laicos, como Juan Pablo II nos ha enseñado en muchas ocasiones. En particular recuerdo el mensaje del Papa sobre el valor de los movimientos laicales en la Iglesia en Pentecostés de 1998. Los movimientos llevan a menudo el entusiasmo por el Evangelio. ¡La confianza en los laicos es lo que principalmente les forma a la responsabilidad!
La comunicación del Evangelio en todas las tierras necesita de laicos: "¡ojalá fueran todos profetas! ". Por ello, después de Pentecostés, sentimos que las jóvenes Iglesias no deben ser viejas, sino que pueden ser jóvenes realmente, escuchando y valorizando a los laicos en la evangelización y en la vida de la Iglesia. No se trata de una visión sindical: ¡más espacio a los laico y menos al clero o a los religiosos! ¡Todos son necesarios con el propio carisma y el propio ministerio! ¡Pero ay de quien, por miopía o costumbre, prefiere una comunidad modesta, antes que valorizar a los laicos! Pentecostés llama todos a ser testigos del Evangelio en espíritu de comunión y colaboración, porque el Señor manda sus obreros a la viña. La obra de construcción es grande: el arquitecto necesita al carpintero, al peón de herrero, porque el templo del Dios es casa de todas las gentes. (Andrea Riccardo) (Agencia Fides 28/6/2004; Líneas: 61 Palabras: 900)


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