INTENCIÓN MISIONERA - “Para que en Navidad los Pueblos de la tierra reconozcan en el Verbo Encarnado la luz que ilumina a toda la humanidad, y las Naciones abran las puertas a Cristo, Salvador del mundo” - Comentario a la Intención Misionera indicada por el Santo Padre para el mes de diciembre de 2009

sábado, 28 noviembre 2009

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) – Entre los países de tradición cristiana, nadie podrá negar que la Navidad es el tiempo más entrañable del año. Es cierto que el materialismo reinante, intenta minimizar cada vez más el sentido cristiano de esta fiesta, dando más importancia al nuevo año, o presentándola simplemente como afable encuentro familiar.
De cualquier modo, Cristo nacido de María, es el Verbo, es la luz que alumbra a todo hombre que viene a este mundo (cf. Jn 1, 9). Todos los hombres tienen en su corazón la necesidad de un Salvador. Aquellos que sinceramente buscan el sentido profundo de su existencia más allá de lo efímero, encuentran en su propio ser una sed de infinito que nada ni nadie puede llenar. Se saben deseosos de lo eterno, y al mismo tiempo se experimentan incapaces de alcanzarlo por sí mismos. La Iglesia tiene la misión de presentar al mundo la luz de Cristo, porque la plenitud de verdad que ha recibido, no puede guardarla para ella sola. Como un nuevo Juan Bautista, cada bautizado debe ser “testigo de la luz”.
Afirma Benedicto XVI que “para llegar a Jesús, luz verdadera, sol que disipó todas las tinieblas de la historia, necesitamos luces cercanas a nosotros, personas humanas que reflejen la luz de Cristo e iluminen así el camino por recorrer” (8-12-2007). Este “reflejar” la luz es esencial a la misión de la Iglesia. Debemos hacernos limpios para reflejar, para transparentar a Dios. La aspiración a la santidad hace creíble el testimonio de la luz. Pero podemos preguntarnos, ¿qué es la luz? ¿Es sólo una metáfora sugestiva, o a la imagen corresponde una realidad? La palabra del Papa nos ayuda a aclarar este interrogante: “El apóstol san Juan escribe en su primera carta: ‘Dios es luz, en él no hay tiniebla alguna’ (1 Jn 1, 5); y, más adelante, añade: ‘Dios es amor’. Estas dos afirmaciones, juntas, nos ayudan a comprender mejor” (6-1-2006). Dios es luz porque es amor, y nosotros nos convertimos en personas que “iluminan” en la medida en que amamos. Somos testigos de la luz en la medida en que somos testigos del amor.
Cuando el Papa pide que “los Pueblos de la tierra reconozcan en el Verbo Encarnado la luz que ilumina a toda la humanidad”, está pidiendo que los hombres reconozcan el amor de Dios sobre ellos. “Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo único para que no perezca ninguno de los creen en Él sino que tengan vida eterna” (Jn 3, 16).
El teólogo medieval Guillermo de S. Thierry dijo una vez: Dios ha visto que su grandeza – a partir de Adán – provocaba resistencia; que el hombre se siente limitado en su ser él mismo y amenazado en su libertad. Por lo tanto, Dios ha elegido una nueva vía. Se ha hecho un niño. Se ha hecho dependiente y débil, necesitado de nuestro amor. Ahora – dice ese Dios que se ha hecho niño – ya no podéis tener miedo de mí, ya sólo podéis amarme.
Cuando se comprende que el Dios-amor se ha hecho carne por nosotros en el Niño de Belén, es más fácil abrir las puertas a Cristo, porque todos quieren abrir las puertas al amor.
Para aprender a ser personas que transparentan la luz, contemplemos a María. ¿Qué criatura ha sido más luminosa que Ella? María, aurora que anuncia al Sol de justicia que nace de lo alto (cf. Lc 1, 78), será para todos los hombres estrella de esperanza, maestra que nos enseña a ser “transparencia de la Luz”. (Agencia Fides 28/11/2009)


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