VATICANO - Una reflexión sacerdotal con ocasión de la Jornada Mundial de Oración por la Santificación de los Sacerdotes: Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, 18 de junio del 2004

jueves, 17 junio 2004

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - Existe un dicho popular que más o menos dice así: “mira como celebra el sacerdote la Eucaristía, con que devoción alza sus manos en la Misa y comprenderás cuanto ama a Jesús” En realidad una afirmación similar se encuentra con frecuencia en los escritos de los Santos y Beatos de la Iglesia, quienes, todos sin excepción, han tenido una relación del todo particular con la Santísima Eucaristía, celebrada y adorada.
Recientemente el Santo Padre, con Documentos de relieve, ha llamado la atención de todos - en primer lugar de los Obispos y sacerdotes, pero también de los fieles laicos- a un profundo redescubrimiento del inmenso don del Amor de Dios, que se nos ha dado como verdadero alimento en el Sacramento Eucarístico. También el anuncio de un Año especial dedicado a la Santísima Eucaristía, hecho por el Santo Padre en San Juan de Letrán, el pasado jueves, solemnidad del Corpus Christi, forma parte de esta “estrategia” del Espíritu Santo en nuestros tiempos para despertar lo que el Papa ha llamado “el estupor eucarístico”.
Pero precisamente la Santísima Eucaristía, fuente y culmen de toda la vida de la Iglesia, alimento y apoyo de toda vida auténticamente cristiana, nos lleva a contemplar las manos ungidas del sacerdote. Sin esas manos consagradas no tendríamos “el pan de la vida” que es Cristo Jesús. Y precisamente por ello, estas manos son tan amadas por quienes aman a Jesús y tan odiadas por aquel a quien Cristo llama “homicida desde el principio”, satanás. Él ha movido la guerra contra estas manos sacerdotales desde el principio del Cristianismo: encadenándolas en las prisiones de la antigüedad y en los campos de concentración de la modernidad, durante las terribles persecuciones contra los cristianos; manchándolas con los escándalos causados por sacerdotes infieles; "amputándolas", no tanto físicamente sino moralmente, empujando al egoísmo y al orgullo a sacerdotes esclavos de si mismos para paralizar la fuerza del sacramento del Orden, que da, sólo al sacerdote ordenado, la facultad de absolver los pecados. ¡Sí, porque esas manos ungidas no se levantan solas, se necesita la voluntad movida por el amor oblativo del sacerdote que las alza para bendecir a los otros, para absolver a los otros!
A lo largo de los siglos la historia ha registrado muchos casos de sacerdotes fieles y santos pero también, desgraciadamente, casos de sacerdotes que han traicionado su ministerio sacerdotal. Pero los primeros son muchos más numerosos que los segundos. ¡Y además, sólo Dios puede juzgar a los hombres que son un misterio para si mismos, por ello, el Evangelio nos manda "no condenar" sino "perdonar", no "maldecir" sino "bendecir ", incluso "bendecir a los que nos maldicen". ¡Si lo hiciéramos realmente, los cristianos nos convertiríamos en una fuerza invencible contra el mal!
Las manos del sacerdote han sido creadas para bendecir, consagrar, absolver. No hay que asombrarse pues que el pueblo de Dios, en todas partes, desde tiempos inmemoriales, tenga la costumbre de venerar estas manos; no sólo en la primera misa del recién ordenado sacerdote, en la que tantos fieles van a besar sus manos recién ungidas, sino que incluso ahora, muchos cuando encuentran a un sacerdote, le besan la mano en señal de veneración por Cristo a quien representa sacramentalmente. ¡Cuánto fieles continúan arrodillándose cuando se alza esa mano para impartir la bendición de Dios omnipotente!
Existen oraciones bellísimas, escritas precisamente para agradecer al Señor por las manos del sacerdote y pedir a Dios la gracia de la perseverancia. Una de estas oraciones invita al mismo sacerdote a contemplar sus manos, a elevar más a menudo su mano derecha para bendecir cuando viaja, antes de comer y dormir, cuando visita una casa y cuando la deja… La bendición de un sacerdote tiene, en efecto, un poder no humano sino divino: ¡no es la bendición del sacerdote sino de Dios Trinidad!
En un mundo en que cada vez más manos se alzan en señal de violencia, dónde la sangre, el odio y la venganza las manchan y estropean la forma que el Creador les ha reservado, en un mundo de manos egoístas tenemos una necesidad inmensa de las manos ungidas de los consagrados por el Señor. Ellas en efecto se oponen eficazmente, en Nombre de Cristo, a la oleada del mal levantada por manos invisibles de los ángeles caídos, de los demonios en perenne lucha contra Dios y contra sus criaturas.
Sólo Dios conoce cuantas olas de odio, que se estaban levantando impetuosas para tragar a la humanidad en los remolinos del mal, han sido paradas por las manos consagradas y bendecidas de los sacerdotes, que se han levantado en nombre de Cristo. Hay una palabra de S. Pablo que hace temblar al infierno: "al nombre de Jesús, toda rodilla se doble en los cielos, y en la tierra ". Cuando la gente desesperada no sabe ya a quien recurrir en la lucha que padece contra el mal es una verdadera gracia encontrar en el camino la mano bendita de un sacerdote.
En muchos Países, las familias, incluso en medio de una secularización galopante, piden insistentemente la visita del sacerdote para la bendición de sus casas. El verdadero creyente en Cristo no puede prescindir de la bendición de los sacerdotes, porque percibe que en ella hay una fuerza sobrenatural asociada a este gesto solemne de la cruz del sacerdote, acompañado por esas palabras potentes: "Que Dios omnipotente, Padre, Hijo y Espíritu Santo os bendiga"
Si, es verdad que a veces hemos visto temblar las manos del Papa, pero precisamente esas manos consagradas del Vicario de Cristo son percibidas por muchos como las más estables, las más seguras, las más representativas, las manos más fuertes de esta nuestra humanidad al alba del tercer Milenio; ¡manos aparentemente frágiles pero increíblemente potentes, porque están investidas de la misma potencia de Cristo! Manos, sin embargo que necesitan ser sostenidas, como las de Moisés, por nuestras manos unidas en oración por el Papa.
También el muro que separó el este del oeste se derrumbó gracias a la potencia sacerdotal de las manos de Juan Pablo II que - unidas a las manos bendecidas de innumerables cristianos muertos perseguidos pero victoriosos porque eran misericordiosos - han conseguido uno de los más grandes milagros que ha conocido jamás la historia.
Y por último, hay que decir que toda mano que se mueve para realizar un gesto de caridad, toda mano que se convierte en signo de auténtico amor es una mano sacerdotal como esa famosa de la Madre Teresa de Calcuta que estrecha el rosario.
En virtud del bautismo, en efecto, todo cristiano es portador de la bendición de Cristo para todos; aunque solo al sacerdote están reservadas las particulares bendiciones que está llamado a dar en su específico ministerio sacerdotal, toda mamá y papá, todo niño, todo joven, todo anciano, puede y tiene que convertirse en bendición para los otros.
¡Cuánta necesidad de manos consagrada que bendigan a los fieles, quienes a su vez, con su vida se conviertan en bendición viviente para el mundo. Las manos de los sacerdotes junto con las manos de los fieles pueden formar una cadena de manos que abrazan el mundo en un apretón de amor, capaz de vencer toda división causada por el mal y conquistar para Cristo el corazón de todos. (L.A) (Agencia Fides 17/6/2004; Líneas: 87 Palabras: 1241)


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