“Para que el pueblo de Dios, que recibió de Cristo el mandato de ir a predicar el Evangelio a todas las creaturas, asuma con empeño su responsabilidad misionera y la considere como el mayor servicio que puede ofrecer a la humanidad” - Comentario a la Intención Misionera del Santo Padre para el mes de octubre de 2009

miércoles, 30 septiembre 2009

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) – Jesucristo ha sido enviado por el Padre para la salvación de los hombres. “Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,17). Cristo, antes de ascender al cielo, le confió a la Iglesia el mandato de continuar su misión en el mundo. “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,19). En los años que siguieron al Concilio Vaticano II se difundieron algunas corrientes teológicas que, mal interpretando los textos conciliares, intentaron poner en duda la necesidad de la misión Ad Gentes. Consideraban que predicar la fe a los hombres era un atentado contra su libertad. El Concilio había afirmado: “La Divina Providencia no niega los auxilios necesarios para la salvación a los que sin culpa por su parte no llegaron todavía a un claro conocimiento de Dios y, sin embargo, se esfuerzan, ayudados por la gracia divina, en conseguir una vida recta” (LG, 16). ¿Y entonces para que predicar el Evangelio si también los no creyentes pueden alcanzar la salvación?
En su Mensaje por la Jornada Misionera Mundial del 2009, que se celebrará el 18 de octubre, el Santo Padre Benedicto XVI recuerda que la Iglesia no predica el Evangelio por un afán de poder o de dominio sobre las personas: “Reafirmo con fuerza lo que ha sido varias veces dicho por mis venerados Predecesores: la Iglesia no actúa para extender su poder o afirmar su dominio, sino para llevar a todos a Cristo, salvación del mundo” (Mensaje por la Jornada Misionera 2009, introducción). Conocer a Cristo es conocer la libertad. Todos los seres humanos tienen el derecho de recibir la Buena Noticia del amor de Dios y de alcanzar la plenitud humana llegando a ser hijos de Dios.
La Iglesia tiene una vocación de servicio, siguiendo el ejemplo de su Maestro, que “no vino para ser servido sino para servir”. Lo afirma el Santo Padre: “Nosotros no pedimos sino el ponernos al servicio de la humanidad, especialmente de aquella más sufriente y marginada” (Mensaje por la Jornada Misionera 2009, introducción).
La humanidad de nuestros días esta experimentando un desarrollo impensable en el ámbito de las ciencias y de la técnica, sin embargo parece haber olvidado los valores más profundos del hombre. Juan Pablo II afirmaba en la encíclica “Redemptoris Missio”, que el hombre contemporáneo ha perdido el sentido de las realidades últimas y de su misma existencia (cf. RM, 2). Es parte esencial de la misión de la Iglesia iluminar el camino del ser humano presentando a Cristo, Luz de todos los pueblos.
“La humanidad entera, tiene la vocación radical de regresar a su fuente, que es Dios, el único en Quien encontrará su realización final mediante la restauración de todas las cosas en Cristo” (Mensaje por la Jornada Misionera 2009, n. 1). La Iglesia ha recibido esta misión y no puede traicionarla. Anunciar a Cristo no es una tarea de los otros, es el centro de la vida y de la misión de la Iglesia. La misión universal debe convertirse en una constante fundamental de la vida de la Iglesia. Anunciar el Evangelio, recuerda el Santo Padre, deber ser para nosotros, como lo fue para el Apóstol Pablo, un compromiso impostergable y prioritario.
La misión es tan esencial a la Iglesia que sus miembros deben estar dispuestos a dar testimonio de Cristo incluso con el sacrificio de la propia vida. La sangre continua siendo el testimonio más elocuente del amor de Dios con los hombres. La Iglesia debe afrontar el mismo destino de su Maestro. “Acordaos de la palabra que os he dicho: El siervo no es más que su señor. Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros” (Jn 15,20). La Iglesia por lo tanto sigue su camino y enfrenta el mismo destino de Cristo ya que no actuar según una lógica humana o apoyándose en sus propias fuerzas, sino que sigue el camino de la Cruz, haciéndose, en obediencia filial al Padre, testigo y compañera de viaje de esta humanidad.
En este mes de octubre, mes misionero, estamos llamados a intensificar la oración al Espíritu Santo, alma de la misión, para que crezca en toda la Iglesia, y en todo el pueblo de Dios, la pasión por anunciar el Evangelio a todos los hombres. (Agencia Fides 30/9/2009; líneas 53, palabras 796)


Compartir: