“Para que los cristianos en Laos, en Camboya y en Myanmar, que encuentran a menudo grandes dificultades, no se desanimen en el anunciar el Evangelio a sus hermanos, confiando en la fuerza del Espíritu Santo” - Comentario a la intención Misionera indicada por el Santo Padre para el mes de septiembre de 2009

martes, 1 septiembre 2009

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - Durante los 20 siglos de historia de la Iglesia se calcula que aproximadamente 43 millones de cristianos han sufrido el martirio. La mitad de los cuales ha muerto durante el siglo pasado, precisamente en un período que ha pretendido caracterizarse por su tolerancia. Todavía en nuestros días, en muchas regiones del mundo, los cristianos encuentran no pocas dificultades para vivir y testimoniar su fe, padeciendo opresiones, abusos, limitaciones, hasta derramar su sangre por el nombre de Cristo.
La intención misionera de este mes nos invita a dirigir nuestro pensamiento en particular a tres naciones del gran continente asiático, Camboya, Laos y el Myanmar, dónde incluso entreviéndose señales de libertad, la Iglesia sigue padeciendo los efectos de la persecución religiosa del siglo pasado o es discriminada con respecto a las demás religiones.
Cuando nos enteramos de que nuestros hermanos sufren cotidianamente por ser católicos, nos cuesta creerlo, pero los hechos lo demuestran. Estos hermanos constituyen una optima medicina para nuestra fe, muchas veces mediocre y acomodada. Es verdad que uno ama realmente cuando está dispuesto a sufrir por lo amado. He ahí porque la persecución y el martirio siguen siendo testimonio de amor heroico de algunos miembros del Cuerpo de Cristo. Juan Pablo II, en la Exhortación apostólica Ecclesia en Asia, afirma: “exhorto a los hermanos y hermanas de esas Iglesias que viven en circunstancias difíciles a unir sus sufrimientos a los del Señor crucificado, dado que tanto nosotros como ellos sabemos que sólo la cruz, cuando se lleva con fe y amor, es camino hacia la resurrección y la vida nueva para la humanidad” (Ecclesia in Asia, n. 28).
La efusión del Espíritu Santo es fruto de la cruz de Cristo, y del mismo modo, el Espíritu conduce y guía a la cruz. Él, con su presencia vivificante, da fuerza y robustez a la voluntad de los hombres que aman y que transcurren su vida tratando de complacer a Dios en todo.
Tenemos que pedir insistentemente el don de fortaleza para nuestros hermanos. Este don es un impulso sobrenatural que da vigor al alma no solo en los momentos dramáticos como el martirio, sino también en las habituales condiciones de dificultad: en la lucha por ser coherentes con los propios principios; en el soportar las ofensas y los ataques injustos; en la perseverancia, incluidas las incomprensiones y las hostilidades, en el camino de la verdad y la honestidad. En estas condiciones, no es fácil presentar el mensaje cristiano. A veces, para evitar el sufrimiento, se insinúa la tentación de un silencio traidor. Pero el amor es siempre más grande que el temor.
Tenemos que orar por nuestros hermanos para que en ellos se hagan realidad las palabras de San Pablo: “Me complazco en la enfermedad, en los ultrajes, en las necesidades, en las persecuciones y en las angustias sufridas por Cristo; porque cuando soy débil, es entonces que soy fuerte” (2 Cor 12,10). Esta fuerza que viene del sufrimiento es un don de Cristo en su Espíritu. Este testimonio de coraje y fidelidad en medio de las persecuciones tiene una potencia apostólica inmensa.
El Papa Benedicto XVI ha recordado “con especial cercanía espiritual, pienso también en los católicos que mantienen su fidelidad a la Sede de Pedro sin ceder a componendas, a veces incluso a costa de graves sufrimientos. Toda la Iglesia admira su ejemplo y ruega para que tengan la fuerza de perseverar, sabiendo que sus tribulaciones son fuente de victoria, aunque por el momento puedan parecer un fracaso” (Ángelus del 26 diciembre 2006).
Podemos estar seguros, basados en la palabra de Jesús, que si pedimos de corazón, recibiremos. Pidamos al Espíritu Santo por nuestros hermanos: para que los sostenga en el dolor, en las dificultades y en la persecución, para que puedan ser testigos del amor de Dios y de su paz. (Agencia Fides 1/9/2009)


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