INTENCIÓN MISIONERA - “Para que las Iglesias particulares que trabajan en las regiones azotadas por la violencia sean sostenidas por el amor y la cercanía concreta de todos los católicos del mundo” Comentario a la Intención Misionera indicada por el Santo Padre para el mes de junio 2009

miércoles, 27 mayo 2009

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - Aunque todos los pueblos de la tierra forman una sola familia, y tienen a Dios como origen y destino común, siguen estando presentes en grandes regiones del planeta focos de violencia armada, a veces entre miembros de la misma nación. En medio de estas situaciones, los cristianos siguen siendo testigos de la paz de Jesucristo, no sin grandes dificultades.
Las divisiones externas son fruto de la división presente en el corazón del hombre que, alejado de Dios, orienta las relaciones humanas en clave de dominio, de explotación egoísta o de enriquecimiento injusto.
Jesucristo es nuestra paz. Él, al presentarse resucitado a sus discípulos, les muestra las heridas de las manos y su costado abierto, y les dice: “la paz esté con vosotros” (Jn 20, 21). Jesús ha asumido sobre sí mismo la violencia del pecado para transformarla, a través de su misericordia, en perdón y paz, en unidad y comunión.
El testimonio del servicio y de la caridad, del perdón y la reconciliación, son de una vibrante actualidad en el mundo, pero sobre todo en esas zonas del planeta donde se hace de una forma particularmente presente la ruptura, la agresión de unos contra otros, o la división.
El corazón del cristiano debe ser como el Corazón de Cristo. S. Pablo exhortaba a los filipenses a tener los “mismos sentimientos de Cristo”. Esto nos obliga a no permanecer indiferentes ante los sufrimientos de nuestros hermanos que padecen la guerra, la persecución a causa de su fe, de su etnia, de su origen.
Benedicto XVI señala que gracias a los medios de comunicación de masas se pueden conocer de manera casi inmediata las situaciones de necesidad en otras partes del mundo. Esto significa “una llamada, sobre todo a compartir situaciones y necesidades”. Y continúa: “el momento actual requiere una nueva disponibilidad para socorrer al prójimo necesitado” (DCE, 30).
La caridad no puede quedarse en un mero “sentimentalismo compasivo”. No podemos, como dice S. Juan en su primera carta, “amar sólo con los labios”, es decir, sólo con palabras. La caridad tiene que hacerse obras, donación, testimonio verdadero del amor de Cristo. También el Santo Padre señala que esa cercanía debe ser “concreta”. Cuando el amor a la Iglesia, Cuerpo de Cristo, es verdadero y profundo, sucede lo que señala S. Pablo: “cuando un miembro sufre, todos sufren con él” (1 Cor, 12, 26).
Y para orientar concretamente la vivencia de la caridad, afirma el Papa: “Por otra parte —y éste es un aspecto provocativo y a la vez estimulante del proceso de globalización—, ahora se puede contar con innumerables medios para prestar ayuda humanitaria a los hermanos y hermanas necesitados, como son los modernos sistemas para la distribución de comida y ropa, así como también para ofrecer alojamiento y acogida. La solicitud por el prójimo, pues, superando los confines de las comunidades nacionales, tiende a extender su horizonte al mundo entero” (ibid).
La caridad es siempre el testimonio vivo de Cristo en el mundo, expresión concreta de su amor por los hombres. Es cierto que la gran pobreza de muchos hombres es, precisamente, la falta de Dios. Y no raramente, ese vacío de Dios genera la oposición y la ruptura.
La cruz de Cristo y sus heridas gloriosas son la garantía de una paz estable. Él ha derribado el muro de división, haciendo de los dos pueblos uno solo. Ya no hay judío ni gentil, esclavo ni libre, hombre ni mujer, porque todos somos uno en Cristo Jesús.
A Él, Príncipe de la paz, oremos con insistencia, para que los hombres queramos instaurar su Reino en esta tierra, ese Reino de justicia y de gracia, de verdad, amor y paz. (Agencia Fides 27/5/2009)


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