INTENCIÓN MISIONERA - “Para que los cristianos que trabajan en los territorios donde son más trágicas las condiciones de los pobres, de los débiles y de los niños, sean un signo de esperanza con su intrépido testimonio del Evangelio de la solidaridad y del amor”. Comentario a la intención misionera indicada por el Santo Padre para el mes de abril 2009

viernes, 27 marzo 2009

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - La vitalidad de la Iglesia se mide por su caridad, puesto que como decía Sta. Teresa de Jesús, “el amor nunca está ocioso”. Con mucha frecuencia se encuentran en los territorios de misión unas condiciones de pobreza o de dificultad que exigen respuestas heroicas, tanto en la vivencia de la evangelización como en el servicio material. La Iglesia cuenta en su historia con infinidad de testimonios, del pasado y del presente, donde puede verse este heroísmo del amor. Baste pensar en el P. Damián de Veuster, que se entregó por completo a los leprosos de Molokai, o la M. Teresa de Calcuta en tiempos más recientes.
Ha dicho Benedicto XVI en su encíclica Deus caritas est: “Toda la actividad de la Iglesia es una expresión de un amor que busca el bien integral del ser humano: busca su evangelización mediante la Palabra y los Sacramentos, empresa tantas veces heroica en su realización histórica; y busca su promoción en los diversos ámbitos de la actividad humana. Por tanto, el amor es el servicio que presta la Iglesia para atender constantemente los sufrimientos y las necesidades, incluso materiales, de los hombres” (DCE, 19).
Practicar el amor pertenece a la esencia de la Iglesia tanto como la predicación y la administración de los sacramentos. Es algo irrenunciable.
Por eso, el ejercicio de la caridad hacia los pobres, los niños y los que sufren se convierte en testimonio de esperanza. Muchos de nuestros hermanos en situaciones de carestía, de injusticia, de pobreza extrema, pueden tener la impresión de que el mal reina en el mundo, de que no hay posibilidad de cambio, de que los que viven en condiciones de comodidad no tienen presentes a los que sufren, o incluso de que Dios se ha olvidado de ellos. En medio del dolor, la caridad de los misioneros y de los cristianos es un rayo de luz, un testimonio de que el amor sigue vivo y actuante, de que la caridad de Dios se hace cercana para ellos a través de la vida de los cristianos.
El amor es siempre luz y es siempre fecundo. Aún los gestos más pequeños, siempre producen frutos de alegría, de fe y confianza en el Dios bueno que se ocupa de sus hijos necesitados a través de las manos de los cristianos. Resulta triste que Dios reciba tantas acusaciones contra su bondad por culpa de nuestro egoísmo.
El Papa nos invita a un amor audaz, intrépido, propio de las personas humildes que son capaces de abordar empresas arriesgadas, gigantescas, porque confían en la providencia y el amor paternal de Dios. Cuando se vive así, no existe la desproporción entre la magnitud de la tarea y la pequeñez de las fuerzas humanas, puesto que todo se apoya en el poder de Dios. Cuanto más grande sea la empresa, más ilimitada debe ser nuestra confianza en Dios.
En la primera mitad del S. III, Tertuliano refiere que la caridad de los cristianos admiraba a los paganos. El testimonio de la caridad confiere a la predicación una fuerza irresistible, y es en cierto modo, la garantía de que la fe no es una ideología. En efecto, la fe es creer y acoger el amor de Dios que se ha hecho carne en Jesucristo, y ha entrado en la historia humana, para cambiar el corazón del hombre, liberarlo del pecado, del egoísmo y de la soberbia, hacerle partícipe de su vida divina y hacerle capaz de amar con su mismo amor, porque “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rom. 5, 5).
Esta grandeza hace que el amor supere todas las fronteras. Dentro de su misma naturaleza, el amor divino que los hijos de Dios hemos recibido como don, tiene una dimensión universal. Nadie debe quedar excluido, ni siquiera los enemigos.
Este año, la Iglesia celebra el misterio pascual del Señor en este mes de abril. Contemplando a Cristo muerto y resucitado por nosotros, dejemos que nuestros corazones se llenen de ese “amor hasta el extremo” ( Cf. Jn. 13, 1) que nos manifestó en su pasión, en su servicio de amor, siendo el “Siervo de Yahvé” (Cf. Is. 53) que cargó con nuestros delitos y nuestras rebeldías, y cuyo castigo saludable nos trajo la paz.
El amor sería imposible para la Iglesia si Cristo no hubiera muerto por nosotros, si Él no nos hubiera liberado de la cárcel de nuestro egoísmo en que nos encerró el pecado. Pero ahora que la Verdad de su amor nos ha hecho libres, dejemos que ese amor se manifieste a través de nosotros, para que nuestras vidas no hagan estéril la cruz de Jesucristo, sino que por el testimonio de caridad de los cristianos, la luz de su Resurrección llegue a todo el mundo, como manifestación de que el amor ha vencido a la muerte y a la desesperación.
Pidamos a Santa María, que abrazó llena de gozo a su Hijo resucitado, que interceda por la Iglesia, para que sepa siempre ponerse en camino con presteza, como Ella, para realizar el servicio de la caridad. (Agencia Fides 27/3/2009)


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