VATICANO - El encuentro del Papa con el clero de la Diócesis de Roma (2) - Dos aspectos de la emergencia educativa y el papel de la Comunidad eclesial en la actual crisis económica

miércoles, 4 marzo 2009

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) – Como es costumbre al inicio de la Cuaresma, el jueves 26 de febrero el Santo Padre Benedicto XVI encontró en el Aula de las Bendiciones en Vaticano a los párrocos y al clero de la Diócesis de Roma. El encuentro se desarrolló en forma de diálogo entre el Santo Padre y los participantes, introducido por el saludo del Cardenal Vicario, Agostino Vallini. Presentamos algunos extractos de las respuestas del Papa sobre las temáticas tocadas.

Dos aspectos de la emergencia educativa: la estabilidad de los operadores y la urgencia de tener educadores-sacerdotes culturalmente capaces
“Comencemos con el segundo punto. Digamos que es más amplio y, en un cierto sentido, también más fácil. Ciertamente un oratorio en el que se hacen solamente juegos se toman algunas bebidas sería absolutamente superfluo. El sentido de un oratorio debe realmente ser la formación cultural, humana y cristiana de una personalidad, que debe llegar a ser una personalidad madura… Diría que justamente esta es la función de un oratorio: que uno no sólo encuentre posibilidades para el tiempo libre sino sobre todo encuentre formación humana integral que haga completa la personalidad. Y, por lo tanto, naturalmente el sacerdote como educador debe estar él mismo bien formado y estar ubicado en la cultura de hoy, rico de cultura, para ayudar también a los jóvenes a entrar en una cultura inspirada por la fe. Añadiría, naturalmente, que al final el punto de orientación de cada cultura es Dios, el Dios presente en Cristo… El corazón de toda formación cultural, tan necesaria, debe ser sin duda la fe: conocer el rostro de Dios que se ha mostrado en Cristo y así tener el punto de orientación para todo el resto de la cultura, que de otro modo se vuelve desorientada y desorientadora. Una cultura sin conocimiento personal de Dios y sin conocimiento del rostro de Dios en Cristo es una cultura que podría ser también destructiva, porque no conoce las orientaciones éticas necesarias. En este sentido, me parece, tenemos realmente una misión de formación cultural y humana profunda, que se abre a todas las riquezas de la cultura de nuestro tiempo, pero da asimismo el criterio, el discernimiento para probar qué tanto es una verdadera cultura y qué tanto podría llegar a ser anticultura.
Es mucho más difícil para mí la primera pregunta – la pregunta es también para Su Eminencia – es decir la permanencia del joven sacerdote para dar orientación a los jóvenes. Sin duda una relación personal con el educador es importante y debe tener también la posibilidad de un cierto período para orientarse juntos. Y, en este sentido, puedo estar de acuerdo que el sacerdote, punto de orientación para los jóvenes, no puede cambiar todos los días, porque así pierde justamente esta orientación. Por otro lado, el joven sacerdote debe también tener experiencias diversas en contextos culturales diversos, justamente para llegar al final al bagaje cultural necesario para ser, como párroco, punto de referencia por largo tiempo en la parroquia.
Y diría que en la vida del joven las dimensiones del tiempo son diversas de la vida de una adulto. Los tres años, desde el decimosexto hasta el decimonono, son al menos tan largos e importantes como los años entre los cuarenta y los cincuenta. Justamente porque aquí se forma la personalidad: es un camino interior de gran importancia, de gran extensión existencial. En este sentido, diría que tres años para un vicepárroco es un buen tiempo para formar a una generación de jóvenes; y así, por otro lado, puede también conocer otros contextos, aprender en otras parroquias otras situaciones, enriquecer su bagaje humano… pienso a una conciliación de los dos aspectos: experiencias diversas para un joven sacerdote, continuidad en el acompañamiento de los jóvenes para guiarlos en la vida”.

El papel de la Comunidad eclesial en la emergencia de la crisis económica
“Yo distinguiría dos niveles. El primero es el nivel de la macroeconomía, que luego se realiza y llega hasta el último ciudadano, que siente las consecuencias de una construcción equivocada. Naturalmente, denunciar esto es un deber de la Iglesia. Como sabéis, desde hace mucho tiempo preparamos una Encíclica sobre estos puntos. Y en el largo camino veo cómo es difícil hablar con competencia, porque si no es afrontada con competencia una cierta realidad económica no puede ser creíble. Y, por otro lado, es necesario asimismo hablar con gran consciencia ética, digamos creada y despertada por una consciencia formada por el Evangelio. Por lo tanto es necesario denunciar estos errores fundamentales que hoy se muestran en el derrumbe de los grandes bancos americanos, los errores de fondo. Al final, es la avaricia humana como pecado o, como dice la Carta a los Colosenses, la avaricia como idolatría… Aquí estamos en el punto fuerte: ¿existe realmente el pecado original? Si no existiese podríamos apelarnos a la razón lúcida, con argumentos que a cada uno son accesibles e incontestables, y a la buena voluntad que existe en todos. De ese modo, podríamos simplemente seguir adelante bien y reformar la humanidad. Pero no es así: la razón – también la nuestra – está oscurecida, lo vemos cada día. Porque el egoísmo, la raíz de la avaricia, está en el quererme sobre todo a mí mismo y al mundo para mí. Existe en todos nosotros. Esto es el oscurecimiento de la razón: ella puede ser muy docta, con argumentos científicos hermosísimos, y sin embargo estar oscurecida por falsas premisas. Así se encamina con gran inteligencia y con grandes pasos por la senda equivocada… Sin la luz de la fe, que entra en las tinieblas del pecado original, la razón no puede ir adelante. Pero justamente la fe encuentra luego la resistencia de nuestra voluntad. Ella no quiere ver el camino, que constituiría también un camino de renuncia a uno mismo y de corrección de la propia voluntad a favor del otro y no para sí mismos.
Por esto es necesario, diría, la denuncia razonable y razonada de los errores, no con grandes moralismos, sino con razones concretas que se hacen comprensibles en el mundo de la economía de hoy. Esta denuncia es importante, es un mandato para la Iglesia desde siempre… Dicho esto, la Iglesia tiene siempre la tarea de vigilar, de buscar ella misma con sus mejores fuerzas las razones del mundo económico, de entrar en este razonamiento y de iluminar este razonamiento con la fe que nos libera del egoísmo del pecado original. Es tarea de la Iglesia entrar en este discernimiento, en este razonamiento, hacerse escuchar, incluso a los diversos niveles nacionales e internacionales, para ayudar y corregir. Y esto no es un trabajo fácil, porque tantos intereses personales y de grupos nacionales se oponen a una corrección radical…
Este es el primer nivel. El otro es ser realistas. Y ver que estos grandes objetivos de la macrociencia no se realizan en la microciencia – la macroeconomía en la microeconomía – sin la conversión de los corazones. Si no hay justos, no hay justicia. Tenemos que aceptar esto. Por este motivo, la educación en la justicia es un objetivo prioritario, incluso podríamos decir que es la prioridad... La justicia no puede crearse en el mundo sólo con buenos modelos, aunque estos son necesarios. La justicia se realiza sólo si hay justos. Y no hay justos sin la labor humilde y cotidiana de convertir los corazones. Hay que crear justicia en los corazones. Sólo así se puede también extender la justicia correctiva. Es por eso que el trabajo de los párrocos es fundamental no sólo para la parroquia sino para toda la humanidad... Nuestro trabajo humilde y cotidiano es fundamental para poder alcanzar los grandes objetivos de la humanidad. Tenemos que trabajar juntos todos los niveles. La Iglesia universal debe denunciar, pero también anunciar qué se puede hacer y cómo se puede hacer. La conferencia episcopal y los obispos deben actuar. Pero todos debemos ser educadores de justicia... Por lo tanto, los dos niveles son inseparables. Si, por una parte, no anunciamos la macrojusticia, la microjusticia no crece. Pero, por otra parte, si no hacemos el trabajo humilde de la microjusticia tampoco crecerá la macro justicia. Y siempre, como afirme en mi primera Encíclica, con todos los sistemas que pueden crecer en el mundo, además de la justicia que buscamos es necesaria la caridad. Abrir los corazones a la justicia y a la caridad es educar en la fe, es conducir a Dios. (2 – continúa)
(S.L.) (Agencia Fides 4/3/2009; líneas 93, palabras 1399)


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