INTENCION MISIONERA - “Para que los cristianos, especialmente en los países de misión, por medio de gestos concretos de fraternidad, muestran que el Niño nacido en la gruta de Belén es la luminosa esperanza del mundo”. Comentario a la Intención Misionera indicada por el Santo Padre para el mes de diciembre 2008

martes, 25 noviembre 2008

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - Estamos asistiendo a una pérdida de las raíces cristianas de Europa y de los países de antigua tradición cristiana. El ayuntamiento de la ciudad inglesa de Oxford ha decidido suprimir la fiesta de la Navidad y sustituirla por la “Festividad de la luz invernal”. Ante esta decisión, el arzobispo Gianfranco Ravasi ha afirmado: "Si bien en el pasado se combatían los signos religiosos con argumentos, con el deseo de oponer un sistema totalmente alternativo, ahora, por el contrario, esta negación es una especie de niebla, típica de la secularización actual".
“La luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la recibieron” (Jn 1, 5). El hombre de nuestro tiempo sigue necesitando la luz y la esperanza. Es triste que se adopten posiciones de rechazo de la luz, pero ya decía S. Agustín: “La luz que es amable a los ojos sanos, es odiosa a los ojos enfermos”.
Ante la cerrazón a los argumentos racionales de verdad, son necesarios otros argumentos que llegan a todos: la fuerza de la caridad. El Papa Benedicto XVI en su primera encíclica Deus caritas est, habla de la actividad caritativa de la Iglesia y refiere el testimonio de Tertuliano señalando cómo la solicitud de los cristianos por los necesitados de cualquier tipo, suscitaba el asombro de los paganos (cfr. DCE, 22).
Ante la muralla que las tinieblas levantan a la luz, los cristianos tenemos el reto de presentar ante los hombres a Jesucristo, con gestos concretos de solidaridad y de amor, como “la Luz verdadera que alumbra a todo hombre” (Jn 1, 9).
Para los que aún no conocen a Cristo, el testimonio de la caridad se convierte en una revelación. Es cierto que la caridad no se debe practicar con fines proselitistas, para ganar adeptos a una religión, pero es también cierto que el amor conquista y arrastra.
El hombre ha sido creado por amor y para el amor. Cada hombre experimenta esa necesidad de amar y ser amado, y cuando encuentra un amor verdadero, gratuito, incondicional, descubre en él la verdad, encuentra a Dios.
El ejercicio de la caridad no puede dejar de lado a Dios. Muchas veces el mayor sufrimiento del corazón humano es la ausencia de Dios. “Quien ejerce la caridad en nombre de la Iglesia nunca tratará de imponer a los demás la fe de la Iglesia. Es consciente de que el amor, en su pureza y gratuidad, es el mejor testimonio del Dios en el que creemos y que nos impulsa a amar. El cristiano sabe cuando es tiempo de hablar de Dios y cuando es oportuno callar sobre Él, dejando que hable sólo el amor. Sabe que Dios es amor (1 Jn 4, 8) y que se hace presente justo en los momentos en que no se hace más que amar” (DCE, 31 c).
¡Qué belleza tiene la Navidad! Contemplar al Amor que se ha hecho carne, estremece. En Él podemos constatar que el amor de Dios por nosotros no se ha quedado sólo en palabras. “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los creen en Él, sino que tengan vida eterna” (Jn 3, 16). Dios manifiesta su amor con la entrega, con el don de sí mismo.
La Iglesia debe ser misionera por el testimonio de su caridad. El Amor de Dios entra en la historia en ese pequeño Niño. Quiera Dios que a través del testimonio de nuestra caridad, los hombres puedan conocer la esperanza, la fuerza del amor que salva.
Aunque algunos prefieran celebrar la “Fiesta de la luz invernal”, sólo hay una Luz que puede iluminar el corazón del hombre, darle sentido y esperanza ante las preguntas más profundas, ante el sufrimiento y la muerte: Jesucristo, “Dios de Dios, Luz de Luz” que manifiesta su amor en la pobreza de Belén. (Agencia Fides 25711/2008)


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