VATICANO - “AVE MARÍA” por mons. Luciano Alimandi - ¡Quien reza recibe la fuerza de Cristo!

miércoles, 24 septiembre 2008

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) – Para salir de nuestro “mundo” donde, generalmente, todo gira alrededor de nuestro “yo” – ya que nuestra naturaleza, herida por el pecado, se ha hecho egocéntrica – tenemos necesidad de la oración. Sólo abriéndonos a Dios, con humildad y confianza, la luz y la fuerza de Su verdad entrará en nuestros corazones e iluminará nuestras mentes.
“¡Puertas, levantad vuestros dinteles, alzaos, portones antiguos, para que entre el rey de la gloria!” (Sal 23, 7), estas palabras inspiradas del salmista nos invitan a esto, nos impulsan a hacer entrar en nosotros al “Rey de la gloria”, al Señor Jesús. Las “puertas” de las potencias superiores del alma – intelecto, memoria y voluntad – deben abrirse a la gracia y este “movimiento” del ser es favorecido, en primer lugar, por la oración. La humilde y confiada oración tiene el poder no solo de “abrir” nuestras puertas, sino también de ayudar a otros a abrir las suyas. Si las puertas del corazón están cerradas a Cristo, de nada sirven todos los demás esfuerzos.
La gracia del momento presente fluye en el alma, únicamente, si esta se abre al Señor en la oración. Quien cree en el poder de la oración, la antepone a todo: antes de cualquier acción pastoral, se refugia y se fortalece en ella; se deja acompañar por la oración durante la acción y a través de la oración la lleva a su realización. ¡Esto nos enseñan los santos!
Cuanta sabiduría nos transmiten, al respecto, las palabras de San Juan de la Cruz: “Adviertan, pues, aquí los que son muy activos, que piensan ceñir al mundo con sus predicaciones y obras exteriores, que mucho más provecho harían a la Iglesia y mucho más agradarían a Dios, dejado aparte el buen ejemplo que de sí darían, si gastasen siquiera la mitad de ese tiempo en estarse con Dios en oración, aunque no hubiesen llegado a tan alta como ésta. Cierto, entonces harían más y con menos trabajo con una obra que con mil, mereciéndolo su oración, y habiendo cobrado fuerzas espirituales en ella; porque de otra manera todo es martillar y hacer poco más que nada, y a veces nada, y aun a veces daño. Porque Dios os libre que se comience a envanecer la sal (Mt. 5, 13), que, aunque más parezca que hace algo por de fuera, en sustancia no será nada, cuando está cierto que las obras buenas no se pueden hacer sino en virtud de Dios” (Cántico Espiritual B, estrofa 29, 3).
La oración tiene asimismo un poder de purificación: purifica nuestras intenciones y nos guía a buscar, en todo lo que hacemos, la voluntad y la gloria de Dios, y a dejar de lado nuestro provecho y nuestro honor. Todo santo ha sido un hombre de gran oración y los santos más “activos” han sido aquellos que han rezado más. Cuando se le preguntaba a Madre Teresa de Calcuta cual fuese la fuerza secreta de su Congregación, ella señalaba el ejemplo de sus hermanas que, en la capilla, ante el Santísimo Sacramento se dedicaban a la adoración desde las primeras horas de la mañana. Aquí las misioneras de la caridad encontraban la fuerza para darse todas en la ayuda a los más pobres entre los pobres. Un gigante de santidad, como San Pío de Pietralcina, en toda su vida, puso la oración en el primer lugar: cada día le dedicaba varias horas y con los años aumentaba la intensidad y la durada de su oración.
El Santo Padre Benedicto XVI ha hecho de la invitación a la oración uno de los puntos fuertes de su Magisterio. En Lourdes, recientemente, afirmó: “María nos recuerda aquí que la oración, intensa y humilde, confiada y perseverante debe tener un puesto central en nuestra vida cristiana. La oración es indispensable para acoger la fuerza de Cristo. “Quien reza no desperdicia su tiempo, aunque todo haga pensar en una situación de emergencia y parezca impulsar sólo a la acción” (Deus caritas est, n. 36). Dejarse absorber por las actividades entraña el riesgo de quitar de la plegaria su especificad cristiana y su verdadera eficacia. En el Rosario, tan querido para Bernadette y los peregrinos en Lourdes, se concentra la profundidad del mensaje evangélico. Nos introduce en la contemplación del rostro de Cristo. De esta oración de los humildes podemos sacar copiosas gracias” (Benedicto XVI, homilía en Lourdes, 14 de septiembre 2008).
La enseñanza de la Iglesia y la vida de los santos nos muestran claramente que el progreso espiritual de un alma es únicamente posible si esta avanza por el camino de la oración.
No se trata de añadir “oraciones” a “oraciones”, de multiplicar “ejercicios” de piedad, sino de habituarse a vivir en presencia de Dios, bajo Su mirada llena de amor por toda criatura.
Cuanto es esto verdadero, cuando nos encontramos en oración ante un tabernáculo, donde es custodiada la Santísima Eucaristía. Aquí está la real presencia de Jesús: es justamente Él quien nos mira, quien nos espera, quien nos ama… así como somos. Estar en silencio ante Jesús Eucaristía es una de las más hermosas oraciones que podemos hacer y es así simple para todos. ¡Basta quererlo! La mediación maternal de María y el ejemplo de los santos nos fortalezcan en la decisión de seguir a Jesús en el camino de la oración, que es el mejor camino de todos. (Agencia Fides 24/9/2008; líneas 56 palabras 894)


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