VATICANO - “AVE MARÍA” por Mons. Luciano Alimandi - Donde “se detiene” María, reina la paz

miércoles, 16 julio 2008

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) – En este año 2008, se celebran los 150 años de las apariciones de la Virgen de Lourdes. En todos estos años un flujo constante de peregrinos se ha puesto en marcha hacia ese lugar de gracia, para honrar a la Madre de Dios. Todos los lugares “vistados” por la Virgen María guardan, de manera misteriosa, el “toque” particular de su paso en medio de nosotros. Es como si María, en una perenne “visitación” de pueblos y de naciones, de vez en cuando se detuviese, como cuando se detuvo en casa de su parienta Isabel para quedarse cerca de tres meses (Cf. Lc 1,56).
Donde María “se detiene”, en ese lugar suceden milagros: en Caná, en Lourdes, en Fátima... la Virgen presenta a su Hijo nuestras necesidades, le dirige la palabra suplicante, que tiene el poder de obtener aquello que, de otra manera, sería imposible recibir. “Nada es imposible para Dios” (Lc 1,37) le dijo el Arcángel Gabriel el día del Gran Anuncio, y la humilde sierva de Nasareth jamás tuvo dudas al respecto.
Donde María “se detiene”, se hace visible que existe y perdura una abundancia de paz, de serenidad, y se percibe como en un clima de eternidad, como si el tiempo se detuviese, como si todo se hiciese aparte para dejar lugar a una Presencia del Cielo, la de la Virgen que trae consigo y nos revela la Presencia del Hijo.
“Venid a mí vosotros que estáis cansados y sobrecargados, que yo os daré descanso” (Mt 11,28), estas palabras de Jesús se “encarnan” en lugares como Lourdes, que ofrecen al peregrino de cualquier edad, estado y condición, la paz del corazón que el mundo no puede dar porque no la conoce. Es esta doble Presencia, del Hijo y de la Madre, que hacen de Lourdes, como de todo otro Santuario mariano, un lugar donde “descansar” la mente y el corazón de los afanes que con frecuencia invaden nuestras semanas. Quien va en peregrinación a Lourdes no se cansa de regresar por primera, segunda, enésima vez, ya que cada “visita” a María está acompañada de diversas gracias. Dios, en su omnipotente bondad, no es nunca repetitivo: como el surgir del sol que, pareciendo siempre el mismo es siempre distinto, así también la “visita” de su gracia en nosotros es siempre nueva.
La Virgen recibió una tarea única e inigualable, ningún otro santo como Ella puede visitar pueblos y naciones para “detenerse” en dichos lugares particularmente necesitados. Su permanencia permite al Hijo realizar milagros: sanar las almas y los cuerpos, convertir y santificar, bendecir y perdonar; en otras palabras, transformar el agua de nuestra miseria y superficialidad en el vino de Su divina misericordia y longanimidad. ¡Qué gran privilegio es “visitar” a María, que nos ha visitado a nosotros, que se ha “detenido” en medio de nosotros para escuchar a cada uno, susurrándole al corazón “tu eres mi hijo”!
La maternidad universal de María se vuelve “visible” en lugares como Lourdes, donde llegan personas de toda la tierra para encontrar protección y guía en Ella, que el Señor eligió como Madre suya y nuestra. Delante de la gruta de Lourdes, donde Nuestra Señora se apareció a Bernardette por primera vez el 11 de febrero y por última vez el 16 de julio de 1858, hay un flujo constante de peregrinos que se detienen en devota oración, que “fluyen” bajo esa gruta casi como imitando la corriente del río Gave, que a pocos metros se hace sentir dulcemente. Delante de esa gruta, el peregrino tiene la impresión de percibir un llamado a dejarse transportar por la “corriente” de gracia, de “dejarse llevar”, de no resistir a lo que hace verdaderamente feliz al corazón, en el vivir dulcemente en la paz de Dios.
La Inmaculada de Lourdes nos invita a hacer de nuestra vida en este mundo un continuo vivir en Dios, a través de una vida hecha de oración, nutrida por los sacramentos, en la escuela del amor a Dios y al prójimo. Si escuchamos su voz, no nos arrepentiremos. Si “hacemos lo que Jesús nos dice” (cf. Jn 2,5), “veremos” el milagro de un cambio en nuestra vida: el más grande milagro que Dios ama realizar y que no excluye a ninguno, sobretodo si es Su Madre Santísima la que se lo solicita. Nuestra Señora de Lourdes, ¡ruega por nosotros! (Agencia Fides 16/7/2008)


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