VATICANO - LAS PALABRAS DE LA DOCTRINA a cargo de don Nicola Bux y don Salvatore Vitiello - La Eucaristía: “corazón” de la Iglesia

jueves, 3 julio 2008

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) – La última Encíclica, cual testamento, del Papa Juan Pablo II, de santa memoria, lleva por título “Ecclesia de Eucharistia” y en el n. 11 se lee: “La Iglesia ha recibido la Eucaristía de Cristo, su Señor, no sólo como un don entre otros muchos, aunque sea muy valioso, sino como el don por excelencia, porque es don de sí mismo, de su persona en su santa humanidad y, además, de su obra de salvación. Ésta no queda relegada al pasado, pues « todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos”.
La Eucaristía no es entonces uno de los “gestos sacramentales” que la Iglesia realiza, sino el Sacramento por excelencia, con el cual, por el cual y en el cual el Cuerpo Místico de Cristo es edificado.
En efecto: “Hay un influjo causal de la Eucaristía en los orígenes mismos de la Iglesia. Los evangelistas precisan que fueron los Doce, los Apóstoles, quienes se reunieron con Jesús en la Última Cena (cf. Mt 26, 20; Mc 14, 17; Lc 22, 14). Es un detalle de notable importancia, porque los Apóstoles «fueron la semilla del nuevo Israel, a la vez que el origen de la jerarquía sagrada». Al ofrecerles como alimento su cuerpo y su sangre, Cristo los implicó misteriosamente en el sacrificio que habría de consumarse pocas horas después en el Calvario. Análogamente a la alianza del Sinaí, sellada con el sacrificio y la aspersión con la sangre,38 los gestos y las palabras de Jesús en la Última Cena fundaron la nueva comunidad mesiánica, el Pueblo de la nueva Alianza” (n. 21).
A esta atención por la Eucaristía por parte del Papa, hacía eco un documento de gran interés, incluso a pesar de que fue recibido en modo insuficiente, tanto en el espíritu como en su letra, y que debería ser retomado para ser atentamente estudiado y aplicado.
Es la Instrucción de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos “Redemptionis sacramentum. Sobre algunas cosas que se deben observar o evitar acerca de la Santísima Eucaristía”, cuyo exordio en el n. 2 deja clara la continuidad de la Instrucción con cuanto fue deseado y dispuesto por el entonces Pontífice: “La doctrina de la Iglesia sobre la santísima Eucaristía ha sido expuesta con sumo cuidado y la máxima autoridad, a lo largo de los siglos, en los escritos de los Concilios y de los Sumos Pontífices, puesto que en la Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, que es Cristo, nuestra Pascua, fuente y cumbre de toda la vida cristiana, y cuya fuerza alienta a la Iglesia desde los inicios. Recientemente, en la Carta Encíclica «Ecclesia de Eucharistia», el Sumo Pontífice Juan Pablo II ha expuesto de nuevo algunos principios sobre esta materia, de gran importancia eclesial para nuestra época”.
Aquellos que con ánimo grato recuerdan y continuamente citan a Juan Pablo II no pueden ignorar la última Encíclica con la relativa Instrucción, que traduce su contenido, y que representa la palabra última del Padre a los hijos antes de dejarlos.
El magisterio doctrinal y litúrgico de Benedicto XVI se situa en plena continuidad con el de Juan Pablo II, como siempre sucede en la auténtica historia de la Iglesia, que es historia sagrada y de salvación, con todos los Pontífices. El testamento y la herencia de Juan Pablo II han sino plenamente acogidos y valorados por la primera Exhortación Apostólica de Benedicto XVI, la “Sacramentum Caritatis”, seguida por el Sínodo de la Eucaristía querido por su predecesor.
Cual eco de la extraordinaria Encíclica “Deus caritas est”, la Exhortación muestra el pleno acuerdo de todos los Pastores de la Iglesia, en Comunión con el Vicario de Cristo, en destacar la centralidad y la esencialidad de la Eucaristía en la Iglesia, con todas las consecuencias teológicas, litúrgicas y disciplinares que derivan de esta eminente posición.
Es de gran consolación intelectual y espiritual, así como apoyo para la profundización y la orante contemplación del Misterio, la lúcida conciencia de la gran continuidad magisterial que el Espíritu Santo, evidentemente dona a Su Iglesia que continuamente está llamada a reconocer en la Eucaristía el propio “corazón”. Palabras y gestos no pueden ser sino consecuenciales con la realidad que se celebra cuando se trata de la sagrada liturgia. (Agencia Fides 3/7/2008, líneas 50, palabras 753)


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