VATICANO - Benedicto XVI inaugura el Convenio de la Diócesis de Roma: “La esperanza de los creyentes en Cristo no se reduce a este mundo, sino que está intrínsecamente orientada a la comunión plena y eterna con el Señor”

martes, 10 junio 2008

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) – La tarde del lunes 9 de mayo, el Santo Padre Benedicto XVI se dirigió a la Basílica de San Juan de Letrán donde inauguró, como siempre desde el inicio de su Pontificado, el Convenio anual de la Diócesis de Roma sobre el tema: “Jesús ha resucitado: educar en la esperanza en la oración, en la acción, en el sufrimiento”. Seguidamente les ofrecemos algunos pasajes del discurso:
“Luego de haber dedicado por tres años una especial atención a la familia, desde hace ya dos años hemos puesto en el centro el tema de la educación de las nuevas generaciones. Es un tema que involucra sobretodo a las familias, pero que tiene que ver también directamente con la Iglesia, la escuela y la sociedad entera. Buscamos con ello responder a la ‘emergencia educativa’ que para todos representa un grande e ineludible desafío. El objetivo que nos hemos propuesto para el próximo año pastoral, y sobre el cual reflexionaremos en este Convenio, hace referencia también referencia a la educación, en la óptica de una esperanza teologal, que se nutre de la fe y de la confianza en Dios, que en Jesucristo se ha revelado como el verdadero amigo del hombre”.
“Jesucristo resucitado de entre los muertos es verdaderamente el fundamento indefectible sobre el que se apoya nuestra fe y nuestra esperanza. Lo fue desde el inicio, desde los apóstoles que fueron testigos directos de su resurrección y la anunciaron al mundo al precio de su propia vida. Lo es hoy y lo será siempre”.
“La esperanza de quien cree en el Dios que ha resucitado a Jesús de entre los muertos se proyecta con fuerza hacia aquella felicidad y aquella alegría plena y total que llamamos vida eterna, y precisamente por ello reviste, anima y transforma nuestra cotidiana existencia terrena, da orientación y dota de un significado no efímero nuestras pequeñas esperanzas y nuestros esfuerzos por cambiar y hacer menos injusto el mundo en que vivimos. Análogamente, la esperanza cristiana tiene que ver, ciertamente, con cada uno de nosotros de manera personal, con la salvación eterna de nuestro yo y su vida en este mundo, pero es también esperanza comunitaria, esperanza para la Iglesia y para toda la familia humana”.
“En la sociedad y la cultura de hoy, y por consiguiente también en nuestra amada ciudad de Roma, no es fácil vivir en el signo de la esperanza cristiana”.
“Nuestra civilización y nuestra cultura, que se encontraron con Cristo hace ya dos mil años y que especialmente aquí, en Roma, serían irreconocibles sin su presencia, tienden sin embargo con mucha frecuencia a poner a Dios entre paréntesis, a organizar sin Él la vida personal y social, o también a sostener que a Dios es imposible conocerlo, o a negar su existencia. Pero cuando Dios es marginado de la propia vida, ninguna de las cosas que verdaderamente nos preocupan puede encontrar un lugar estable, todas nuestras grandes y pequeñas esperanzas se apoyan en el vacío”.
“Veamos pues cómo educarnos concretamente en la esperanza, dirigiendo nuestra atención a algunos ‘lugares’ de su práctico y efectivo ejercicio, como he ya señalado en la Spe Salvi. Entre estos lugares ocupa el primer puesto la oración, con la cual nos abrimos y nos dirigimos a Aquel que es el origen y el fundamento de nuestra esperanza. La persona que reza nunca está sola porque Dios es el único que en cualquier situación y en cualquier prueba, es siempre capaz de escucharla y ayudarla... Educar en la oración, aprender el ‘arte de la oración’ de los labios del Maestro divino, como los primeros discípulos que le pedían ‘¡Señor, enséñanos a rezar!’ (Lc 11,1), es por ello una tarea esencial. Aprendiendo a rezar aprendemos también a vivir; siempre debemos, en camino con la Iglesia y con el Señor, rezar mejor para vivir mejor”.
“Queridos hermanos y hermanas, precisamente la conciencia aguda y difundida de los males y los problemas que Roma lleva en sí está despertando la voluntad de este esfuerzo común: es tarea nuestra daros nuestra contribución específica, comenzando por aquel elemento decisivo que es la educación y la formación de la persona, pero afrontando también con espíritu constructivo los diversos problemas que no pocas veces hacen fatigosa la vida de quien vive en esta ciudad. Buscaremos, en particular, promover una cultura y una organización social más favorables a la familia y a acoger la vida, así como a la valorización de las personas ancianas, tan numerosas entre la población romana. Trabajaremos para responder a las necesidades primarias como son el trabajo y la casa, sobretodo para los jóvenes. Buscaremos juntos hacer más segura nuestra ciudad, más ‘vivible’, pero lucharemos también para que lo sea para todos, en particular para los más pobres, y para que no quede excluido el inmigrante que viene a nosotros con la intención de encontrar un espacio de vida en el respeto a nuestras leyes”.
“Deseo destacar... el comportamiento y el estilo con el que trabaja y es esfuerza aquel que pone su esperanza en Dios. Es en primer lugar una actitud de humildad, de quien no pretende tener siempre éxito o ser capaz de resolver todos los problemas con las propias fuerzas. Se trata más bien de una actitud de confianza, tenacidad y valentía: el creyente sabe que no obstante todas las dificultades y derrotas, su vida, su actuar y la historia en su conjunto están bajo la mirada del poder indestructible del amor de Dios; sabe que ellos no quedan nunca sin frutos y privados de sentido. En esta perspectiva podemos comprender más fácilmente que la esperanza cristiana subsiste también en el sufrimiento, más aún, que el sufrimiento mismo educa y fortalece especialmente nuestra esperanza”.
“No podemos sin embargo eliminar del todo el sufrimiento del mundo, porque no está en nuestro poder secar sus fuentes: la finitud de nuestro ser y el poder del mal y de la culpa. De hecho, el sufrimiento de los inocentes y también los malestares psíquicos tienden desgraciadamente a crecer en el mundo. En realidad, la experiencia humana de hoy y de siempre, en particular la experiencia de los Santos y de los Mártires, confirma la gran verdad cristiana de que no es el huir ante el dolor que sana al hombre, sino la capacidad de aceptar la tribulación y de madurar en ella, encontrándole un sentido mediante la unión con Cristo”.
“Queridos hermanos y hermanas, eduquémonos cada día a la esperanza que madura en el sufrimiento. Estamos llamados a hacerlo en primer lugar cuando somos golpeados personalmente por una enfermedad grave o por alguna dura prueba. Pero creceremos igualmente en la esperanza a través de la ayuda concreta o la cercanía cotidiana con el sufrimiento tanto de nuestros vecinos y familiares como de toda persona que es nuestro prójimo, porque nos acercamos a ella con actitud de amor. Y más aún, aprendamos a ofrecer a Dios rico de misericordia las pequeñas fatigas de la existencia cotidiana, insertándolas humildemente en el gran ‘com-patir’ de Jesús, en aquel tesoro de compasión del que tiene necesidad el género humano. La esperanza de los creyentes en Cristo no puede, con todo, detenerse en este mundo, sino que está intrínsecamente orientada hacia la comunión plena y eterna con el Señor… Para restituir a la educación a la esperanza sus verdaderas dimensiones y su motivación decisiva, nosotros todos, comenzando por los sacerdotes y los catequistas, debemos poner de nuevo al centro de la propuesta de fe esta gran verdad, que tiene su ‘primicia’ en Jesucristo resucitado de los muertos”. (S.L.) (Agencia Fides 10/6/2008; líneas 84 palabras 1259)


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