VATICANO - LAS PALABRAS DE LA DOCTRINA por don Nicola Bux y don Salvatore Vitiello - La relación entre el yo y el nosotros, en la Iglesia y en la liturgia

viernes, 23 mayo 2008

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - En el conocido libro “Informe sobre la fe” (1985), el entonces Cardenal Joseph Ratzinger observaba que la oración que precedía a la comunión, en la liturgia romana, “Domine Iesu Christe... ne respicias peccata mea, sed fidem Ecclesiae tue...”, había sido cambiada en la versión italiana de la siguiente manera: No mires “nuestros” pecados ... Luego de subrayar que un cambio de esa naturaleza es síntoma de la disolución de las culpas de cada uno en la Santa Misa, pasaba a afirmar que “ ‘tal vez inconscientemente’ se comience a entender como “no mires el pecado de tu Iglesia, sino mi fe”... Si esto realmente sucediese las consecuencias serían nefastas: las culpas de los individuos se convertirían en la culpa de la Iglesia y la fe se reduciría a un hecho personal, a “mi” modo de comprender y de reconocer a Dios y su llamada. Es de temer que esto sea hoy en día un modo muy difundido de sentir y de razonar: es un signo de cuánto la conciencia común católica se ha alejado en muchos puntos de la recta concepción de la Iglesia”.
“¿Qué hacer entonces?” se preguntaba Messori, “Debemos volver a decir al Señor: ‘Pecamos nosotros y no la Iglesia que es tuya y es portadora de fe’. La fe es la respuesta de la Iglesia a Cristo; ella es Iglesia en la medida en que es acto de fe. La dicha fe no es una acto individual, solitario, una respuesta individual. Fe significa creer juntos, con toda la Iglesia” (pp. 51-53).
Esto es una demostración de cuánto la mentalidad que diluye la responsabilidad del individuo ha penetrado en la Iglesia hasta el punto de encontrar expresión en la liturgia. La Iglesia es el “nosotros” del cristiano, dice San Jerónimo. Sin embargo, un sacerdote que peca, ensucia y escandaliza, pero no cambia la moral católica; uno que tiene ideas relativistas, se equivoca pero no expresa la doctrina de la Iglesia. Una distinción análoga vale para el plano histórico cuando se sostiene que la Iglesia no se identifica con todo lo que se hizo durante la Inquisición.
El hombre tiene un deseo desmesurado de dominar y de poseer, realidad que puede tentar también a los eclesiásticos. Un ejemplo: en la liturgia sucede frecuentemente que asistimos a verdaderos “shows” en los que la homilía es una verdadera exposición de opiniones teológicas y morales, a menudo banales y hasta erróneas. En el caso de que hagan falta argumentos, ¿no se debería recurrir más bien al Catecismo de la Iglesia Católica o al magisterio pontificio?
La reforma de la Iglesia (y de la Liturgia) parte siempre de nosotros: es una invitación a ser más humildes, para que Jesucristo crezca en nosotros. Para Charles de Foucauld “el sacerdote es un ostensorio, su tarea es mostrar a Jesús. Él debe desaparecer y dejar que se vea sólo a Jesús... Jamás un hombre podrá imitar más plenamente a Nuestro Señor que cuando ofrece el sacrificio -se hace ‘hostia’, es decir víctima- o administra los sacramentos”. Tal humildad del sacerdote es significada, en la liturgia, por la pobreza y la sencillez de los gestos, por la virginidad o celibato que renuncia a todo exhibicionismo, por la obediencia a la ley litúrgica, ya que administramos y servimos a la liturgia como algo sagrado, del Señor.
La liturgia tiene necesidad de ascesis, de renovación espiritual, para ayudar a la gente a llegar a Jesucristo, Dios presente en medio de nosotros; pero de la manera en que suele celebrarse corre el riesgo de asemejarse más a un recorrido de sensaciones al estilo “New Age”, en el que simplemente hay que dejarse llevar. En ese sentido, cuando se habla de inculturación de la liturgia, el objetivo debe ser el que los hombres entren en contacto con Jesucristo, no con símbolos abstractos, que dan lugar a sensaciones subjetivas.
El Concilio Vaticano II señala una verdad acerca de los signos: sólo Cristo es la verdad y los signos o dirigen a Él o se limitan a expresar nuestro narcisismo. El culto cristiano es lógico y espiritual porque cuando es celebrado en el “nosotros” de la Iglesia y no por un “yo” arbitrario, conduce al hombre a la verdad de Dios Padre: es culto como adoración en espíritu y verdad. También en la liturgia entran en relación la fe de la Iglesia y la razón del ser humano. La fe permite a la razón acoger mejor la verdad sobre el misterio de Jesucristo, de manera que el “yo” y el “nosotros” se unen armónicamente. (Agencia Fides 23/5/2008; líneas 50, palabras 787)


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