VATICANO - LAS PALABRAS DE LA DOCTRINA bajo la dirección de Nicola Bux y el p. Salvatore Vittiello - Emergencia educativa

jueves, 15 mayo 2008

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - En su encuentro con la Acción Católica italiana, el pasado 4 de mayo, el Santo Padre Benedicto XVI, recordó: “En una Iglesia misionera que se sitúa frente a una verdadera emergencia educativa, como sucede en Italia, vosotros que la amáis y la servís, sabed ser anunciadores incansables y educadores preparados y generosos”. Luego de la Carta a la Diócesis y a la Ciudad de Roma, del 21 de enero del 2008, “sobre la tarea urgente de la educación”, el Pontífice extiende el ámbito de referencia del análisis sobre el estado actual de la educación a Italia toda, y es de esperar que se extienda más.
En efecto, la tarea de la educación es absolutamente central para la vida de la Iglesia y de la sociedad toda: una generación que no tenga la capacidad de educar a sus propios hijos, una cultura incapaz de transmitir los valores propios a los jóvenes, está irremediablemente destinada a la auto-disolución, a la desaparición. Una lúcida y clara guía metodológica demanda ser acogida de manera inmediata y completa por la totalidad del Cuerpo eclesial y, particularmente, por aquellos que han recibido de Cristo el “munus regendi”, la alta tarea de enseñar, de educar.
No son las estructuras o las organizaciones las que deben colocarse al centro de la educación en general y de la educación cristiana y de la fe, en particular, y menos aún los planes pastorales; en el centro está necesariamente la persona. Como recuerda el Santo Padre: “Una auténtica educación [...] necesita sobretodo de esa cercanía y esa confianza que nacen del amor: pienso en la primera y fundamental experiencia del amor que tienen los niños, o al menos deberían tener, con sus padres. Pero cada verdadero educador sabe que para educar tiene que dar algo de sí mismo y que sólo de esta manera puede ayudar a sus alumnos a superar los egoísmos y a hacerse a su vez capaces de un auténtico amor” (ibid).
La educación, decía Don Bosco, es “cuestión de corazón”, citando indirectamente a Santo Tomás de Aquino, quien, en su teoría del conocimiento, recuerda que se trata ante todo de una cuestión afectiva y, al mismo tiempo, que el hombre está formado principalmente por el afecto que lo determina. Responder a la emergencia educativa significa, pues, superar la preocupación organizativa y de gestión que, frecuentemente, tal vez demasiado, ocupa la mente de los Obispos, sacerdotes y laicos; significa recuperar la centralidad de las relaciones interpersonales, las cuales son por naturaleza indelegables, poniendo a la persona en el centro y ocupándose de la organización únicamente si ella es expresión cierta de una pertenencia libre y consciente, instrumento humilde que permite un gesto común, indiviso, expresión de un ser cambiado por el encuentro con el educador y por la obra educativa misma.
De otra manera la organización será un contenedor vacío, como sucede frecuentemente, que sólo en apariencia es expresión de eficacia pero que en realidad no “contiene” realmente lo que promete; un contenedor capaz incluso de llenar plazas y alimentar meetings, pero ineficaz frente al real comportamiento de los individuos en la sociedad.
En ese sentido -es necesario admitirlo-, los Movimientos, aún con los límites que puedan tener algunas de sus expresiones, constituyen una profecía para toda la Iglesia: en los Movimientos, y no sólo gracias al fuerte sentimiento de pertenencia electiva que ellos suscitan, es posible ver en acto una real obra educativa. En los Movimientos la fe se transmite con sencillez y alegría, de manera integral y fiel al Magisterio, las vocaciones a la virginidad brotan en gran número, las familias dan la vida con generosidad: ellos constituyen esas “minorías creativas” de las que se puede aprender y gracias a las cuales es posible esperar un futuro para la educación, también en Europa. (Agencia Fides 15/5/2008; líneas 45, palabras 650)


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