VATICANO - AVE MARIA por mons. Luciano Alimandi - “Veni Sancte Spiritus, Veni per Mariam”

miércoles, 7 mayo 2008

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - “Hoy juntos confirmamos que el Santo Rosario no es una práctica piadosa relegada en el pasado, como oración de otros tiempos a los cuales pensar con nostalgia. El Rosario conoce en cambio una nueva primavera. Esto es sin duda uno de los signos más elocuentes del amor que las jóvenes generaciones nutren por Jesús y por su Madre María (…) El Rosario, cuando es rezado en modo auténtico, no mecánico y superficial sino profundo, trae efectivamente paz y reconciliación. Contiene en sí la potencia sanadora del santísimo Nombre de Jesús, invocado con fe y con amor al centro de cada Ave María (…) Especialmente en estos días en que nos preparamos a la solemnidad de Pentecostés permanecemos unidos con María invocando para la Iglesia una renovada efusión del Espíritu Santo”. Estos intensos pasajes están sacados del Discurso que Benedicto XVI pronunció, el primer sábado de este mes de mayo, después de haber recitado el Rosario en la Basílica Papal de Santa María Mayor.
El Santo Padre, en la línea interrumpida de Sus Predecesores, ha querido recordar la importancia de esta oración para toda la Iglesia y para cada fiel, recordando cuan eficaz y consoladora ella es. La oración del Rosario nos pone en “comunicación” con Jesús y María, haciéndonos meditar en los grandes misterios de nuestra redención. Ya tomar el rosario entre las manos, en un cierto sentido, es un gesto que prepara para entrar en aquella particular atmósfera espiritual, que rodea y penetra el rezo del rosario, que es tan antigua y al mismo tiempo siempre nueva.
Rezando el Rosario realizamos una especie de “visitación”: ir a Jesús a través de María, “ad Jesum per Mariam”, pero también acercarse a María acompañados por Jesús, como llevados por Él, en un “ad Mariam per Jesum”. Quien, en efecto, mejor que el Hijo podría presentarnos a la Madre, hacer que la conozcamos y la amemos, enseñarnos a respetarla y honrarla con todo el corazón. Él, como entonces, renueva en cada uno la invitación, hecha al discípulo Juan, “He aquí a tu Madre” (Jn 19, 27).
Cada vez que rezamos el Santo Rosario es como si acogiésemos de nuevo esta Palabra, actualizásemos Su testamento de amor, haciendo espacio, en nuestra vida, a la presencia saludable de María nuestra Madre. “Dios te salve María” repetimos, porque Dios la saludó así, la ha llamado “llena de gracia” y nos la ha donado, por medio de Su Hijo, como Madre. Él la escogió porque ha sido predilecta con Su amor y para que en Ella encontrásemos consuelo en nuestras tribulaciones, luz en nuestra oscuridad, apoyo en nuestras fragilidades.
La historia del cristianismo atestigua, ininterrumpidamente, desde las catacumbas, esta devoción mariana que surge, como agua de manantial, de los corazones de los fieles guiados por el amor de Dios. Donde hay un amor genuino por María, “fermentan” también la fe y el amor por Jesús. Prueba de esto son los Santuarios marianos de todo el mundo. De esta presencia maternal de María, tan fuerte y tan sentida, son testigos todos los pueblos de la tierra, tanto que se puede hablar de una “geografía mariana” en la Iglesia, como afirmaba el Siervo de Dios Juan Pablo II, a los fieles de la diócesis de Albano, con ocasión del año mariano: “existe verdaderamente una geografía mariana en este mundo y esta geografía mariana es muy densa también aquí en vuestra diócesis” (Juan Pablo II, 5 de septiembre de 1987).
El amor a María es connatural a la fe católica, no podría faltar por ninguna razón. ¡Cómo, en efecto, la Madre del Redentor podría ser olvidada o redimensionada, si Dios mismo la ha elevado a tal altura! La proclamación de los dogmas marianos es prueba elocuente de cuánto la Madre “camina” al lado del Hijo, protege al pueblo de Dios de las desviaciones de la fe, lo orienta hacia la profunda amistad con Jesús.
Un gran enamorado de la Virgen, San Luis María Grignion de Montfort, que muchos esperan pueda llegar a ser un día “Doctor de la Iglesia”, escribió una vez estas palabras iluminadas sobre una de las principales razones por las que el Espíritu Santo quiere hacer conocer a María: “porque es el medio seguro y el camino recto e inmaculado para ir a Jesucristo y encontrarlo perfectamente. Por medio de ella, por lo tanto, deben encontrarlo las almas santas que deben brillar de santidad. Quien encuentra a María, encuentra la vida, es decir a Jesucristo, camino, verdad y vida. Ahora no se puede encontrar a María sin buscarla, ni buscarla sin conocerla; ya que no se busca, ni se desea un objeto desconocido. Es necesario por lo tanto que María sea conocida más que nunca, para el mayor conocimiento y la gloria de la Santísima Trinidad”. (Tratado de la verdadera devoción, n. 50).
Esperando Pentecostés, confiados invocamos “Veni Sancte Spiritus, Veni per Mariam”: “Ven Espíritu Santo. Ven por medio de la Virgen”. Esta fórmula jaculatoria, dijo Mons. Luigi Giussani, es “la formula más completa que se pueda concebir desde el punto de vista cristiano”. (Agencia Fides 7/5/2008; líneas 56, palabras 851)


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