VATICANO - El Papa ordena a 29 sacerdotes: ¡Que la esperanza arraigada en la fe pueda ser cada vez más vuestra! Y que podáis ser siempre sus testigos y dispensadores sabios y generosos, dulces y firmes, respetuosos y convencidos”

lunes, 28 abril 2008

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - En el VI domingo de Pascua, 27 de abril, el Santo Padre Benedicto XVI ha presidido en la Basílica Vaticana la Santa Misa durante la cual ha ordenado sacerdotes a 29 diáconos, 28 de la Diócesis de Roma y uno del Pontificio Colegio Urbano de Propaganda Fide. "Generalmente la ordenación de los nuevos sacerdotes tiene lugar el IV domingo de Pascua, llamado domingo del Buen Pastor, que es también la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, pero este año no ha sido posible, porque debía ir a la visita pastoral en Estados Unidos" ha dicho el Santo Padre al inicio de la homilía.
Refiriéndose a los pasajes bíblicos de la liturgia del día, que "iluminan, desde ángulos diversos, la misión del sacerdote", el Papa ha recordado la primera Lectura, del capítulo VIII de los Hechos de los Apóstoles, que cuenta la misión del diácono Felipe en Samaria, para llamar la atención sobre la frase que cierra la primera parte del texto: "Y hubo gran alegría en aquella ciudad" (Hch 8,8). "Esta expresión no comunica una idea, un concepto teológico, sino que refiere un acontecimiento circunstanciado, algo que ha cambiado la vida de las personas - ha evidenciado el Santo Padre -. En aquella ciudad de Samaria, en medio de una población tradicionalmente despreciada y casi excomulgada por los Judíos, resonó el anuncio de Cristo que abrió a la alegría el corazón de cuantos le acogieron con confianza". Dirigiendo a continuación a los futuros sacerdotes, el Papa ha continuado: "Queridos amigos, esta es también vuestra misión: llevar el Evangelio a todos, para que todos puedan experimentar la alegría de Cristo y haya alegría en todas las ciudades… Anunciar y testimoniar la alegría: es este el núcleo central de vuestra misión… Para ser colaboradores de la alegría de los demás, en un mundo a menudo triste y negativo, es menester que el fuego del Evangelio arda dentro de vosotros, que habite en vosotros la alegría del Señor. Sólo así podréis ser mensajeros y multiplicadores de esta alegría, brindándola a todos. En particular, a cuantos están tristes y desalentados”.
Otro elemento de meditación que ofrece la primera Lectura se refiere al gesto de la imposición de las manos, hecho por los apóstoles Pedro y Juan, para invocar la efusión del Espíritu Santo. Dicho gesto recuerda el rito de la Confirmación y es también el gesto central del rito de la ordenación. "Sin pronunciar ninguna palabra - ha explicado el Papa -, el Obispo consagrante y después de él los otros sacerdotes ponen las manos sobre la cabeza de los ordenandos, expresando así la invocación a Dios para que derrame su Espíritu sobre ellos y los transforme haciéndolos partícipes del Sacerdocio de Cristo… Queridos Ordenandos, en futuro deberéis siempre recordar este momento, este gesto que no tiene nada de mágico y sin embargo está lleno de misterio, porque aquí está el origen de vuestra nueva misión. En aquella oración silenciosa se verifica el encuentro entre dos libertades: la libertad de Dios, que obra mediante el Espíritu Santo, y la libertad del hombre. La imposición de las manos expresa de forma plástica el modo especifico de este encuentro: la Iglesia, personificada en el Obispo de pie con las manos extendidas, pide al Espíritu Santo que consagre al candidato; el diácono, de rodillas, recibe la imposición de las manos y se encomienda a dicha mediación. El conjunto de los gestos es importante, pero infinitamente más importante es el movimiento espiritual, invisible, que ello expresa; movimiento que evoca bien el sagrado silencio, que envuelve todo al interior y al exterior".
En el pasaje evangélico Jesús promete que el Padre pedirá para que mande a los suyos el Espíritu, definido como "otro Paráclito" (Jn 14,16). "El primer Paráclito en efecto es el Hijo encarnado, venido para defender el hombre del acusador por antonomasia, que es Satanás - ha explicado el Papa -. En el momento en el que Cristo, cumplida su misión, vuelve al Padre, éste manda al Espíritu como Defensor y Consolador, para que permanezca siempre con los creyentes habitando en su interior. Así, entre Dios Padre y los discípulos se establece, gracias a la mediación del Hijo y del Espíritu Santo, una relación íntima de reciprocidad… Pero todo esto depende de una condición que Cristo pone claramente al principio: "Si me amáis" (Jn 14,15) y que repite al final… Sin el amor a Jesús, que se realiza en la observancia de sus mandamientos, la persona se excluye del movimiento trinitario y se encierra en si misma perdiendo la capacidad de recibir y comunicar a Dios”.
Las palabras "Si me amáis" pronunciadas por Jesús durante la última Cena, en el momento en el que instituyó la Eucaristía y el Sacerdocio, dirigiéndose a los Apóstoles, están en cierto sentido "dirigidas a todos sus sucesores y a los sacerdotes, que son los más estrechos colaboradores de los sucesores de los Apóstoles" ha subrayado al Papa, quien ha recomendado a los nuevos sacerdotes: "¡Acogedlas con fe y con amor! Dejad que se graben en vuestro corazón, dejad que os acompañen a lo largo del camino de toda vuestra existencia ¡No las olvidéis! ¡No las extraviéis por el camino! No dejéis de leerlas, de meditarlas a menudo y, sobre todo, de rezar con ellas. Permaneceréis así fieles al amor de Cristo y percibiréis con alegría siempre nueva que esta Palabra divina suya ‘caminará’ con vosotros y ‘crecerá’ en vosotros”
Siguiendo con la segunda Lectura, sacada de la Primera Carta de Pedro, Benedicto XVI ha exhortado a los futuros presbiterios con estas palabras: "Adorad a Cristo Señor en vuestros corazones: cultivad una relación personal de amor con Él, amor primero y más grande, único y totalizador, en el que poder vivir, purificar, iluminar y santificar las otras relaciones. La 'esperanza que está en vosotros’ está unida a esta 'adoración', a este amor de Cristo, que por medio del Espíritu, como dijimos, habita en nosotros. Nuestra esperanza, vuestra esperanza es Dios, en Jesús y en el Espíritu". El Papa ha concluido la homilía con este deseo: "¡que la esperanza arraigada en la fe pueda ser cada vez más vuestra! Y que podáis ser siempre sus testigos y dispensadores sabios y generosos, dulces y firmes, respetuosos y convencidos. Os acompañas y os proteja siempre en esta misión la Virgen Maria, que os exhorto a acoger de nuevo, como hizo el apóstol Juan a los pies de la Cruz, como Madre y Estrella de vuestra vida y vuestro sacerdocio". (S.L) (Agencia Fides 28/4/2008; Líneas: 74 Palabras: 1.120)


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