INTENCIÓN MISIONERA - “Para que la Virgen María, Estrella de la Evangelización y Reina de los Apóstoles, así como acompaño a los Apóstoles en el comienzo de la Iglesia, guíe también ahora con cariño maternal a los misioneros y misioneras en el mundo entero” Comentario a la Intención Misionera indicada por el Santo Padre para el mes de mayo 2008

jueves, 24 abril 2008

Ciudad del vaticano (Agencia Fides) - El Concilio Vaticano II nos ha presentado a María como Madre e imagen de la Iglesia. Al contemplarla, la Iglesia contempla en Ella su modelo y, al mismo tiempo, su realización más perfecta. En Ella se constata una doble realidad: ser “hermana nuestra” en cuanto que es el miembro más excelso del Cuerpo Místico de Cristo y, a la par, ser “Madre nuestra” porque es Madre de la Iglesia. Esta doble realidad encuentra cumplimiento en dos escenas claves de la vida de María: la Anunciación y Pentecostés.
En efecto, concebida sin pecado, el Espíritu Santo habitó en Ella desde el comienzo de su existencia terrena. En el momento de la Encarnación, dio su “sí” a Dios, para todo y para siempre. Por obra del Espíritu Santo concibió al Verbo en sus entrañas virginales. Y movida por ese mismo Espíritu, alma de la misión, se puso en camino hacia la montaña, sintiendo en su corazón la urgencia del amor hecho carne en sus entrañas. Deseaba llevar a Isabel el Evangelio de Dios: Jesús, que haría saltar de alegría al pequeño Juan en el vientre de su madre.
Tras la muerte del Señor, María, con corazón y cariño maternos, reunió en torno a Ella a los Apóstoles que se habían dispersado ante el escándalo de la cruz. Ella les enseñó cómo disponerse para recibir el Espíritu prometido por Jesús antes de ascender al cielo. Y el día de Pentecostés, lenguas de fuego se posaron sobre sus cabezas, quedaron llenos de Espíritu Santo y comenzaron a proclamar sin miedo el anuncio pascual: “El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús a quien vosotros disteis muerte colgándole de un madero. A éste le ha exaltado Dios con su diestra como Jefe y Salvador, para conceder a Israel la conversión y el perdón de los pecados. Nosotros somos testigos de estas cosas, y también el Espíritu Santo que ha dado Dios a los que le obedecen” (Hc. 5, 30).
Como enseña el Decreto “Ad gentes”, María es maestra de oración para la Iglesia. No hay verdadera misión sin oración, puesto que el Reino de Dios no se hace presente sino por gracia del mismo Dios (cfr. AG, 42). Jesús nos enseñó a orar: “venga tu Reino”. María, acogió esa oración del Hijo, la hizo suya y la transmitió a la Iglesia naciente para que pudiera continuar la misión del Señor.
El Papa Benedicto XVI, en su mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones del año 2007, rogaba que María “nos ayude a todos a tomar conciencia de que somos misioneros, es decir, enviados por el Señor a ser sus testigos en todos los momentos de nuestra existencia”. Esa conciencia continua de nuestro “ser misionero” brota del bautismo y se actualiza siempre en el amor. San Pablo se sentía urgido por la caridad a predicar el Evangelio (2 Cor. 5, 14), ¿qué decir de María, unida por voluntad divina al misterio del Hijo de una manera única? Ella, que compartió la existencia terrena del Hijo de Dios de forma excepcional, ardía en el mismo deseo del corazón de su Hijo. Su amor fue universal y acogió como Madre fidelísima a todos los hombres al pie de la cruz. Ese amor sin excepciones manifestado por Jesús, transmitido por la gracia del Espíritu Santo, recibido por María, debe arder también en cada bautizado. Debemos ser “buen olor de Cristo” en todos nuestros ambientes.
La dimensión misionera es esencial a la vida de la Iglesia. En palabras de Juan Pablo II, “el impulso misionero pertenece, pues, a la naturaleza íntima de la vida cristiana” (RM, 1). Roguemos pues para que aquel fuego misionero que impulsó a María, primera Iglesia, anime también hoy a todos los miembros de nuestras comunidades eclesiales. Que Ella, “que acompañó con solicitud materna el camino de la Iglesia naciente, guíe nuestros pasos también en esta época y nos obtenga un nuevo Pentecostés de amor” (Benedicto XVI, Jornada Mundial de las Misiones, 27 de mayo 2007).
Pidamos para que todos los misioneros y misioneras, tengan en María el modelo de su vida. Ella se entregó por completo a la obra del Hijo y, en el silencio de la oración, dio carne a la Palabra y la llevó presurosa a los demás. Que su cariño materno sea consuelo, fortaleza y aliento de nuestros hermanos dedicados al servicio del Evangelio en las tierras de misión. (Agencia Fides 24/4/2008 Líneas: 53 Palabras: 791)


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