EUROPA - De la familia fundada en el matrimonio a la familia de las naciones reunida en la ONU: el claro y fecundo magisterio de Benedicto XVI cumple tres años.

miércoles, 16 abril 2008

Roma (Agencia Fides) - Será un efecto indirecto del magisterio de Benedicto XVI, pero lo que es un hecho es que en Europa se concluye la parábola de aquellos católicos que, quizás movidos por una recta intención, buscaron “dialogar” con el comunismo en los años 50 porque habían perdido la esperanza de que este pudiera desaparecer en breve tiempo. Seguramente este diálogo no había sido autorizado a Dossetti por el Papa Pío XII, vista la tragedia de la Iglesia del silencio en el Este de Europa. Se puede ver al propósito el programa “Cristo en el frío del Este” (www.cristonelfreddoest.net).
Ponerse de acuerdo con los cómplices occidentales de los perseguidores, los partidos marxistas y comunistas, era tan impensable como ponerse de acuerdo con el nacionalsocialismo. Ésta fue la línea de Pío XII a pesar del perverso pacto Molotov-Ribbentrop.
El influjo que los dossetianos tuvieron en Italia sobre la “opción religiosa” de la Acción Católica, entendida como una toma de distancia del Magisterio, dio origen a los “católicos del disenso”, causa de gran sufrimiento para Pablo VI y, en los primeros años ’70, a los llamados “cristianos por el socialismo” y después, como fruto maduro, a los cato-comunistas. El Cardenal Ballestrero le gustaba decir con ironía que siempre se podría encontrar muchos cristianos para el socialismo pero ningún socialista para el cristianismo.
Y llegó Juan Pablo II con el cual la Iglesia del silencio finalmente habló: una palabra que contribuyo a la caída del muro de Berlín. Los nostálgicos y los huérfanos de la ideología tan clamorosamente fracasada se dirigieron a América y a sus llamadas batallas por los derechos civiles —a la despreciada América capitalista— mientras que los católicos apenas mencionados, siempre en búsqueda, como los famosos “personajes en busca de autor” de Pirandello, en los últimos años se presentaban como ‘cristianos adultos’, naturalmente en contraste con la Mater et Magistra, la misma del ‘Papa bueno’.
Que extraño: el pelotón, cada vez más disminuido, después de haber tratado de manipular el Concilio Vaticano II a su favor, con una interpretación en ruptura con toda la tradición de la Iglesia, la llamada hermenéutica de la discontinuidad, se ha disuelto en el ‘pastel veltroniano en salsa panneliana’, como el más difundido semanal católico de Italia escribió hace algunas semanas.
Quizás, si sobre esta parábola —nadie se vaya por la extrema síntesis— hubieran reflexionado un poco algunos políticos católicos no hubieran hablado, después del terremoto electoral italiano, que ha llevado a la disolución de la izquierda, (o a la autodisolución de las izquierdas, dado los variados “colores” del arcoiris), de “día negro” para la democracia. ¿Pero cómo? ¡Si precisamente ‘la fuerza del pueblo’ (=democracia) la ha excluida del parlamento italiano!
Recordemos que Benedicto XVI, en la Encíclica Deus caritas est (cf. nn. 28-29), escribe que “Jesucristo ha traído una novedad sustancial, que ha abierto el camino hacía un mundo más humano y más libre, a través de la distinción y la autonomía recíproca entre el Estado y la Iglesia, entre lo que es del Cesar y lo que es de Dios (cf. Mt 22,21)”. Por lo tanto, el católico no puede ser una persona sometida a la opinión de los estados, de los gobiernos o de partidos que suplantan a Dios; el católico se guía por su fe y por el magisterio de la Iglesia. Hasta Dante, en el áspero conflicto entre güelfos y gibelinos, afirma: “Tenéis el viejo y nuevo Testamento, y el pastor de la Iglesia que os conduce; y esto es bastante ya para salvaros” (Divina Comedia, Paraíso, V, 76-78).
Por lo tanto ahora el pastor es Benedicto y su magisterio merece que el pueblo de Dios sea guiado a todo nivel -desde la Curia romana coordinada por el Secretario de Estado a las grandes diócesis e incluso hasta las más pequeñas comunidades de la Iglesia— por hombres en comunión efectiva, de pensamiento y acción, con él, por personas que conocen y aman la Iglesia, que sepan hacer y que al mismo tiempo sepan comunicar lo que hacen sin ocultamientos o atenuaciones de contenido o de método las intervenciones del Santo Padre de manera coordinada.
Sería una pena que la Iglesia caiga en la ambigüedad de jugar a los equilibrios poniendo como guía a personas que terminan neutralizándose unas con otras, como hubieran querido aquellos interpretes del Concilio Vaticano II que lo han descrito como una batalla entre conservadores y progresistas. Es necesario ser innovadores pero aceptando la imposibilidad de la autarquía y la propia debilidad, que sólo la pertenencia al Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, resuelve.


Se comprenda, asimismo, que solo unidos a los hermanos de fe, se pueden afrontar, como ha dicho en Verona el Santo Padre “aquellos grandes desafíos en los que vastas porciones de la familia humana están en peligro: las guerras y el terrorismo, el hambre y la sed, algunas terribles epidemias. Pero es necesario hacer frente, con igual determinación y claridad de objetivos, al riesgo de opciones políticas y legislativas que contradigan valores fundamentales y principios antropológicos y éticos enraizados en la naturaleza del ser humano”, en particular sobre la tutela de la vida humana en todas sus fases, desde la concepción hasta la muerte natural, y la promoción de la familia fundada sobre el matrimonio, evitando introducir en el ordenamiento público otras formas de unión que contribuyen a desestabilizarla, oscureciendo su carácter peculiar y su insustituible rol social. El testimonio abierto y valiente que la Iglesia y los católicos italianos han dado y están dando sobre este punto son un servicio precioso a Italia, útil y estimulante también para muchas otras Naciones. Este compromiso y este testimonio forman parte ciertamente de aquel gran ‘sí’ que como creyentes en Cristo decimos al hombre amado por Dios”.
Ahora que en España y en Italia, el viento del laicismo se ha detenido, en concreto, se advierte que “Iglesia y cristianismo existen principalmente para la historia, por causa de los nexos colectivos que signan al hombre; y deben ser comprendidos a ese nivel” (Joseph Ratzinger, Introduzione al cristianesimo, p. 239). (S.T.M.) (Agencia Fides 16/4/2008; líneas 66, palabras 923)


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