VATICANO - “La Dominus Iesus y las religiones" de Su Exc. Mons. Angelo Amato, Arzobispo Secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe (octava y ultima parte parte)

viernes, 4 abril 2008

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - Por gentil concesión de "L’Osservatore Romano", la Agencia Fides publica el texto integral de la Conferencia del año Académico 2007-2008 del instituto Teológico de Asís, pronunciada por Su Exc. Mons. Angelo Amato, Arzobispo Secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe, sobre el tema “la Dominus Iesus y las religiones". Las traducciones en las diversas lenguas han sido realizadas por la Agencia Fides, no revisadas por el autor.

Testimonio y missio ad gentes

El diálogo no puede sustituir el anuncio de Cristo, sino que lo debe iluminar mediante los tres talentos espirituales propios de la fe cristiana: la verdad de la revelación, la libertad de la conciencia humana, la caridad de todo testigo cristiano.
Profundicemos ulteriormente este aspecto. No se puede callar que no pocos hoy consideren que la missio ad gentes es una falta de respeto con las demás religiones. Por lo tanto se considera como ya no practicable el mandamiento misionero de Cristo (cf. Mateo, 28, 19). Sería suficiente el diálogo y la cooperación humana, sin ninguna invitación a la conversión y a la fe en Cristo mediante el bautismo.
El cristiano debería limitarse hoy al simple testimonio personal y comunitario o solamente al diálogo, sin pretender anunciar a Cristo y su Evangelio. Estas afirmaciones están bastante difundidas a causa de una interpretación insuficiente de la libertad, por la que se considera algo ilegítimo el proponer a los demás aquello que se considera verdadero y correcto para uno mismo.
En realidad la libertad no puede ser separada de la verdad. El hecho de que existan diversas propuestas religiosas no significa que de iure todas son igualmente verdaderas. La búsqueda de la verdad, y sobre todo de la verdad religiosa, constituye un elemento que cualifica a la persona humana, desde el momento en que la verdad ilumina y guía el sentido de la propia vida dándole autenticidad y valor. Ciertamente la verdad de la revelación cristiana acogida con fe no puede y no debe ser impuesta por la fuerza, sino en la libertad y en el total respeto de la conciencia del otro. Sin embargo no se puede, por un prejuicio, impedir al cristiano de testimoniar su fe, de motivarla y de proponerla al prójimo con caridad y libertad.
Sobre esta base antropológica, por lo tanto, la missio ad gentes responde no sólo a una recta epistemología del diálogo interreligioso, sino también a una correcta comprensión de la libertad y del respeto de los demás. La evangelización es una oportunidad para que el no cristiano conozca y se abra libremente a la verdad de Cristo y de su Evangelio.
Ha sido esta la actitud de la Iglesia desde el día de Pentecostés, cuando anunció el Evangelio a los hombres de todo pueblo y nación en la caridad, en la libertad y en la verdad, invitándolos a la conversión y al bautismo.
El compartir la propia fe corresponde también al deseo de todo hombre de participar a los demás los propios bienes y riquezas morales y espirituales. Rodeado por tantos hombres y mujeres que no conocen a Cristo, el cristiano se sentirá en el deber de ofrecerles la verdad de la propia fe con una actitud de total gratuidad. Su anuncio de conversión a Cristo no es otro que el que Jesús mismo dirige continuamente a todos, cristianos y no cristianos: «Convertíos y creed en el Evangelio» (Marcos, 1, 15).
El entusiasmo de toda actividad misionera deriva del deseo de hacer a los demás partícipes del amor de Dios Trinidad. Francisco de Asís fue el testigo que unía su fidelidad a la sequela Christi a la íntima convicción en la missio ad gentes, participando en la cruzada (1217-1221) llamada por Inocencio III. Contrariamente a lo que se puede pensar hoy, Francisco consideraba la cruzada «con los ojos del fiel de su tiempo, y del pauper, del inerme, de aquel que, a diferencia de los caballeros, llevaba una cruz que no era al mismo tiempo la empuñadura de una espada, sino solo el simple, pobre, áspero instrumento de la Pasión» (Franco Cardini, Francesco d'Assisi, Mondadori, Milano, 1989, p. 187).
Asimismo, él tenía una segunda motivación, y era la de un testimonio cristiano hasta el martirio: «Francisco veía en la cruzada ante todo la ocasión del martirio: y en el martirio la forma más alta y pura del testimonio cristiano » (Ibid, p. 188).
En junio del 1219 Francisco se embarca hacia el Oriente y llega a Damietta, donde encuentra pacíficamente al sultán de Egipto Melek-el-Kamel. De regreso a su patria, así resume su experiencia misionera en un capítulo de la Regla no bulada (1221): «Dice el Señor: “Os mando como ovejas en medio a lobos. Sed prudentes como la serpiente y sencillos como la paloma”. Por lo tanto todos aquellos hermanos que por divina inspiración quieran ir entre los sarracenos y otros infieles, vayan con el permiso de su ministro y siervo (...). Los hermanos que vayan entre los infieles pueden comportarse espiritualmente en medio a ellos en dos modos. Un modo es que no provoquen litigios ni disputas, sino que estén sujetos a toda criatura humana por amor de Dios y confiesen ser cristianos. El otro modo es que, cuando verán que es del agrado del Señor, anuncien la palabra de Dios para que ellos crean en Dios omnipotente Padre e Hijo y Espíritu Santo, creador de todas las cosas, y en el Hijo redentor y salvador, y se bauticen, y se hagan cristianos, porque, si uno no habrá nacido del agua y del Espíritu Santo, no puede entrar en el reino de Dios» (Regla no bulada, XVII, 42-43 en Fonti Francescane, [nueva edición por Ernesto Caroli], Editrici Francescane, Padova, 2004, pp. 75-76).
En estas palabras de Francisco hay toda una teología de la misión, válida todavía hoy. El testimonio de los bautizados radica aún en nuestros días en una clara identidad personal, acompañada por una actitud de respeto, caridad y de libertad en el anuncio de la verdad cristiana. (8- fin) (Agencia Fides 4/4/2008 Líneas. 74 Palabras: 1.027)


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