VATICANO - “La Dominus Iesus y las religiones" de Su Exc. Mons. Angelo Amato, Arzobispo Secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe (septima parte)

viernes, 28 marzo 2008

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - Por gentil concesión de "L’Osservatore Romano", la Agencia Fides publica el texto integral de la Conferencia del año Académico 2007-2008 del instituto Teológico de Asís, pronunciada por Su Exc. Mons. Angelo Amato, Arzobispo Secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe, sobre el tema “la Dominus Iesus y las religiones". Las traducciones en las diversas lenguas han sido realizadas por la Agencia Fides, no revisadas por el autor.
Epistemología del diálogo interreligioso
En los últimos tiempos, también la teología católica está desarrollando un diálogo interreligioso, cuya epistemología está todavía en su fase inicial. A diferencia del diálogo ecuménico, que posee una compartida y sólida plataforma en la fe trinitaria y cristológica, constituida por el Bautismo, la Sagrada Escritura y el Credo, el diálogo interreligioso, se basa simplemente en la pertenencia de los creyentes a la raza humana y en la apertura de toda persona a la dimensión ascética y espiritual (para estas consideraciones, cf. El documento Diálogo y Anuncio. Reflexiones y orientaciones sobre el diálogo interreligioso y el anuncio del Evangelio de Jesucristo, publicado en 1991 por el Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso conjuntamente con la Congregación para la Evangelización de los Pueblos).
También en esto se puede distinguir el «diálogo de la caridad» del de «la verdad». El primero, concretamente, se puede realizar en una doble modalidad: mediante la vida y la acción.
El «diálogo de la verdad», a su vez, se tiene cuando las personas se esfuerzan por vivir con el espíritu abierto y listo para hacerse cercano al prójimo, compartiendo las alegrías y las penas, los problemas y las preocupaciones. En concreto, el diálogo de la vida significa apertura recíproca y respeto por el otro como persona humana, sujeto libre de decisiones propias.
El «diálogo de la acción» se tiene cuando los cristianos y los demás creyentes colaboran para el desarrollo integral y la liberación del prójimo. En concreto, el diálogo de la acción se desarrolla en la cooperación con los demás creyentes por la paz entre las naciones, la justicia, la defensa del ambiente y la promoción de los valores de la ley natural, común a toda la humanidad. Véase al respecto el Decálogo de Asís por la paz, enviado en el 2002 por Juan Pablo II a todos los jefes de estado y de gobierno.
Este diálogo de la caridad — que puede ser considerado también como el «espíritu» del diálogo — tiene concreciones ejemplares en la vida humana y cristiana, y de ello da testimonio ampliamente la comunidad eclesial en todo el mundo y de muchas formas. Es lamentable, sin embargo, que no pocas veces falta una debida reciprocidad.
Además del diálogo de la caridad, está también el «diálogo interreligioso de la verdad», que, a su vez, se puede articular en dos momentos: en el diálogo teológico y en el diálogo espiritual.
El «diálogo del intercambio teológico» se tiene cuando los especialistas buscan profundizar en la comprensión de las respectivas doctrinas poniendo de relieve los eventuales valores presentes en ellas. Se trata de un diálogo doctrinal que reconforta y valora las diferentes creencias religiosas. También aquí se trata no de un diálogo genérico sino bilateral. Es, además, un diálogo que requiere alta competencia y un perfecto conocimiento de la propia identidad y de la del otro. Este diálogo se hace aún más difícil por el hecho que las grandes religiones o las llamadas religiones tradicionales poseen en su propio discurso articulaciones distintas y diferencias notables: son distintos, por ejemplo, el budismo hinayana del mahayana o del tantrayana; y lo mismo con el hinduismo, en el que se pueden distinguir las tres «grandes religiones hinduistas»: el visnuismo, el shivaismo y el shaktismo. El diálogo doctrinal, pues, debe tener en cuenta esta variedad y la especificidad de cada uno de sus interlocutores.
Una segunda concreción del diálogo interreligioso de la verdad se da en el «diálogo de la experiencia religiosa o de la espiritualidad», que se realiza cuando las personas, radicadas en sus tradiciones religiosas, comparten sus riquezas espirituales, por ejemplo en el campo de la oración y de la contemplación, de la fe y de los modos de buscar a Dios o de buscar el Absoluto. Nos situamos así en el corazón de toda expresión y experiencia religiosa, que como tal es de difícil acceso para aquellos que se acercan a ella con un interés puramente científico o intelectual.
Este doble diálogo de la verdad, doctrinal y espiritual, requiere competencia y sabiduría evaluativa. No puede ser llevado a cabo de manera genérica, sino teniendo en cuenta al interlocutor específico; tampoco puede ser hecho sólo desde una perspectiva fenomenológica. Los gestos de culto comunes a la humanidad — tal como los describe la antropología cultural — no necesariamente tienen el mismo significado religioso y espiritual.
El cardenal Francis Arinze, por muchos años a la cabeza del Pontificio Consejo para el diálogo interreligioso, hace algunas puntualizaciones al respecto: «Palabras como Dios, Persona divina, alma, cielo, salvación, redención, perfección, gracia, mérito, caridad, pecado e infierno, no necesariamente significan lo mismo para cristianos, musulmanes, budistas, hinduistas o para los fieles de las religiones africanas tradicionales. Si se usan estas palabras en los encuentros interreligiosos, es necesario aclarar su significado» (Francis Arinze, Meeting other believers, Vendrame Institute Publications, Shillong, 1998, p. 24).
El mismo purpurado, seguidamente, invita a los teólogos cristianos a no ocultar la propia identidad: «Los cristianos que, comprometidos en las relaciones interreligiosas, intentan esconder su identidad cristiana, o al menos disminuirla un poco, parecen decir, aunque sin palabras, que Cristo es un obstáculo o una dificultad para el diálogo, y que ellos más bien han encontrado una fórmula mejor para el contacto con los demás que consiste en poner momentáneamente aparte el hecho de ser enviados por Cristo […]. Si somos católicos, no deberíamos tratar de disimularlo en nuestro encuentro con los demás. No promovemos un auténtico diálogo suprimiendo nuestra identidad religiosa. Si un interlocutor pierde su identidad religiosa, deja de ser uno con el cual dialogar. Si el otro esconde su identidad, se presenta el riesgo de malentendidos, sospechas, errores de identidad, o de creer que se está de acuerdo cuando en realidad no se lo está» (Ibi. P. 23)
Más concretamente: «Un católico que se encuentra con un musulmán no debería disminuir la importancia de la propia fe en la Santísima Trinidad (tres personas y un solo Dios), en Jesucristo como Hijo de Dios y Dios, en el Hijo de Dios que se hace hombre y que muere en la Cruz por la salvación de toda la humanidad, en Santa María Virgen, como Madre de Dios. Los musulmanes no aceptan estas doctrinas. Pero un interlocutor musulmán sincero no debería irritarse si los católicos creen en ellas. Por otra parte, un musulmán en diálogo no debería dudar en afirmar que los musulmanes consideran el Corán como la última revelación de Dios y Mahoma como el más grande y el último de los profetas. Los budistas no hablan de Dios o del alma, pero los cristianos serían inauténticos si no lo hicieran. La sinceridad en relación a la propia religión es parte del diálogo» (Ibi, p. 24).
Ser fieles al propio documento de identidad religioso es el mejor pasaporte para entrar en el territorio religioso del otro y dialogar en verdad y en libertad.
Una última consideración tiene que ver con la finalidad del diálogo interreligioso, que no es la de la comunión de toda la humanidad en una religión que incluya sincréticamente elementos de las distintas religiones. La finalidad del diálogo interreligioso es ante todo la promoción común de la paz, de la comprensión y de la colaboración entre los pueblos. El diálogo, además, no puede y no debe excluir la conversión de los individuos a la verdad y a la fe cristiana, en el respeto de la libertad y de la dignidad de cada persona.
Paradójicamente, sin embargo, en una cierta teología católica de las religiones — y también en una cierta praxis «pastoral» — el diálogo interreligioso, a diferencia del ecuménico, parece haber alcanzado su punto de llegada en la convicción de que las diversas religiones constituyen simplemente caminos diversos para la misma salvación. (Agencia Fides 28/3/2008 Líneas: 98 Palabras: 1.369)


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