VATICANO - AVE MARÍA de Mons. Luciano Alimandi - Mirar la realidad a través de Jesús

miércoles, 5 marzo 2008

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - “Al ciego que curó, Jesús le revela que ha venido al mundo para un juicio, para separar a los ciegos curables de aquellos que no se dejan curar, porque presumen de estar sanos. Efectivamente, es fuerte en el hombre la tentación de construirse un sistema ideológico de seguridad: también la misma religión puede convertirse en un elemento de este sistema, como también el ateísmo, o el laicismo, pero procediendo así uno termina enceguecido por el propio egoísmo. Queridos hermanos, ¡dejémonos curar por Jesús, que puede y quiere donarnos la luz de Dios! Confesemos nuestras cegueras, nuestras miopías, y sobre todo aquello que la Biblia llama el ‘gran pecado’ (cfr. Sal 18,14): el orgullo. Que en esto nos ayude María Santísima, que generando a Cristo en la carne ha dado al mundo la verdadera luz” (Benedicto XVI, Ángelus del 2 de marzo de 2008). Con estas palabras, el Santo Padre concluía, durante el Ángelus, su comentario al pasaje del ciego de nacimiento del IV Domingo de Cuaresma, ciclo A, invitando a todos a dejarse curar por Jesús que, como luz del mundo, ha venido para liberarnos de las tinieblas de nuestro egoísmo.
En efecto, el período cuaresmal es un tiempo en el cual el Señor quiere obrar en cada creyente curaciones interiores, auténticas liberaciones de los males que afligen nuestra pobre humanidad: egocentrismo, materialismo, relativismo, protagonismo, individualismo... Son los “ismos” que causa esa ceguera típica del espíritu que no es ya capaz de ver el verdadero sentido de la vida, que no solo se reconduce a las cosas terrenas, sino a las cosas celestiales.
El hombre ha sido creado para el infinito, por ello se siente siempre “restringido”, como en una “prisión”, entre las cosas del mundo y de la carne, pero no puede liberarse por si mismo, tiene necesidad de Alguien más fuerte que el mundo y que el egoísmo humano, ¡necesita a Jesús! Como el ciego de nacimiento, no logramos “ver” si el Señor no nos dona la “vista” de la fe. Es decir, “vemos”, pero solamente con los ojos de la carne, y estos no son capaces de ver más allá de la mera apariencia, no logran “mirar dentro”, se detienen en la superficie de las cosas, donde reina la confusión, el desorden...
La realidad, en cambio, aquella de la cual proviene y en la cual se mueve Jesús es totalmente otra, es aquella del Espíritu, donde los pobres son bienaventurados, los afligidos son consolados, los mansos son los herederos, los justos son los redimidos, los misericordiosos los amados por Dios... En esta realidad del Espíritu son los puros de corazón los que “ven a Dios”: todos aquellos que se han dejado tocar por Cristo y han dejado atrás el orgullo, que obstaculizaba sus almas y sofocaba la dimensión de la infancia espiritual.
Santa Teresa del Niño Jesús, la gran Maestra de la espiritualidad del hacerse como niños, llamada precisamente “infancia espiritual”, fue proclamada Doctora de la Iglesia por Juan Pablo II en 1997. Una “Doctora de la Iglesia” es reconocida como tal cuando su doctrina es universal: vale para todos los pueblos y para todos los tiempos. El hecho de que santa Teresa del Niño Jesús y del Santo Rostro nos haya sido regalada como “Doctora”, precisamente en nuestros tiempos, nos debe hacer reflexionar: en un tiempo de gran orgullo, de “gran pecado”, en que el hombre más que nunca es tentado por el Maligno a menospreciar a su Creador, la Divina Providencia, por medio de la Iglesia, nos dona remedios singulares, medicinas excepcionales, como esta de la “infancia espiritual”, más propiamente conocida como “pequeño camino”, enseñado por esta joven santa carmelita.
Así decía el Siervo de Dios Juan Pablo II, precisamente el día de su proclamación como Doctora de la Iglesia: “Teresa de Lisieux no sólo captó y describió la profunda verdad del amor como centro y corazón de la Iglesia, sino que la vivió intensamente en su breve existencia. (...) A una cultura racionalista y muy a menudo impregnada de materialismo práctico, ella contrapone con sencillez desarmante el "caminito" que, remitiendo a lo esencial, lleva al secreto de toda existencia: el amor divino que envuelve y penetra toda la historia humana. En una época, como la nuestra, marcada con gran frecuencia por la cultura de lo efímero y del hedonismo, esta nueva Doctora de la Iglesia se presenta dotada de singular eficacia para iluminar el espíritu y el corazón de quienes tienen sed de verdad y de amor”.
La samaritana y el ciego de nacimiento son iconos vivientes de esa “insatisfacción existencial”, como la ha llamado Benedicto XVI comentando el Evangelio de la samaritana, que es constitutiva de la existencia humana. Solo Dios puede satisfacer el ser del hombre, solo el Espíritu de Dios puede nutrirlo, la materia no es capaz de ello, los bienes terrenos no pueden saciar el hambre de felicidad. Y he aquí que, ante el horizonte existencial de toda persona de buena voluntad, se presenta el Señor Jesús, el Salvador del mundo, que se ofrece, no se impone, ¡nos ha creado libres! Cuando la persona se abre a Su Presencia, entonces la luz entra, la verdad se hace camino dentro de nuestro corazón y el amor divino invadirá suavemente la existencia humana que, sin la gracia, corría riesgo de sucumbir a la materia, a la carne, al egoísmo, y en cambio, ahora, ha renacido: ¡el ciego ahora ve! (Agencia Fides 5/3/2008; líneas 55, palabras 837)


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