VATICANO - LAS PALABRAS DE LA DOCTRINA por don Nicola Bux y don Salvatore Vitiello - Política, católicos, testimonio y misión

jueves, 28 febrero 2008

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - “Tengan bien presente que ha sido el Señor, mi Dios, el que me ordenó enseñarles los preceptos y las leyes que ustedes deberán cumplir en la tierra de la que van a tomar posesión. Obsérvenlos y pónganlos en práctica, porque ellos serán vuestra sabiduría y prudencia a los ojos de los pueblos” (Deuteronomio 4,5-6).
Esta declaración de Moisés al pueblo de Israel debería ser meditada por los políticos católicos que consideran prescindir de su identidad en nombre de la superación de “empalizados”. Podríamos actualizar las palabras: “ellos serán vuestra sabiduría y prudencia a los ojos de los pueblos”, traduciendo “ellos serán vuestra identidad ante los demás”.
Si partido viene de parte, ¿cómo podrían estar juntos en él “dos partes”, dos identidades sustancialmente diferentes y contrapuestas, pensando ser una sola? Se responde: en nombre de la laicidad. Bien: ¿qué laicidad?
Para la doctrina social católica la laicidad es autonomía de la esfera civil y política de aquella religiosa y eclesiástica, pero no de aquella moral (ver “Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política”, n. 6). Esta es la “sana laicidad” o la “laicidad bien entendida” como ha frecuentemente recordado el Santo Padre Benedicto XVI, de otro modo es “mal entendida” y confundida como “pluralismo en clave de relativismo moral, nociva para la misma vida democrática, pues ésta tiene necesidad de fundamentos verdaderos y sólidos, esto es, de principios éticos que, por su naturaleza y papel fundacional de la vida social, no son negociables” (Ibidem, n. 3).
No por casualidad se han multiplicado, en varios ámbitos sociales, los pedidos de ‘códigos éticos’: estos, en realidad, no son sino el “entrar por la ventana”, lamentablemente en versión caricaturesca, del Decálogo del Sinaí puesto “afuera de la puerta” por cierto laicismo ideológico de nuestra parte y europeo.
Regresa, en forma descentrada, la ética del Estado de hegeliana memoria que sustituyó la de Dios y se divinizó en las formas estatales nazistas y comunistas. Sobre todo esto quisiéramos que mediten aquello católicos tan prontos, en modo irenista e ideológico, a promover, sobre los justos valores de la paz y de la moratoria de la pena de muerte, meetings y moratorias con cualquiera, pero renuentes para unirse con los mismos hermanos de fe para “observar y poner en práctica en el país” al menos la ética del Sinaí, si no la del Discurso de la Montaña.
¿No deberían dar testimonio de este ética, como a la raíz de una Nación como Italia, y de un continente como Europa, cada vez más territorio de misión y de nuevo anuncio del Evangelio? Una falsa concordia, fruto de compromisos identitarios, en nombre de los valores, ante todo el de la falsa paz construida por el hombre y según los dictámenes de los poderes fuertes del mundo, es obra del Anticristo, como preveía Solov’ev al inicio del siglo pasado.
El significado profundo de ser cristianos, hoy como siempre, está representado por el binomio imprescindible de unidad y misión. La búsqueda de la unidad entre los creyentes en Cristo “para que todos sean uno”, y la misión, la evangelización como elemento irrenunciable del vivir cristiano, como cumplimiento del mandamiento de Cristo, deben caracterizar toda existencia cristiana en todo ámbito, incluso en el político. La evangelización es hoy absolutamente prioritaria y esencial en una Europa sacudida por una crisis de fe sin igual en la historia, como en los demás continentes: “La Misión de Cristo Redentor, confiada a la Iglesia, está aún lejos de cumplirse. A finales del segundo milenio después de su venida, una mirada global a la humanidad demuestra que esta misión se halla todavía en los comienzos y que debemos comprometernos con todas nuestras energías en su servicio” (Redemptoris missio,1).
Aquí continúa el discurso de Moisés: “los cuales (pueblos) al oír todas estas leyes, dirán: Realmente es un pueblo sabio y prudente esta gran nación. ¿Existe acaso una nación tan grande que tenga sus dioses cerca de ella, como el Señor, nuestro Dios, está cerca de nosotros siempre que lo invocamos?” (Dt 4,6-7).
Es necesario superar ese “respeto humano” que hace que la parte laica se queje de injerencia, o de integralismo en la misma parte católica, cada vez que un católico continúa a ser tal, incluso si se sienta en uno de los parlamentos de las democracias del mundo. Como reafirmó el Santo Padre Benedicto XVI a los Padres de la Congregación General de la Compañía de Jesús: “tenéis que estar también atentos para que vuestras obras e instituciones conserven siempre una clara y explícita identidad, para que el fin de vuestra actividad [...] no sea ambigua u oscura, y para que tantas otras personas puedan compartir vuestros ideales y unirse a vosotros eficazmente y con entusiasmo” (Discurso del 21 de febrero de 2008).
¿Es posible que eso no valga también para los católicos comprometidos en política? ¡Muy distinto a dejar fuera de la política los valores éticos! Los católicos están llamados a tener una presencia y una unidad visible en cualquier lugar del mundo donde se encuentren. Ser testigos auténticos del Evangelio es la misión a la que están llamados por el bautismo, ningún creyente se puede excluir del deber supremo de anunciar a Cristo a todos los pueblos. (Agencia Fides 28/2/2008; líneas 62, palabras 886)


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